LA OLA REACCIONARIA

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Antonio Sánchez Nieto. 


Parte de la izquierda quita hierro al desastre electoral en Madrid describiéndolo como una epidemia pasajera limitada a esta Comunidad; algo así como una endemia centralista. Una diagnosis disparatada porque lo de Madrid es parte de una pandemia reaccionaria.

A las plagas se las suele combatir con aislamiento y vacuna. En España, el aislamiento, cuando ya una parte importante de la población estaba infectada, duró poco: la derecha institucional pronto cayó en la tentación de recuperar sus antiguos votantes emigrados a VOX concediéndoles estatus de respetabilidad.

Sin duda, la vacunación masiva es la medida mas eficaz. Consiste en inocular masivamente partes rebajadas del mismo virus para así contener la enfermedad. Pero, a veces, produce efectos secundarios: si a una sociedad se le hace tolerar ciertos valores repugnantes de la ultraderecha (por ejemplo, considerar a los emigrantes indeseables, como hace el partido socialdemócrata gobernante en Dinamarca) la causa de los xenófobos antisistema se debilitaría. Según esta tesis, llamada política de apaciguamiento, la forma más eficaz de integrar a los antisistema es convirtiendo el sistema en xenófobo. Se trata de conseguir la inmunidad de rebaño contaminado…

Lo que no evita la vacunación es que el virus ultraconservador sea ya una epidemia que reaparecerá periódicamente mientras no se traten sus causas, perfectamente visibles, aunque no reconocidas: incremento acelerado de las desigualdades sociales, avería del ascensor social, descrédito de las elites y gran parte de las instituciones democráticas, graves limitaciones en el crecimiento de un modelo capitalista incapaz de cubrir ya los deseos del consumidor… el miedo al futuro, La Grande peur del siglo XXI.

Es el Gran Miedo al futuro, que comenzó hace cuarenta años, lo que mueve a una parte creciente de la población a desplazarse fuera de los márgenes de un sistema que percibe que ya no les protege. No confían en sus elites que, a su vez, les desprecian llamándoles populistas:  dicen que su precio baja porque ya no son necesarios, son redundantes. Mientras los votantes tradicionales de izquierdas se sienten traicionados por sus elites y se abstienen, los de derechas se radicalizan.

Paradójicamente, las masas reaccionarias no cuestionan el sistema económico, causa de sus males: todos los partidos de extrema derecha son ultraliberales en lo económico.

Si el conservadurismo, históricamente, es una ideología, nacida en la Revolución Francesa, con la que las elites defienden sus privilegios, ¿por qué millones de desheredados y, a veces, la mayoría de una sociedad les apoya? ¿Cómo funciona la mentalidad ultra?

Centrándonos exclusivamente en la mentalidad, que no tiene por qué obedecer a causas objetivas, se observa:

  • El conservadurismo es una reacción defensiva provocada por el miedo a perder poder de quienes lo tienen como propietarios, en el ámbito de la familia, en el trabajo, en las instituciones, etc...
  • La inmensa mayoría de las personas son propietarias de algo (el 80% de los españoles son propietarios de vivienda) o ejercen su poder en distintos ámbitos, como el familiar (se dice que “todo hombre es un rey en su casa”).
  • El conservador teme más a quien tiene por debajo en la escala social que a los de arriba. Siempre sospecha que los de abajo le quitarán derechos. Ama la jerarquía como el orden natural de las cosas. Es una “persona de orden”.
  • El conservador, aun el que se sabe elegido por la fortuna, siempre se siente víctima. Considera víctimas a quienes perdieron sus esclavos, a los príncipes rusos exiliados o a Maria Antonieta…
  • Generalmente su victimismo individual lo trasciende al colectivo. Así los obreros blancos empobrecidos de los estados del Sur de EE. UU. se sienten amenazados por los colectivos negros o hispanos, o los machistas por las mujeres, o gentes de clases bajas en Europa por los emigrantes, o los sunitas por los chiitas, o los secesionistas catalanes por los andaluces, o los paduanos por los sicilianos… Siempre existe un colectivo humano que tiene otro de más bajo estatus social al que percibe como amenaza.
  • Los conservadores aman la libertad…, pero de forma excluyente. Saben que la libertad es un principio de suma cero: la libertad de los esclavos restringe sus derechos de propiedad, los derechos de los obreros implican el debilitamiento de la libertad del patrón, la libertad de la mujer debilita la libertad del padre de familia… ¡La libertad de las masas es libertinaje!
  • El conservador, aun manteniendo la esencia de su mentalidad, tiene gran capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Pocos se atreven hoy a reivindicar un racismo supremacista, como hacía ayer Churchill, pero son millones los blancos que consideran injustas las políticas de discriminación positiva.

Resumiendo, el conservadurismo tiene una base social muy amplia con una ideología flexible.

En este sustrato ideológico, a veces, cuando la sociedad se siente amenazada por una gran crisis, una parte del conservadurismo se sublima y la razón se ve sustituida por la pasión. Lo que aparece es algo totalmente diferente. Suele ser la nación o la patria el imán identitario que condensa las frustraciones, miedos, iras o ensoñaciones de millones de personas que han dejado de creer en la política (dicen en los políticos). A principios del siglo XX fue el nacionalismo quien condujo a la matanza de la Gran Guerra que fue continuada por el fascismo en la II Guerra Mundial.

Lo de ahora, que llamamos, en mi opinión incorrectamente, fascismo, es diferente. Para empezar, carece de un corpus ideológico común que trascienda las fronteras, como ocurría en  el decenio de 1930 Poco se parecen las variantes ultras de Polonia, Hungría, Francia, EE. UU., Brasil o España. Sin embargo, es fácil detectar, en el sustrato del miedo al progreso, una comunión de filias, fobias y valores como son:

  • La patria como elemento identitario frente a la clase. Esa identidad es exclusiva y excluyente. El amor a la patria se concreta en el odio al otro. Ese otro ha de ser previamente degradado como colectivo en su humanidad. El nacionalista, individual o colectivamente como parte de un colectivo étnico o cultural ha de sentirse superior al otro, sea este emigrante, refugiado, indígena, charnego, moro, gitano, judío…

Quien no comparta esa pasión queda excluido para convertirse en un mal español, mal americano, mal alemán

  • Si, en la mentalidad conservadora, el héroe se personifica en el capitán de empresas o ejecutivo ganador, en la ultra es el hombre (a veces, mujer) providencial, el caudillo (no necesariamente militar) que les sacará del naufragio a base de virilidad heroica.
  • El ultra puede despreciar a sus elites por blandengues, pero no puede evitar su veneración por el orden jerárquico en la sociedad: lo considera el orden natural de las cosas (un ultra monárquico puede odiar a unos reyes corruptos al tiempo que ofrece su vida por la monarquía).
  • Dada la importancia de la simbología en una mente emocional, el ultra necesita un Satán en el que concentrar su odio. Un mal absoluto que no necesita explicación. Para el fascismo, fue el judío y su pariente, el comunista. Ahora, resuelta la cuestión judía, solo queda el comunista. Poco importa la realidad de la amenaza; el comunismo es un fantasma cuya existencia no necesita prueba. ¿Cómo convencer a un seguidor de Abascal, Ayuso, Trump, Bolsonaro… que la Guerra Fría acabó hace unos treinta años con la derrota total de la amenaza comunista?
  • El culto a la violencia, física o verbal, constituye la parte esencial de su visión heroica de la vida.

Este derechismo hiperbólico, con líderes exhibiéndose con morrión de conquistador, puede mover al desprecio. Pero sería más útil tratarlo como un signo de una sociedad que enferma.

Frente a estos movimientos, a la izquierda no le cabe más táctica que el enfrentamiento ideológico, cuidando de no contaminarse de la violencia. Cualquier intento de apaciguamiento podría acabar como aquel del año 1933, con todos los diputados socialdemócratas del Reichstag aplaudiendo a Hitler en su última sesión.

Mientras tanto… la izquierda debería aprovechar su estancia en el poder para promulgar leyes y poner en marcha proyectos que les ayudasen a recuperar entre las masas la confianza perdida. Será un proceso muy lento.

Me temo que, pasados los efectos estimulantes en la economía de las ayudas contra la pandemia, la izquierda necesitará afrontar una situación económica y social nueva, agravada con problemas ecológicos inaplazables, en una economía estancada incapaz de satisfacer la voracidad de consumo de sus ciudadanos. Confío en que la izquierda asuma con lucidez que probablemente estamos en vísperas de un cambio de civilización en que el homo oeconomicus sea relevado por el homo ecologicus.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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