UNA VIVIENDA DIGNA Y ASEQUIBLE PARA TODOS
Hormigas Rojas
En los momentos históricos que estamos viviendo el Estado
es el último refugio de las personas más pobres y vulnerables. La Pandemia ha confirmado que el “mercado”
es inerte ante las catástrofes sociales. Abandonado a su lógica, ni restaura ni
distribuye equitativamente el coste del sufrimiento que generan las crisis. Desde
luego, no es de ninguna manera justo y mucho menos eficiente en términos
económicos y sociales. En un Sistema, mínimamente democrático, el Estado de
excepción a que nos conduce una catástrofe permite el recurso a acciones que,
en tiempos normales, se considerarían “ajenas al Sistema”. Por eso, no debemos olvidar que, en estos momentos, los
valores progresistas que están en juego se encuentran están muy condicionados
por la lógica del Sistema capitalista
que es el que gobierna en un mundo globalizado.
En este marco político y social, la vivienda en España
ocupa un lugar relevante en las preocupaciones de los ciudadanos. En la última
“Encuesta de condiciones de vida”, publicada por CCOO, se contemplan una serie
de datos que nos deben servir de referencia para valorar la envergadura del
problema que nos preocupa y ocupa:
-
La población en
alquiler en España asciende a 7.346.000 personas, la mitad de ellas concentradas
en Madrid y Barcelona.
-
Tres millones de
hogares, el 41% de los alquilados, dedican más del 30% de sus ingresos al pago
de alquiler. De ellos, dos millones se encuentran en riesgo de pobreza o
exclusión.
-
El 62%de los
inquilinos pertenece a hogares que ingresaron menos de 26.000 euros al año.
-
De los
propietarios de vivienda, el 51% tiene ingresos superiores a los 40.000 euros
al año. Esta población con mayores ingresos concentra además los beneficios
fiscales existentes en materia de alquileres.
Resumiendo, el problema del alquiler de la vivienda
afecta esencialmente a los más pobres y, en este sentido, es razonable pensar
que los efectos de la Pandemia agravarán
considerablemente su precaria situación actual. Efectivamente, al margen del
gravísimo problema de salud pública, la COVID-19 ha puesto al descubierto los
considerables destrozos causados en la economía y en la protección social, así
como la imperiosa necesidad de recuperar el protagonismo que, históricamente,
ha tenido la lucha contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social.
Además, ha confirmado la gran relevancia que tienen los servicios públicos en
general, la cohesión social de la ciudadanía y, desde luego, la importancia de
las políticas redistributivas en el discurso socialdemócrata.
Como se sabe, en la lucha contra las desigualdades ocupan un
lugar prioritario las políticas fiscales, la protección social, los servicios
públicos y el papel central que desempeña el mercado de trabajo. En relación
con este último punto destacan los efectos negativos causados por el desempleo,
la insoportable precariedad, la duración de la jornada (parcialidad) y,
finalmente, el desplome de los salarios, sobre todo de los trabajadores menos
cualificados.
En los últimos años, la fuerte devaluación salarial que se ha
producido en nuestro mercado de trabajo ha incidido muy negativamente en la posibilidad
de mantener, comprar o alquilar una vivienda en las actuales circunstancias.
Particularmente, esta lamentable realidad está afectando sobre todo a los
jóvenes y a su futuro proyecto y, en general, a las familias más vulnerables
que se ven obligadas a engrosar las colas
del hambre y al borde de un potencial desahucio por no poder pagar el
alquiler de su vivienda.
Esta lamentable situación se produce en un país de la UE
regulado por una Constitución que reconoce el derecho de los españoles a una
vivienda digna y asequible. A pesar del
reconocimiento de este principio fundamental, el mercado y la iniciativa
privada (la Ley de la oferta y la demanda) no están garantizando en estos
momentos una vivienda digna a todas las familias. En la práctica, se puede
afirmar, sin faltar a la verdad, que
este principio sólo será posible respetarlo si interviene el Estado y las
diversas administraciones públicas competentes en esta materia.
En todo caso, la oferta de vivienda pública en la actualidad
(en propiedad y alquiler) es claramente insuficiente y se encuentra muy por
debajo de la que ofrece la iniciativa privada. En España, desde la etapa
franquista y los primeros años de la transición política se ha venido apostando
-al margen de la experiencia europea-
por la compra de la vivienda a
través de un crédito hipotecario (de una duración entre 15 y 30 años).
La propaganda gubernamental -apoyada por
bancos, grandes empresas constructoras e inmobiliarias- y la cultura introducida en las clases
populares era muy elocuente: con el ladrillo se puede ganar mucho dinero, se
hace patrimonio, se ahorra e, incluso, se puede especular. Además, se
argumentaba que la vivienda era el mejor ahorro para la vejez… Históricamente,
la derecha ha fomentado el mito de la sociedad de pequeños propietarios como
freno a los vientos socialistas que sacudían la clase obrera europea.
Esta cultura condenaba fuertemente la política basada en el alquiler de la
vivienda: se consideraba que el alquiler era tirar el dinero; en definitiva, se
trataba de una inversión fallida y sin ninguna rentabilidad. Incluso, se afirmaba lamentablemente que el
ladrillo nunca perdería dinero, lo que se ha demostrado falso como se está
poniendo de manifiesto en estos momentos. Tenga o no sentido, esta cultura atávica
está fuertemente enraizada en la cultura española y, se pueden afirmar, que más
del 90% del ahorro de las clases populares esta invertido en vivienda. Lo que
explica que el capital financiero que
poseen es muy insignificante.
En un modelo económico basado en la movilidad del capital, esta
fijación del factor trabajo a la tierra supone un problema estructural de
primera magnitud. No es extraño que, en las actuales circunstancias, el
problema de la vivienda alcance un fuerte protagonismo en el tablero político y
divida, incluso, a los socios del Gobierno, además de poner en guardia al poder
económico y financiero y a las grandes empresas promotoras de vivienda
empecinadas en que todo siga igual. El debate se centra en las alternativas más
idóneas para garantizar el principio de nuestra Constitución: los españoles
tienen derecho a una vivienda digna y al alcance de sus posibilidades
económicas. En este sentido, y en el supuesto de no poder pagar el alquiler,
los poderes públicos deben evitar que jóvenes y familias enteras carezcan de
techo y de abrigo y para ello, si es necesario, deberán remover con audacia los
obstáculos que se opongan a la resolución de este grave problema económico y
social.
Por lo tanto, se trata de solventar un problema inaplazable
por sus consecuencias sociales, sin olvidar la necesidad de enmarcarlo en un
Plan de Vivienda que, trascendiendo esta grave coyuntura, afecte a los defectos
estructurales vigentes en nuestro país.
Existen alternativas, aunque éstas sean difíciles y complejas,
todo depende de si existe una verdadera voluntad política para abordar este
problema. Presentamos, a continuación, 10
grandes capítulos, la mayoría de
naturaleza coyuntural, para su posterior desarrollo:
a) Aumentar considerablemente el parque
de vivienda pública y, particularmente, promocionar el alquiler social.
b) Abaratar el precio del suelo. Para
ello hay que eliminar la posibilidad de que los ayuntamientos y CCAA se
financien, aprovechando la concesión de suelo público, a través de la
construcción de viviendas.
c) Penalizar la tenencia de casas vacías
de bancos, grandes inmobiliarias, fondos de inversión especulativa (Fondos Buitres) y grandes propiedades.
d) Industrializar y tecnificar la
construcción de viviendas (ensamblar en serie componentes previamente fabricados).
e) Impulsar el cooperativismo en el
sector de la construcción, en base a las experiencias de la II República
(cooperativas de “Casas baratas”) y de la transición política: Pablo Iglesias,
Rosa Luxemburgo, PSV…
f) Frenar los desahucios de las personas
sin alternativas habitacionales, sin que ello penalice a los pequeños
propietarios de viviendas.
g) Regular el precio de los alquileres
con carácter selectivo y temporal.
h) Garantizar una segunda oportunidad a
los hogares con deudas hipotecarias.
i) Subvencionar el alquiler de las
personas más vulnerables.
j) Bonificar fiscalmente a los
propietarios de pisos de alquiler tasados a precios asequibles.
Evidentemente hay que enmarcar estas medidas en una realidad
social muy condicionada por las leyes del mercado capitalista. Ello exigirá
estudiar en profundidad el grado de desinversión económica que se pueda
producir por la inseguridad jurídica que pueda comportar alguna de las medidas
anunciadas.
En todo caso, la gravedad del problema enumerado exige, de
una vez por todas, que el PSOE y UP se pongan de acuerdo en la selección de las
alternativas progresistas más idóneas en esta coyuntura que, finalmente,
deberían ser contempladas en la futura Ley de la Vivienda. No debemos olvidar
nunca que la vivienda es un bien de imperiosa necesidad y mucho menos que tiene
una relación directa con el llamado “salario social” y el Estado de bienestar
social.
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