LA CUESTIÓN JUDÍA. II

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Victimarios

 El Partido Nacional Socialista se fundó y creció en la base electoral de los partidos conservadores (campesinos, funcionarios, administrativos, tenderos, excombatientes…), unas clases medias bajas enfurecidas y humilladas por las duras e injustas condiciones de la Paz de Versalles y la desastrosa situación económica producida por el pago de la deuda. 

La creación de Alemania con el Segundo Imperio en 1871, vino acompañada de una rapidísima industrialización. A inicios del siglo XX era ya la primera potencia industrial del mundo. Tan rápida transformación no se hizo dirigida por una nueva burguesía industrial liberal sino bajo el gobierno de unas elites del Antiguo Régimen, grandes propietarios, aristócratas, militares… Esta falta de sincronía entre desarrollo industrial y político tuvo unas consecuencias nefastas para la República de Weimar.

El triunfo de la revolución rusa y el Tratado de Versalles de 1919 transformaron lo que hasta entonces era una guerra nacionalista entre imperios en otra donde el miedo a la revolución fue el componente esencial. En el periodo de entreguerras los nuevos burgueses liberales fueron incapaces de imponerse a los conservadores tradicionales y, ante el peligro revolucionario, los liberales no dudaron en aliarse con los conservadores del Antiguo Régimen. Pero esas elites carecían de base electoral suficiente para controlar el parlamento en el primer experimento democrático que en Alemania significaba la República de Weimar. Ese necesario apoyo de masas populares reaccionarias para resistir a los socialdemócratas y los comunistas se lo dieron los nazis.

El nacionalsocialismo tenía un programa coherente y calculador al servicio de una ideología intrínsecamente irracional e impulsiva.

La esencia de su programa, derribar el régimen de Weimar, machacar a la izquierda organizada, acabar con el paro y romper con las ataduras de Versalles, era compartida por la totalidad del espectro de conservadores, reaccionarios y contrarrevolucionarios.

Su ideario antidemocrático y antimoderno, era un sincretismo de ideologías anteriores que buscaba el regreso   a un pasado mítico. El concepto de darwinismo social (pseudociencia inventada por Herbert Spencer en el siglo XIX), el antisemitismo, el antimarxismo y el espacio vital eran los cuatro artículos de fe de su credo indivisible.

Su mensaje nacionalista, una sublimación del espíritu del Romanticismo, iba dirigido a los sentimientos y no a la razón. Por ello no necesitaba de un pensamiento elaborado dirigido a minorías cultas lectoras. Su mensaje iba dirigido directamente no a la mente sino al espíritu del hombre de la calle para movilizar sus emociones.

Por ello, su ideología era como una religión laica, una iglesia con un papa infalible que tiene a su servicio una estructura jerárquica y vertical diseñada para la acción. Su mensaje, utilizando como nadie la radio, se transmite en rituales como los aparatosos desfiles, himnos patrióticos y concentraciones de masas destinados a encender unas sublimes emociones de pertenencia a un colectivo invencible. Una religión basada en la violencia que legitima con un ridículo espíritu de cruzada, marciales uniformes y una extraña afición de sus elites (por ejemplo, las SS) por lo paranormal.

Su Libro, el Mein Kampf (Mi lucha), es una delirante recopilación de las ideas antimodernas, reaccionarias y antijudías existentes en ese momento en las ideologías reaccionarias de los diversos partidos conservadores, exacerbando los grandes mitos como las conjuras internacionales del tipo de Los protocolos de los cien sabios de Sión, milenarismos medievales del tipo del Reich de los mil años, la justificación del entonces manido espacio vital o expansión hacia el Este como actualización de la cruzada medieval de los caballeros teutónicos defendiendo la Cristiandad de las hordas bárbaras…

Lo que realmente le diferenciaba del resto de partidos conservadores era su praxis: convertía las elucubraciones clásicas de los partidos conservadores en un programa de acción política con la puesta en marcha de un antisemitismo descarnado en las leyes y en la calle, y la preparación de una guerra de expansión hacia el Este acompañada de la eliminación de judíos y comunistas y la esclavitud de los pueblos eslavos.

Fue un proceso controlado, perfectamente adaptado a las circunstancias del momento.

En enero de 1933, con la totalidad de los diputados comunistas en la cárcel o el exilio, Hitler toma el poder y de inmediato crea el campo de concentración de Dachau donde interna a los opositores políticos (el 80% comunistas, el 10% socialdemócratas, y el resto gitanos y delincuentes). Ni un solo judío ingresó en esos campos por ser judío. Con la URSS bloqueada por las potencias liberales, y gobiernos dictatoriales en la mayoría de los paises europeos, no era conveniente aventar con la cuestión judía a los conservadores británicos y franceses que, por su parte, esperaban que los nazis acabasen con los soviéticos.

Sin cejar en su política antijudía, los nazis subordinaron la aplicación de su antisemitismo a su objetivo inmediato: la guerra de expansión hacia el Este. Si sesenta mil judíos escaparon de Alemania entre los años 1932 y 1934, en 1935 habían regresado diez mil. Muchos creían que la locura antisemita era, como en ocasiones anteriores, pasajera y que desaparecería con la crisis.

Un vistazo sobre la cronología de los acontecimientos nos enseña hasta qué punto el programa antisemita se fue ajustando a las circunstancias.

-           27 febrero de 1933. Incendio del Reichstag. Se prohíben todos los partidos políticos y se levanta el campo de Dachau.

-           30 julio de 1934. Noche de los cuchillos largos. Las SS exterminan a los dirigentes de las SA para tranquilizar al ejército y a los burgueses.

-           Agosto de 1936. Olimpiadas de Berlín.  Exhibición de normalidad y moderación frente al mundo.

-            Septiembre de 1938. Acuerdos de Múnich. El Reino Unido y Francia aceptan la anexión de Austria y Checoeslovaquia, traicionando a la URSS que maniobra firmando el pacto Molotov-Ribbentrop.

-           9 de noviembre de 1938. Noche de los cristales rotos. Los nazis ya están preparando la guerra. Esa noche, las SA, las SS y las Juventudes Nazis atacan las propiedades judías en Alemania y Austria, asesinan 90 judíos y deportan a 30.000 a campos de concentración (no de exterminio).

-           1 de septiembre de 1939. Invasión de Polonia. Como primera etapa del programa nazi de expansión hacia el Este, el ejército alemán conquista Polonia. Francia y el Reino Unido declaran la guerra a Alemania. En esta etapa se intentó negociar con el Gobierno francés de Vichy el desplazamiento de los judíos a Madagascar.

-           22 de junio de 1941. Operación Barbarroja. Se inicia la conquista del espacio vital prometido por los nazis con una guerra de exterminio de la URSS carente de reglas civilizadoras. Los niveles de destrucción de ciudades, infraestructuras y personal civil y militar son infinitamente superiores a los sufridos en el frente occidental. Ya no se oculta el carácter racista: la población del Este es infrahumana y no se les aplica las leyes de la guerra. Ha comenzado el horror. Mas de 60.000 comisarios comunistas fueron fusilados sobre el terreno. Según avanzaba la ofensiva nazi, la matanza de judíos por los nacionalistas ucranianos y la Wehrmacht alcanzó proporciones increíbles. Solo en Babi Yar, en las afueras de Kiev, fueron fusilados 150.000 judíos. En 1942, cuando comenzaron las derrotas nazis, pararon los progromos y reunieron a los hebreos en campos de concentración donde, utilizados como trabajadores esclavos, morirían de extenuación y enfermedades. Comenzó al Solución Final.

Cuando en 1945 la guerra se dio por perdida se aceleró la Solución Final en la que los judíos fueron utilizados como víctimas propiciatorias en el más cruel acto de venganza programada del que se tiene conocimiento.

Por supuesto, en el Holocausto no fueron los judíos las únicas víctimas. Las cifras de víctimas del Holocausto se calculan entre 15 y 20 millones de personas.  Junto a los 6 millones de judíos murieron 5,7 millones de civiles soviéticos no judíos, 3 millones de prisioneros de guerra soviéticos y dos millones de cristianos polacos.

La presentación de estas cifras, siempre aproximadas, no tiene más fin que mostrar hasta qué punto es imposible separar la matanza antisemita de la antisoviética. Estudiar fenómenos históricos desde una perspectiva especial (lo judío), separando lo inseparable, solo conduce al engaño. La guerra de expansión hacia el Este no se hizo para acabar con los judíos sino con los soviéticos.

La memoria del Holocausto no debe limitarse a homenajear a las víctimas inocentes, sino que debe cuestionar la posibilidad de repetición del horror. Gaza nos muestra que ese horror es irrepetible porque las circunstancias no son las mismas. Sin embargo, partiendo de que el ser humano, no importa credo o nacionalidad, en ciertas circunstancias, es capaz de una crueldad inconcebible, conviene señalar alguna de estas que se repiten en Gaza:

- Los gazatíes están solos.

- La matanza goza de la aprobación popular israelí.

 En 1943, con la totalidad de Centroeuropa gobernada por partidos ultraconservadores que llegaron al poder a través de las urnas, en Bulgaria se produjo un hecho de enorme trascendencia, pero apenas conocido. El gobierno fascista, presionado por Alemania, decretó el agrupamiento, para su posterior traslado a los campos de exterminio, de los judíos búlgaros. Bastó que los metropolitanos ortodoxos Kyril y Stefan se opusieran públicamente para provocar la oposición masiva de campesinos, obreros e intelectuales búlgaros, que no odiaban a sus compatriotas judíos. El gobierno fascista reculó, como también hicieron los nazis, y ninguno de los 50.000 judíos búlgaros murió en los campos de exterminio. Lo cuenta Hannah Arendt. Es decir, el horror genocida solo es posible cuando una parte mayoritaria de la población es indiferente al exterminio de una minoría. Como ocurre ahora con Gaza.

-           La mayoría de los gobiernos de Occidente, apoyados por sus electores conservadores, adoptan posiciones indiferentes ante la tragedia.

-           En Gaza, como en la Alemania nazi, se debate, con el apoyo de la gran potencia actual, adónde desplazar a los dos millones de gazatíes.

-           El gran miedo en Occidente ahora es la inmigración. El enemigo mítico es el inmigrante, especialmente el islámico. Poco importa que sea una percepción falsa; en Alemania los judíos no llegaban al 1% de la población. En Israel el enemigo interno es el palestino (siempre terrorista), abandonado por los gobiernos árabes. Los genocidios siempre recaen en la minoría étnica o religiosa más pobre.

El factor más poderoso contra la repetición del horror en Occidente es la inexistencia de una crisis económica catastrófica como la que se dio en los años treinta. Pero el estado de la economía es siempre contingente y, aunque aún improbable, no es imposible que se agrave el estancamiento actual de la economía con las consiguientes desigualdades sociales y provoque de nuevo la furia de nuestras clases medias (y trabajadoras).

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