ÉLITES CUTRES o ¿por qué nuestras élites son diferentes?

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Antonio Sánchez Nieto


Es dudoso establecer que la burguesía española sea “diferente” a la europea, en estos tiempos en que la globalización homogeneiza todo, desde la economía a la cultura. Sin embargo, tenemos la sensación, que puede ser imaginada, de que, al menos estéticamente, son más “cutres “; tal vez más atrasadas.

Remontarse a cuatrocientos años atrás para explicar este “hecho diferencial” puede resultar extraño. Sin embargo, conviene prestar atención a que lo que analizamos es la “mentalidad” y esta, salvo aspectos superficiales, permanece durante siglos. Si nos retrotraemos a la Edad Moderna es por dos razones: allí se fecha el nacimiento del capitalismo y, con él, de la burguesía y es el siglo largo (como llaman algunos historiadores a los siglos XVI y XVII) en que lo que hoy conocemos por España se confronta y después se separa del discurrir cultural de Europa. Y, dentro de la multitud de factores que explican ese divorcio, elegimos, por razones de oportunidad uno: el impacto de la Inquisición en la mentalidad de nuestras élites.

Fernando de Aragón importa la Inquisición o Santo Oficio. Este “oficio” se inventó por el fracaso en convertir a los cátaros de Provenza y Cataluña por las buenas. Así lo intentó, a principios del XIII, el “canónigo de Osma”, Domingo de Guzmán, cuando creó una orden de predicadores, los dominicanos ( en latín domini cani, o sea, perros del Señor). Cuando el fracaso fue evidente se impuso la salida violenta y se creó el Santo Oficio de investigar la existencia de herejes. Los dominicos tuvieron el monopolio de este oficio dudosamente santo.

Fernando, un príncipe del Renacimiento, “El Príncipe” de Maquiavelo, ya no es portador de los valores caballerescos de la Edad Media. La razón de estado mueve su actividad en exclusiva; aplica el principio de “el fin justifica los medios” hasta sus límites. El cálculo no se para ante la mentira o la traición. Aplicando estos principios en el campo de batalla, acaba con la hegemonía de la brillante caballería francesa mediante la utilización eficiente de una infantería de pobres hidalgos.

Consciente de las posibilidades de una institución que puede superar las fronteras alegando la supremacía de la religión sobre la política, negocia con el Papa la introducción en sus reinos de la Inquisición, siguiendo el modelo romano de dependencia de un Inquisidor General (y a través de él, del rey. En el resto de Europa la Inquisición dependía del obispo). Y así, cuando convino, puso la religión al servicio del Estado.

De paso, Fernando, un catalán muy emprendedor, también necesitaba monedas para financiar sus numerosas empresas (conquista de Granada, guerras en Italia, domesticar la nobleza, el clero, corromper poderes, aportar dotes para sus hijas casaderas, ...) y enseguida encontró un filón: los conversos.

Eran estos un grupo social, superviviente de los pogromos, que se habían convertido al cristianismo (su religión generalmente les recomendaba en tiempos difíciles el disimulo antes que el martirio) real o formalmente; una ínfima parte de ellos había recuperado gran parte de su riqueza. Al formar parte de las oligarquías urbanas, se habían convertido en un aliado natural de los reyes contra la alta nobleza que, con las transformaciones de la época, habían perdido su utilidad y andaban levantiscas. A finales del XV, la economía monetaria, ligada a los préstamos con interés, comenzaba a hacer estragos en los bolsillos de unos nobles incapaces de entender por qué sus gastos debían estar condicionados por sus ingresos. Hoy muchos historiadores señalan el papel que las ciudades, es decir, las oligarquías urbanas, habían desempeñado como aliados de los Reyes Católicos en las guerras civiles contra la alta nobleza. Y José Luis Villacañas da a entender que la totalidad de esa oligarquía urbana estaba formada por judíos conversos, los marranos. Yo creo que es una exageración porque la existencia de una aristocracia urbana y mercaderes cristianos en las ciudades de Castilla es indiscutible.

El hecho es que los Reyes Católicos domeñaron a la alta nobleza con la ayuda de la baja nobleza, esencialmente urbana, limitando su poder político pero sin tocar el económico. Un estado moderno necesita financiarse para mantener un ejército siempre en guerra, una administración de jueces, notarios, funcionarios administrativos... ¿de dónde sacar moneda que permita financiar esa estructura? Los expolios por guerras de expansión ya se habían acabado o estaban a punto de finalizar. Fuera de la nobleza y clero, fiscalmente exentos, solo quedaban los marranos con capacidad de ser expoliados. Su riqueza, además, era monetaria...

Fernando no tuvo escrúpulos en acabar con sus antiguos aliados con la ayuda de la alta nobleza, endeudada hasta las cejas, a la que había que integrar, y una población cristiana absolutamente fanatizada. Y fue así como aparece un rasgo diferencial respecto a la evolución europea: en España desapareció una aristocracia urbana, después burguesía, sobre la que nuclear una oposición a La Corona. Esa carencia es una excepción respecto a lo que ocurrió en Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda...

En el resto de Europa, el problema judío se había solucionado antes. De hecho, la monarquía hispana era objeto de escándalo porque en ningún sitio había tanto judío como en España. Hasta los monarcas tenían sangre judía. La propia expulsión de los judíos tenía un marchamo propagandístico frente al exterior y los propios monarcas conocían el desastre económico que suponía. De repente, en 1492, gran parte de la población más culta, de los artesanos, de los impresores, de los médicos... salió de los reinos ibéricos para asentarse y enriquecer al enemigo: el Imperio turco, Flandes, Francia o Venecia (el famoso gueto de Venecia se construyó para alojar y controlar a los sefardíes).

Hasta esos momentos, la monarquía española, y con ella sus élites, estaba todavía dentro de las corrientes culturales europeas.

Pero cuando una institución amasa un poder ilimitado, entra en una dinámica propia, a menudo independiente de sus patrones. Y eso pasó con la Inquisición.

Para vigilar la intimidad de los marranos y comprobar si seguían practicando el judaísmo, el Santo Oficio creo una red de miles de delatores, los “familiares”. Durante todo el proceso el denunciante estaba protegido por el secreto. Desde el momento en que era denunciado, debía ser vestido con un “sambenito” que, a la vez, estaría expuesto en la Iglesia parroquial durante cinco generaciones, fuera o no declarado culpable. La totalidad de los puestos de la administración, una gran parte de los oficios, los cargos religiosos y del ejército, el acceso a la propiedad rural ...estaban condicionados a la prueba previa de cristiano viejo durante cinco generaciones, fácilmente comprobable en los archivos parroquiales. Durante tres siglos la pureza de sangre se impuso de forma aplastante sobre la “meritocracia” como medio de ascenso social.

Cuando se agotó la veta de los marranos, se abrió la de los protestantes. Se estableció entonces un cordón sanitario de libros en censura y la prohibición tajante de estudiar fuera de España.

Las universidades, hasta ese momento en la vanguardia europea, se cerraron sobre sí mismas dedicándose en exclusiva a la enseñanza tomista lo que explica que, habiendo tantas universidades, no apareciera ni rastro de ciencia hasta el XVIII.

La actividad del Santo Oficio evidentemente variaba en intensidad dependiendo de las necesidades políticas y del celo del Inquisidor General, quien a veces, se enfrentaba al monarca. Así ocurrió, por poner algún ejemplo, con el arzobispo Carranza, amigo de Carlos V o el doctor Laguna, o Arias Montano, el sabio amigo y representante político de Felipe II, todos ellos marranos o sospechosos de simpatizar con la Reforma.

En sus momentos álgidos, todo aquel que destacaba o innovaba en cualquier actividad era sospechoso para la Inquisición y las consecuencias eran siempre dramáticas. Las actividades intelectuales provocaban la sospecha de la Inquisición y sus familiares. Ese miedo a destacar impregnó la cultura.

Es innegable que la Inquisición logró frenar la difusión de ideas (incluidas las científicas) y contribuyó muy eficazmente en la creación de unas élites con aversión al riesgo y la innovación. Es curioso comprobar que en literatura española la figura del rústico no se utiliza con desprecio, al contrario de lo que ocurre en el resto de Europa; ¡ser campesino era garantía de no descender de judío! Como ascensor social la raza se valoraba más que el mérito (al igual que en el resto de Europa). Creo que no hubo en Europa ninguna institución represora cuya eficacia e impacto duradero sobre la sociedad fuera comparable al de la Inquisición española. Intentar blanquearla echando mano al número de brujas que se quemaron en Europa, es ridículo: quemar brujas, seres en el margen de la sociedad, no tiene ningún impacto social. La Inquisición no actuó en los márgenes sino en el núcleo duro, en la parte más dinámica de la sociedad española.

Conviene destacar que estamos tratando un proceso largo, que tiene vaivenes y contradicciones. Y resistencias sociales: eso fueron las guerras de los Comuneros, las Germanías, los Irmandiños, ...

Hasta la primera mitad del XVI Castilla, respecto a Europa, es una sociedad relativamente “progre” en términos de tolerancia religiosa, apertura de sus universidades a los nuevos descubrimientos, salida de estudiantes y doctores a las universidades europeas... A título de ejemplo, es el. único reino donde triunfan las ideas reformistas de Erasmo. Hay debates sobre cómo actuar con los indios, hay resistencia armada respecto a los planes imperiales de Carlos, ...pero a mitad de siglo ya todo ha cambiado de forma definitiva. Castilla se ha convertido en la gran potencia que defiende con la espada y el dinero el catolicismo frente a la Reforma. Es una sociedad cerrada sobre sí misma, religiosamente fanatizada, una religiosidad fundamentalmente externa para evitar sospechas, socialmente temerosa, en la que ya no es posible un mínimo de discrepancia.

A partir de 1550, los reinos hispanos se habían separado durante dos siglos de las corrientes que formarían la Europa Moderna. Y, evidentemente, la Inquisición fue un factor, no el único, pero decisivo, de este retroceso. A principios del XVII, algunos dirigentes denunciaban la dificultad de encontrar gente capacitada para asumir los cargos políticos en aquellos difíciles momentos.

Mientras, en Europa, las cosas tampoco iban bien. Durante el XVI y XVII los franceses emigraban a España donde los salarios eran mejores. Su nobleza de armas había entrado en decadencia definitiva: sin Imperio dónde colocar a los vástagos, las guerras de religión fueron su lugar para desahogar sus energías. Al estar la sociedad dividida, fue imposible el desarrollo de monopolios religiosos o censuras eficaces. Donde no existe unidad religiosa florece la libertad de pensamiento. Sus reyes, al carecer de recursos financieros como la plata de América, tuvieron que proteger la creación de manufacturas sobre las que imponer tasas que financiarán el estado. Y así nació una nueva aristocracia, la del dinero, enemiga mortal de la nobleza de espada. Son la base de la burguesía esencialmente ciudadana.

En Inglaterra, la confrontación con España hizo nacer el sentimiento nacional basado en un antipapismo militante. La existencia de una clase mercantil poderosa y una baja nobleza con intereses enfrentados a los de la monarquía se resolvió en el XVII con una guerra civil en la que el rey perdió la cabeza. Costó lo suyo, pero se consiguió la tolerancia religiosa y fue el país que, junto con Holanda, primero consiguió una preeminencia de la clase mercantil, base de la posterior eclosión del capitalismo.

Partir de 1640 la monarquía de los Austrias se hundió. Con La Paz de Westfalia, en 1658, dejó de ser una potencia. Cuando en 1700 muere Carlos II sin descendencia, Austria, Inglaterra y Holanda se confabularon para repartirse, no solo el Imperio español, sino los propios territorios peninsulares. Si no ocurrió fue porque intervino Luis XIV defendiendo los intereses familiares.

La entrada de los Borbones con el siglo XVIII implica un intento, parcialmente fallido, de modernización del país. Centralizan el país, que ya se llama oficialmente España, y lo abren al influjo europeo y las ideas de la Ilustración. Eso sí, con gran resistencia de una numerosa parte de las élites castizas, la casi totalidad de la gran nobleza. El lema de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” se llevó a rajatabla. Las reformas que se llevaron a cabo, lo hicieron con una resistencia implacable de la mayoría del pueblo, ideológicamente fanatizado por la Iglesia. No fue posible acabar con la Inquisición ni emprender la necesaria desamortización. Pero la mera existencia de sociedades de fomento como “los amigos del país” indica la pervivencia y crecimiento de unas élites urbanas homologables a las europeas. Los esfuerzos por disminuir la fuerza de la Iglesia en la educación de las élites aunque loables fueron insuficientes si juzgamos por el atraso del sistema universitario respecto al europeo. Ya que estamos, también encuentro reseñable como una parte de las élites va creando en el pueblo un odio a los ministros italianos o franceses, odio a lo extranjero en el que veo la base del posterior nacionalismo.

Resumiendo, en el XVIII, España se recupera con el rango de media potencia, abierta a los aires de Europa, donde ocurren cosas parecidas a las que pasan allí, y con unas élites que han mejorado respecto a las desastrosas del XVII. Por supuesto, el retraso acumulado es tan grande que fue imposible emprender reformas radicales que pusieran al país al día.

Al contrario de lo que es opinión general, a principios del XIX, hubo en Europa un movimiento general de simpatía con el “pueblo español” (que no con sus élites). Sobre todo, entre los intelectuales alemanes, sus jóvenes nacionalistas, incluso Marx que escribió un ensayo titulado “Revolución en España” pero también en Inglaterra, convertida en refugio de los liberales españoles y en Italia. La Guerra de la Independencia, brindaba a Europa un espectáculo desconocido: un pueblo en armas luchando por su libertad, de forma espontánea y total. Los nacionalistas (que en aquella época eran los progresistas) acababan de elaborar el concepto “pueblo” y veían en el español la encarnación de sus ideas, algo que mostrar como posible a sus propios paisanos.

Por aquí, las cosas se desarrollaron como por allá. Tuvimos nuestras revoluciones, que solían explotar al tiempo que las europeas y fracasar poco más que allí. Tuvimos una guerra civil que duró hasta el último cuarto de siglo entre partidarios del antiguo régimen y liberales. Tuvimos unos intentos de capitalismo que solo echaron raíces en el País Vasco y Cataluña. En fin, aquí la cosa transcurrió con la normalidad que se puede esperar de la situación de partida de un país pobre y culturalmente atrasado, pero dentro de las corrientes europeas. Nuestra situación periférica, de escasa importancia geopolítica, nos libró de nacionalismos peligrosos que en el siglo posterior devinieron en catástrofes.

Tal vez, podría ser un hecho diferencial lo exagerado de las derrotas y los “vicios”. En aquellos tiempos románticos, España era hiperbólica. Por ejemplo, llamaba la atención a nuestros colegas europeos el excelso grado de corrupción alcanzado por la sociedad española (en sus países era también notable). Fernando VII vende su reino a Napoleón; le sigue su mujer la Regente María Cristina, que murió en el exilio expulsada por escándalos de corrupción. Su hija Isabel es destronada por La Gloriosa por continuados escándalos de corrupción compartidos, eso sí, por la casi totalidad de sus ministros y hombres de negocio (el marqués de Salamanca, Narváez, Serrano...). Su hijo, Alfonso XII accede al trono mediante un golpe de estado; murió joven y no tuvo tiempo para escándalos. Le sigue Alfonso XIII que perdió el trono, entre otras cosas, por el expendiente Marina, el chanchullo de medicinas en la Guerra de África. Recupera el trono Juan Carlos y, con él, las aficiones familiares...

Después de esta breve digresión histórica solo queda concretar:

  1. Queda demostrado que contestar la pregunta es labor que excede mis capacidades. Soy incapaz de definir “cutre” y menos de limitar el concepto élite.

  2. Tengo mis dudas de que, en esta época, existan diferencias cualitativas entre los burgueses que se deriven del lugar de nacimiento. Sus valores compartidos son los capitalistas de optimización de beneficios y conciencia de clase. Si a unos les gustan los toros y a otros los harenes son diferencias de gusto culturales superficiales bastante inocuas.

  3. Si por “cutre” entendemos una determinada estética, cómo podría ser el señoritismo, creo que no es propiedad exclusiva suya y que depende de la sociedad en que viven. Es evidente que existen diferencias entre educarse en Harvard o sacarse un título de esa universidad en Aravaca.

  4. Las élites, como la sociedad, se mueven por incentivos económicos principalmente. Por ejemplo, ser hidalgo implicaba exención de impuestos.

  5. Pensar que dos siglos de atraso cultural no dejan huella en el presente es un ejercicio de optimismo muy saludable. Ayuda a entender la actual influencia de la Iglesia en el sistema educativo español. La alta burguesía sigue enviando a sus cachorros a las universidades de la Iglesia.

  6. El peor funcionamiento de las instituciones respecto a países de nuestro entorno y la percepción que el ciudadano suele tener del Estado como una estructura ajena y extractiva, también creo que deben mucho a esos siglos. Una burguesía dependiente de los presupuestos de un Estado cuyas instituciones funcionan tarde y mal, es racional al elegir la corrupción como modalidad de enriquecimiento.

  7. Que Mario Conde, Gil o Rato sean arquetipos del burgués español, no es aberración sino fruto lógico de los valores de la sociedad en la que se asientan, basada la especulación inmobiliaria o financiera.

En fin, doy por terminada esta breve disertación con un resultado no acorde con el buscado, reducir la incertidumbre, sino el contrario, aumentar las dudas. Pero el paseillo por la historia puede que nos ayude a comprender por qué son difíciles de contestar preguntas fáciles de enunciar.








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