CONTRA LA POSMODERNIDAD
Pedro Espino
El Diccionario de la lengua de
la Real Academia Española define la posmodernidad como «Movimiento artístico y
cultural de fines del siglo XX, caracterizado por su oposición al racionalismo
y por su culto predominante de las formas, el individualismo y la falta de
compromiso social». Existe también en español otra palabra emparentada,
‘posmodernismo’, que, aunque se podría considerar como sinónimo, se suele
aplicar más específicamente a los movimientos poético y arquitectónico. En este
escrito haré uso de los vocablos ‘posmodernidad’ y ‘posmoderno’, y no emplearé
‘posmodernismo’ ni ‘posmodernista’, como sí se hace en otros idiomas europeos, lógicamente
en sus grafías correspondientes.
Aunque no sean equivalentes los
conceptos ni los tiempos de la modernidad y la Ilustración, ambas habían supuesto
el triunfo, o al menos la preeminencia, de la razón, la ciencia, la
secularización…, en oposición a la ignorancia, la superstición y los
dogmatismos. Entenderé que la posmodernidad es una corriente de pensamiento posterior
a aquellas, que mantiene una posición escéptica ante verdades consideradas universales
—destacando el subjetivismo—, defiende el relativismo cultural, fragmenta el
conocimiento y concede una importancia especial a lo simbólico. Trataré de
describir someramente algunas de sus características, extendiéndome más en el
relativismo cultural.
Características de la posmodernidad
No existe un listado inequívoco, y
aceptado por todos, de las características que definen el pensamiento
posmoderno. Las que enumero a continuación son las que considero más
relevantes.
Rechazo de concepciones globales. La posmodernidad cuestiona la
racionalidad, la ciencia y el progreso, y rechaza las totalidades, los valores
universales, las grandes narraciones históricas y los fundamentos sólidos de la
existencia humana.
Fragmentación y descentralización. Una consecuencia del rechazo de las
grandes concepciones es la fragmentación de la verdad y el conocimiento. Así,
los medios de comunicación tradicionales pierden su aceptación y están siendo
sustituidos hoy, para una parte creciente de la población, por las redes
sociales. El auge de estas redes, y de la información que circula por ellas, se
puede considerar un producto del pensamiento posmoderno, producto que a su vez
se convierte en motor de dicho ideario.
Escepticismo. Esta característica puede guardar una
cierta similitud con la anterior ya que, al tratarse de un escepticismo
cultural, epistemológico y filosófico, se cuestionan los fundamentos del
pensamiento moderno, se promueve la diversidad de interpretaciones y se critica
toda forma de verdad hegemónica que pueda sonar a universal. Es imprescindible
no confundir el escepticismo general al que me estoy refiriendo con lo que
algunos denominan «escepticismo informado» o con la recomendable distancia que
el pensamiento racionalista debe guardar con respecto a los asertos no
demostrados: se trata justamente de lo contrario.
Relativismo cultural. Desde la posmodernidad se promueve la
idea de que la verdad es relativa y que depende del contexto cultural,
histórico o individual, por lo que todas las perspectivas (éticas, políticas,
religiosas…) son vistas como igualmente válidas o como construcciones sociales.
Se consideran equiparables el conocimiento y las creencias.
Este relativismo da lugar, por
ejemplo, a considerar que la teoría de la evolución de las especies
(darwinismo) está a la misma altura que el creacionismo descrito en la Biblia. Así,
aunque la enseñanza del creacionismo en las escuelas públicas de EE. UU.
no es constitucional, algunas escuelas privadas que reciben fondos públicos
incluyen el creacionismo en el currículo. Téngase en cuenta que no me refiero
al creacionismo como parte de la enseñanza de una moral religiosa sino como
concepto de la realidad explicado en el programa de estudios. En España, el exministro
del Interior del primer Gobierno de José María Aznar, con una formación técnica
universitaria, que participó en una reunión en contra del aborto que tuvo lugar
en el Senado el año 2024, defendió en este foro el creacionismo con las
siguientes palabras: «Entre los científicos están ganando aquellos que
defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución», es decir,
para él se trataría solo de relatos contrapuestos.
Desde las denominadas medicinas
alternativas, que hacen hincapié en lo subjetivo y lo emocional, se habla
con desconfianza y desdén de lo que —desde esos medios— designan como «medicina
convencional» u oficial. Pero la disciplina que realmente se opone a esas
concepciones alternativas es la medicina científica, que fundamenta su
cuerpo doctrinal en el método científico y que es capaz de revisar sus
preceptos en función de los resultados y de nuevos descubrimientos. Desde una
perspectiva posmoderna serían tan admisibles la medicina científica como los
remedios mágicos o las peregrinaciones a Lourdes.
Quizá uno de los razonamientos mejor
acotados contra el relativismo se deba al filósofo de la ciencia Mario Bunge,
que en su libro La investigación científica escribió:
[…] la ciencia no pretende ser
verdadera, ni, por tanto, final, incorregible y cierta, como hace la mitología.
Lo que afirma la ciencia es (i) que es más verdadera que cualquier modelo no
científico del mundo, (ii) que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación
empírica, esa pretensión de verdad, (iii) que es capaz de descubrir sus propias
deficiencias, y (iv) que es capaz de corregirlas.
Un ejemplo de relativismo
de moda es la denominada ‘perspectiva de género’ aplicada a cualquier concepto
o idea, que variaría dependiendo de que se tenga en cuenta a los varones o a
las mujeres. La realidad, pues, no sería universal sino distinta según el sexo.
La contaminación de este relativismo ha llegado, por ejemplo, a los reales decretos
sobre la ordenación de la ESO y del bachillerato (BOE 76 y 82 del año 2022) en
los que aparecen expresiones como «fomentando las vocaciones científicas desde
una perspectiva de género», la «lectura con perspectiva de género» o la «contribución
de las matemáticas al desarrollo de los distintos ámbitos del conocimiento
humano desde una perspectiva de género».
El Mātauranga Māori, o conocimiento
maorí, es una cultura o cosmovisión tradicional del pueblo maorí de Nueva
Zelanda, que se caracteriza por una considerable superposición de conceptos. Desde
el decenio de 1990, Mātauranga ha sido incorporado progresivamente en áreas
como la historia, las ciencias sociales y las ciencias naturales, muy posiblemente
a causa de un cierto complejo de culpa de la población étnicamente europea que
así pretende llevar a cabo una descolonización cultural respetando un
supuesto conocimiento no occidental. Y fue precisamente con un gobierno
de la izquierda socialdemócrata (Partido Laborista), presidido por Jacinda
Ardern, que en el año 2021 se anunció que el currículo escolar nacional
incluiría la historia de Aotearoa (la actual Nueva Zelanda) desde una
perspectiva maorí, con un papel central para Mātauranga Māori. Así, al
conocimiento tradicional maorí, con su «fuerza vinculante entre lo físico y lo
espiritual», se le da un valor semejante al de otros cuerpos de conocimiento
como la ciencia moderna. Pero no parece lo mismo respetar la lengua y la
cultura de las poblaciones nativas que equiparar creencias supersticiosas con
el saber científico.
Subjetivismo, individualismo y
tribalismo. El
ideario posmoderno niega el conocimiento objetivo: «mi verdad es tan válida
como otras». De este modo, las emociones pasan a ser más importantes que la
realidad objetiva. Aunque la fe no es una característica central de la
posmodernidad, la relativización de las grandes creencias, religiosas o de otro
tipo, se traduce en creencias individualizadas («cada uno cree a su manera»), eclécticas
y no institucionalizadas. Se puede producir una especie de fe en ideologías
identitarias, en uno mismo y en las autoayudas. Junto al escepticismo acerca
de la racionalidad, se da una credulidad emocional.
Cultura del consumo y superficialidad.
El consumo (marcas,
moda, tecnología…) se instaura como uno de los ejes fundamentales de la
identidad, y lo efímero y lo visual adquieren más importancia que la realidad:
lo primordial es el presente. Además, es habitual que la aproximación a la
tecnología se haga más desde el papanatismo que desde el conocimiento técnico.
La diversidad como valor fundamental.
La posmodernidad ensalza
la diferencia y la multiplicidad de identidades (sociales, sexuales, culturales…).
Defiende la coexistencia de diferentes puntos de vista, por absurdos que puedan
ser algunos, y se realza la identidad de los otros, por muy minoritarios
que sean, para convertirlos en un grupo homologable a los demás: por ejemplo, las
personas autodenominadas no binarias constituirían una categoría del
mismo rango que los varones o las mujeres. De este modo, el término
'diversidad' se ha convertido en ubicuo, venga a cuento o no, cargado de
propiedades positivas.
Retórica de la posmodernidad
Igual que ocurre con otros
movimientos o visiones del mundo, la posmodernidad construye o utiliza un lenguaje
propio para la transmisión de sus ideas y valores. Es también significativa su
fascinación por los discursos oscuros y el empleo de una terminología
científica —o seudocientífica— sin preocuparse demasiado de su significado. Es
bastante frecuente la exhibición de una erudición superficial mediante el uso
de voces técnicas en un entorno en el que resultan incongruentes.
Seudotecnicismos y seudoerudición. A pesar del cuestionamiento que la
posmodernidad hace de la ciencia, dado el prestigio de esta debido a sus logros
prácticos, se produce en los escritos posmodernos una amplia utilización de lo
que podríamos llamar seudotecnicismos, generalmente sin rigor o en
momentos en los que no procede. Denomino seudotecnicismo a una palabra o
expresión pretendidamente técnica que se emplea de manera errónea o en un área
que no es pertinente. Valga la siguiente relación de ejemplos, escritos por
orden alfabético: [está en el] ADN (para destacar una característica), adrenalina,
agujero negro, aumento exponencial, cambiar el chip, científicamente demostrado,
energía positiva, epicentro, evidencia, -fobia (como sufijo ubicuo), grabado en
la retina, inteligencia emocional (con un fundamento científico dudoso), mínimo
común divisor (que no es ni siquiera un concepto matemático), performatividad, radiografía,
síntoma, situación esquizofrénica, subconsciente (a veces con el adjetivo
‘colectivo’), tsunami, etc. Se podría aducir que el empleo de seudotecnicismos
no es coherente, o es contradictorio, con la idea de que la posmodernidad
cuestiona la razón. Sin embargo, este uso impreciso y errado es una forma más
de escepticismo frente a la ciencia, ya que los seudotecnicismos se suelen
aplicar en campos que no son los adecuados.
A veces, el pensamiento posmoderno no
utiliza solo términos seudotécnicos improcedentes, sino que —con el deseo de
mostrar la erudición de quien escribe o elabora ideas relacionadas— invoca más
genéricamente concepciones amplias que no corresponden, tales como la teoría
del caos, la teoría de la relatividad, el denominado darwinismo social, la
teoría del Big Bang y, últimamente, la inteligencia artificial, no
entendiéndolas o sin guardar relación con lo que se está exponiendo.
Es característica del ideario
posmoderno la aceptación acrítica de enunciados no demostrados, pero tenidos
por ciertos, así como considerar como hechos consolidados lo que solo son
asertos especulativos. De todos modos, la retórica posmoderna no es privativa
de este ideario ya que también echan mano de ella otros como, por ejemplo,
periodistas y políticos profesionales, que formalmente no se considerarían
integrantes de este grupo de pensamiento, pero sí aceptan muchos de sus rasgos.
Contaminación posmoderna. Por definición, no sería adecuado
hablar de ciencia posmoderna. Sin embargo, se puede observar que, ya sea por
modas ideológicas o por corrección política, en algunos ámbitos que deberían
ser racionalistas se cae en errores propios de las concepciones posmodernas que
afectan a la búsqueda de la verdad que caracteriza a lo que llamamos ciencia.
Algunas asociaciones médicas de
prestigio de EE. UU., como la Asociación Médica Estadounidense, la
Academia Estadounidense de Pediatría, la Asociación Estadounidense de
Psicología, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y los Centros para el
Control y la Prevención de Enfermedades, han señalado, por ejemplo, que el sexo
es una condición que se asigna al nacer y no una categoría biológica, ya
que consideran que se trata de un concepto problemático y anticuado. Así, desde
los que deberían ser baluartes de la racionalidad científica se aceptan ideas
no racionalistas opuestas a los conocimientos establecidos de las ciencias
naturales. Si estas instituciones caen en estos errores, ¿cómo se va a pretender
que la población acepte argumentos que para algunos son controvertidos, como
las vacunas o los tratamientos de las infecciones? Asimismo, alguna revista científica
de renombre, como Nature, prevé la posibilidad de no publicar trabajos
científicos correctos y válidos si socavan, o puede percibirse que lo
hacen, la dignidad y los derechos de un grupo. La propia Clasificación
Internacional de Enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud ha
modificado la terminología de algunos trastornos sexuales para, supuestamente, proteger
los derechos humanos. Lo que en la CIE-10 se denominaba «Trastorno de la
identidad sexual» ha pasado a ser en la CIE-11 una «Discordancia de género» (se
modifica el epígrafe) entre el experimentado por un individuo y el que le fue asignado
al nacer, como si este segundo correspondiera a una atribución administrativa
en lugar de a una constatación biológica. Es decir, un hecho objetivo es
sometido a una consideración ideológica para ser visto como algo subjetivo que
depende del área emocional.
Asimismo, la organización no
gubernamental de gran prestigio, Amnistía Internacional, ha manifestado, en
relación con la denominada ‘identidad de género’, que debe reconocerse la
identidad que la persona declare sobre sí misma.
A modo de conclusión
Con el fin de ir más allá de la mera
descripción de los conceptos que definen la posmodernidad, señalo a modo de
resumen algunos puntos que, en mi opinión, deberían contraponerse a las visiones
del ideario posmoderno, sobre todo los que tienen una trascendencia sanitaria y
política.
· Si bien la posmodernidad ha sido
aclamada por algunos como una liberación frente a las rigideces de la
modernidad y a los abusos de algunos discursos hegemónicos, la realidad es, a
mi juicio, que, en lugar de traer una sociedad más plural, ha generado un
relativismo absoluto y un menosprecio de la verdad. El cuestionamiento de los
grandes relatos y de las perspectivas colectivas se traduciría, si se aceptasen
sus axiomas, en una apatía política y en un identitarismo tribal.
· La retórica empleada por el
pensamiento posmoderno se basa en un lenguaje más preocupado por la forma que por
el contenido. Y el abuso de expresiones ampulosas pretendidamente profundas ha
dado lugar a una jerga opaca con terminología poco precisa, vaga y, con gran
frecuencia, no pertinente.
· Además de la crítica del pensamiento
posmoderno propiamente dicho, creo que tiene una importancia fundamental la
reprobación de sus efectos en la esfera política, especialmente en la
influencia que las perspectivas ideológicas, por encima de los criterios
racionalistas, tienen sobre algunas leyes.
· En la derecha política existen sin
duda tradiciones no racionalistas, como es su mayor proximidad con las ideas
religiosas. Asimismo, la negación del cambio climático y los movimientos
antivacunas se dan más entre la derecha. Sin embargo, lo que resulta llamativo
es que algunas formas antirracionalistas de pensamiento hayan seducido a gran
parte de la izquierda, la cual,
especialmente en los identitarismos nacionalistas y del sexo, ha
renunciado al universalismo para abrazar los tribalismos. No deja de tener
gracia que en el campo de la izquierda se haya pasado de expresiones altisonantes
y un poco jactanciosas, como «socialismo científico», a otras más propias de un
socialismo metafísico al que no le repugna el choque con la realidad.
· Es posible que la mala situación y la
desorientación general de la izquierda la haya llevado a abandonar las
concepciones de clase históricas para buscar otros grupos oprimidos a
los que liberar (creo que en realidad solo se buscan intereses
electorales sectoriales). Esto se ha traducido en la aceptación de muchos conceptos
posmodernos que refuerzan a su vez este ideario y debilitan a la propia
izquierda política. En mi opinión, la dirección adecuada del pensamiento de
izquierda debería ser la consolidación de la cultura racionalista y
universalista, nunca sectaria. Se da la paradoja de que, en estos momentos, el
cuestionamiento de la investigación y enseñanza universitaria de las ciencias
naturales proviene en gran parte de la izquierda nominal, y especialmente de la
que algunos denominan izquierda transformadora, alternativa, crítica..., que,
de esta manera, podría pasar a ser tildada de izquierda posmoderna.
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