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¿ES EL FEMINISMO UN MOVIMIENTO PROGRESISTA?

Pedro Espino Hurtado

Del colectivo Hormigas Rojas

Se suele definir el feminismo como una doctrina que defiende la igualdad política, económica y social entre los sexos, expresándose a través de una actividad organizada para alcanzar los derechos de las mujeres. Es probable que haya habido momentos en que esto fuera así y que haya personas que lo crean sinceramente. Para responder con rigor a la pregunta que se hace en el título de este texto, habría que especificar el momento histórico del que se está hablando. En la literatura feminista es habitual precisar cuatro olas de este movimiento, que se pueden resumir y delimitar temporalmente:

Primera ola

Siglo XIX y principios del XX. Su objetivo son los derechos legales y políticos, negados a las mujeres, y en ella destacan las sufragistas del Reino Unido y EE. UU.

Segunda ola

Decenios de 1960 a 1980. El movimiento se centra en las desigualdades estructurales, en los llamados derechos reproductivos (anticoncepción, aborto…) y en la concienciación sobre la violencia doméstica.

Tercera ola

Decenio de 1990 y principios de 2000. Las reivindicaciones están peor definidas que en las dos olas previas, y se cuestionan los papeles tradicionales de hombres y mujeres. Se produce una profusión de los términos ‘género’ y ‘patriarcado’ (en España esto ocurrirá con posterioridad, y solo en los últimos años), y se emplea el vocablo ‘interseccionalidad’ para referirse a discriminaciones multifactoriales simultáneas por el sexo/género, el origen étnico, la religión, la discapacidad, el peso, el aspecto, la edad… (en realidad, este término se acuñó en 1989 y, vista la amplitud de sus categorías, es difícil que haya alguien a quien no le afecte alguna ‘discriminación interseccional’).

Cuarta ola

Decenio de 2010 hasta la actualidad. Aquí destaca el uso de las redes sociales para denunciar el acoso, la violencia y la desigualdad (conceptos que muchas veces están mal acotados y definidos). El fenómeno estadounidense del #MeToo es un paradigma de esta ola, con copias más o menos afortunadas en otros países.

En los países desarrollados y democráticos, donde el movimiento feminista es más fuerte, a partir de la segunda ola no existe ya una discriminación normativa por mucho que se siga hablando de la defensa de los derechos de las mujeres.

Por lo que respecta a algunas individualidades, no se consideraban feministas Marie Curie, Alexandra Kolontái (la primera mujer que ocupó un cargo ministerial en Europa y, posteriormente, la primera mujer embajadora), Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Inessa Armand, Nadezhda Krúpskaya, Federica Montseny (quien rechazaba el feminismo burgués, ya que la emancipación de las mujeres debía ir acompañada de una transformación radical de la sociedad hacia el anarquismo), Dolores Ibarruri, Jane Austen, Ayn Rand, Doris Lessing, J.K. Rowling, Camille Paglia…

Por otro lado, hay casos de verdaderos iconos del feminismo cuya trayectoria vital deja bastante que desear. Por ejemplo, la escritora inglesa Virginia Woolf mantuvo una relación clasista con quien fue su criada durante 18 años, Nellie Boxall, que le permitía liberarse por poco dinero de las tareas domésticas, y de quien menospreció su imposibilidad de votar porque no cumplía los requisitos que la Cámara de los Lores exigió en 1918 para conceder el voto a las británicas (Woolf sí los cumplía). Otro ejemplo es el de la filósofa francesa Simone de Beauvoir, quien mantuvo relaciones sexuales con chicas menores de edad, alguna de ellas alumna, lo que le costó su expulsión del sistema de Educación Nacional de Francia.

Mi posición es que, en los países avanzados y democráticos, el feminismo ha dejado hace mucho tiempo de ser un movimiento progresista para convertirse en una corriente que, partiendo de enfoques no universalistas, emplea la demagogia y el populismo dirigidos solo a una parte, por grande que sea, de la población. Se trata de un feminismo identitario —al que podríamos denominar 'neofeminismo’— en contraposición con lo que algunos llaman ‘feminismo de la equidad’.

Es posible señalar algunas características del feminismo contemporáneo identitario, que es sin duda el realmente existente hoy:

Victimismo. Creo que se trata de la característica más importante del feminismo. Este se basa en la aparente pertenencia a un organismo supraindividual: «Si tocan a una, nos tocan a todas». Las mujeres serían, por definición,  un colectivo víctima, y como todos los victimismos, el movimiento suele adolecer de la falta de unas reivindicaciones nítidas que se demandan a una autoridad concreta. Un ejemplo claro fue el de la convocatoria de una huelga de mujeres el 8 de marzo del año 2018 en España, que, con excesivo optimismo, se ha querido poner como hito internacional. No había exigencias concretas y no se sabía a quién iban dirigidas. Como las convocadas a la huelga eran todas las mujeres, la reina Letizia dejó en blanco su agenda ese día. El victimismo feminista ha sido productivo en la confección de un glosario, cuyos términos no siempre son fáciles de definir: techo de cristal, feminicidio, brecha de género, numerosos sintagmas que incluyen la palabra ‘género’, patriarcado, derechos de las mujeres, manosfera, microagresiones…

Impostura de sus protagonistas. Las figuras que destacan en el movimiento feminista se atribuyen con una pasmosa facilidad —es ubicuo el empleo de la primera persona del plural, ‘nosotras’— daños o perjuicios que no les corresponden. Con ocupaciones frecuentes como políticas profesionales, profesoras, periodistas, juristas o psicólogas expertas en género…, su estatus personal está bastante por encima del que disfruta la mayoría de los varones.

Culpación colectiva. Si se parte de la existencia de un colectivo víctima, el corolario consiguiente es que el resto, es decir, la población masculina, constituye un colectivo victimario. Este razonamiento puede parecer hiperbólico, pero en nuestro medio así lo han manifestado, por ejemplo, una conocida escritora («el constante genocidio de media humanidad») y una exministra de Justicia («la mitad de la población vierte violencia sobre la otra mitad»).

Nostalgia de discriminaciones reales pasadas. Una consecuencia del victimismo es la constante apelación a injusticias ya superadas (insisto en que me estoy refiriendo a países democráticos, no a Afganistán o Arabia Saudí), como derecho al voto, permisos maritales o leyes discriminatorias.

Rechazo de la presunción de inocencia de los varones. El movimiento feminista acepta, de entrada, que son ciertas las acusaciones de abusos, maltratos, etc., contra un varón. Existe un conocido eslogan que lo ilustra.

Oposición a que se juzguen sus testimonios. Se ha acuñado el término de ‘revictimización’ para la exigencia de no tener que repetir en sede judicial una declaración previa. Se defiende que lo declarado inicialmente es cierto y no cuestionable.

Perspectiva de género en España. Se trata de una visión sesgada en función del sexo, justo lo contrario de lo que el movimiento dice defender. Por ejemplo, en la denominada Ley del solo sí es sí (Ley Orgánica 10/2022), cuyo texto tiene un marcado componente ideológico en el que se meten en el mismo saco violaciones, supuesto acoso con connotación sexual, prostitución, ablación del clítoris…, se acepta la inversión de la carga de la prueba, la presunción de veracidad a las mujeres, el «acceso prioritario de las víctimas de violencias sexuales al parque público de vivienda y a los programas de ayuda de acceso a la vivienda» con la consiguiente discriminación de otras víctimas de violencia. Ocurre lo mismo con el tratamiento especial a funcionarias víctimas de violencia sexual en lo que respecta a excedencias y reordenación del tiempo de trabajo.

Cuotas de paridad. Se defiende como un hecho encomiable y exigible la paridad de sexos en instituciones como gobiernos, parlamentos, consejos de administración, etc. La gran falacia introducida aquí con éxito es pretender que el hecho de que haya más mujeres en el consejo de administración de una gran empresa beneficia a todas las mujeres y no a las que se encuentran en las proximidades. La consecuencia que se deduciría de ese razonamiento es que a mí, individuo varón, me favorece el hecho de que exista una mayoría de hombres en los centros de poder político o económico.

Lucha por la igualdad. Otra idea que ha obtenido también un gran éxito es la implementación, dentro de los poderes ejecutivos, de departamentos que buscan conseguir la ‘igualdad’, pero que solo se ocupan de las diferencias, reales o supuestas, entre mujeres y hombres. Así, desde la Comisaría de la Unión Europea, pasando por ministerios, consejerías de comunidades autónomas y concejalías, las carteras, prácticamente siempre ocupadas por mujeres, parecen concebir solo dos grupos desiguales entre sí, hombres frente a mujeres (estas últimas en posición de desventaja), pero con miembros iguales dentro de cada uno de ellos. El concepto de clase social, que debería ser axiomático para la izquierda, no existe para estos órganos ejecutivos.

Misoginia/Misandria. A pesar del empleo profuso del término ‘misoginia’, yo sostengo que la misandria está bastante más extendida que su contraparte misoginia, aunque esta palabra se utilice con mucha más alegría para etiquetar posturas u opiniones que, aunque tengan un componente sexista, no se pueden considerar como indicativas de «aversión a las mujeres», que es lo que significa misoginia. La facilidad con la que muchas feministas echan mano, venga o no a cuento, de expresiones manidas como machismo, terrorismo machista, patriarcado, testosterónico, masculinidad tóxica, señoros…, constituye en mi opinión una manifestación de misandria.

Pensamiento mágico. Esto es especialmente llamativo en la pretensión de crear una neolengua que supuestamente producirá una modificación de la realidad. Así, se abusa de la duplicación de género o del mal llamado ‘lenguaje inclusivo’ —cometiendo generalmente grandes errores sintácticos— y se acuñan palabras o expresiones que se suelen copiar acríticamente del inglés. En Suecia, que probablemente era ya uno de los países con cotas más altas de igualdad entre sexos, se acuñó a principios de este siglo un pronombre personal sin género, hen, que pretendía eludir los pronombres masculino, ‘él’ (han), y femenino, ‘ella’ (hon), inspirado en el finés que es un idioma que carece de género. Esta innovación lingüística sueca ha tenido más éxito en los ámbitos oficiales y académicos progresistas que en el lenguaje popular. Otro ejemplo de pensamiento mágico es algo manifestado en la Ley del solo sí es sí española: «El objeto de la presente ley orgánica es […] la erradicación de todas las violencias sexuales».

 

Notas finales

Soy consciente de que las ideas expresadas en este documento pueden ser objeto de críticas, a las que me permito anticiparme:

1.    Los ejemplos individuales que he presentado se pueden considerar interesados y sesgados. Pero, naturalmente, con el empleo selectivo de dichos ejemplos no pretendo demostrar nada —no sería acertado—, se trata solo de casos que considero muy ilustrativos.

 

2.    Podría parecer que niego el papel de los movimientos de mujeres en la mejora evidente de la situación real y legal de la población femenina. No creo que sea así, pero lo que sí me parece difícil es poder afirmar que su papel es el definitivo, ya que el logro de mayores cotas de justicia y la desaparición de las leyes discriminatorias son una parte sustancial del propio progreso social en el que han participado otros agentes, como partidos políticos, sindicatos y ciudadanos en general.

 

3.    A mi juicio, son precisamente los movimientos feministas los que parecen negar el desarrollo cuando se empeñan en invocar situaciones ya superadas: lo que más arriba denominé «nostalgia de discriminaciones reales pasadas».

 

4.    No es desdeñable el hecho de que los movimientos feministas sean más vigorosos precisamente en los países donde ya existe mayor igualdad y en los que han desaparecido las discriminaciones normativas. Y sería oportunista decir que esto es así gracias, exclusivamente, a esos movimientos porque la evolución temporal es la inversa: el gran desarrollo del movimiento feminista ha sido posterior a la desaparición de las leyes discriminatorias: el caso español es paradigmático.

 

 

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