LAS DIMENSIONES DEL TIEMPO
La bóveda celeste se mueve
parsimoniosa. Contemplo cómo las estrellas avanzan a ocultarse en el oeste cómo
si huyeran de la próxima aparición del sol. Es la manifestación del tiempo,
eterno retorno al punto de partida. Allí arriba, en el infinito. Aquí abajo, en
la Tierra. Nacimiento, desarrollo-esplendor, muerte y, de nuevo, emerger para reproducir
el mismo recorrido. Tiempo circular.
Algunas religiones consideran que
este tiempo es un deambular hacia un fin, un paraíso, o un infierno, que está
al final del camino en algún lugar de este extraño universo. Tiempo lineal.
La ciencia, la ciencia observa,
mide, contrasta, constata la línea del tiempo en un solo sentido: segunda ley
de la termodinámica, todo avanza hacia el caos, aumento incesante de la
entropía. Es una ley física. Incontrovertible. Un extraño científico que mostró
al mundo la relatividad y la intercambiabilidad del espacio y del tiempo consideró
a éste “tan sólo una ilusión”. ¿Tal vez quiso decir que no existe?
Aquí, yacente sobre la roca,
siento cada vez más frío. Al principio, cuando me tendí sobre ella, guardaba el
calor recogido del sol durante el día. Ahora lo ha ido perdiendo al ritmo del
avance de las constelaciones. Mi mente considera el tiempo. Porque las galaxias
arrastran sus estrellas y planetas hacia el ocaso; porque la piedra sobre la
que estoy recostado va perdiendo calor; porque mis pensamientos van hacia el
futuro, retroceden al pasado, se estancan en el presente. Soy en el tiempo, en
este instante en que una estrella fugaz se lanza contra las Tres Marías. El
tiempo se la ha llevado. No retornará, desintegrada en la atmósfera terrestre.
Se desvaneció esa ráfaga de luz
perturbadora del cosmos, del orden. Allí arriba no reina la armonía, suceden
fenómenos turbulentos, incomprensibles, desde aquel instante en el que el
espacio comenzó a crecer cada vez a más velocidad dando origen al nacimiento
del tiempo. Torbellino que arrebuja espacio y tiempo, uno y otro no pueden
existir independientes; se necesitan para expandirse hasta crear la vida, y
seguir dilatándose para construir la conciencia y …
Necesito tiempo para repasar los
recuerdos. Nostalgias de personas que pasaron por aquí, llenas de ilusiones y
sueños. Las veo en mi mente cristalizadas en el tiempo que huye hacia el
infinito, como los insectos atrapados en el ámbar. El tiempo es dolor por lo
que fue siendo ya sólo un recuerdo que se difumina en una lejanía cósmica hasta
desaparecer en el olvido. Cronos, devorador de todo, vence a Aión, el instante
eterno, el presente permanente.
¿Qué dios elijo para atravesar el
puente de mi vida? ¿Cronos, ese dios que lo destierra todo al olvido? ¿Kairós,
el que atrapa el tiempo propicio, capturador de momentos oportunos que traen abundancia?
¿Aión, el de los placeres súbitos e inolvidables, la permanencia en la
eternidad? Cronos creador de la segunda ley de la termodinámica, desgarramiento
de la estructura espacio-tiempo y su contenido. Kairós y Aión, proporcionan
momentos por los que merece la pena vivir.
Me aburro. No tengo tiempo. Qué
rápido pasa el tiempo. O, qué lento. Dejar correr el tiempo, no saber qué hacer
con él; el deseo de apresarlo todo, ¿para qué?; cruzar de prisa todos los
caminos sin pararse a contemplar el árbol que cimbrea el viento; la lentitud
desesperante del trabajo que requisa el tiempo. Sin control de mi tiempo no
puedo controlar mi vida. Si no manejo mi vida soy esclavo. El tiempo portador
de vida. Tiempo para construir poesía encubridora de realidades perecederas.
El grito desgarrador de una rapaz
nocturna pone fin a mi tiempo de ensueño. Abro los ojos para ver un cielo
nuevo. El anterior ha desaparecido barrido por el tiempo. En pie, camino de
casa. La realidad. Nosotros incrustados en el tiempo, como una gota de agua en
un cristal de hielo. El espacio-tiempo, el tiempo-espacio esa insólita
estructura que nos arrastra. Ignoramos cómo funciona. Su naturaleza es uno de
los grandes misterios ocultos a la mente humana. Sabemos que se frena si
aumenta la velocidad, que es más lento en el valle que en lo alto de la
montaña, poco más. Los misterios del tiempo conciernen a lo que somos más que lo
que incumben al cosmos.
Son las limitaciones de la mente
humana las que impiden observar y comprender esa ilusión a la que llamamos
tiempo. Aunque tal vez el problema sea otro, que responde a la pregunta ¿qué
somos? ¿Seremos solamente la solución a alguna ecuación cósmica? ¿Un mero
resultado a un planteamiento matemático que define la estructura espaciotemporal?
Posiblemente el tiempo no sea más
que un conjunto de momentos, estructura corpuscular, como el resto del
universo. Como la luz.
Quizá sólo podamos conformarnos con lo expuesto en el libro
del Eclesiastés de la Biblia cristiana, o de El Tanaj o Mikrá hebreo:
“Todo tiene su momento,
y todo tiene su tiempo bajo el sol.
Hay tiempo de nacer y tiempo de morir;
tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar y tiempo de curar;
tiempo de destruir y tiempo de edificar;
tiempo de llorar y tiempo de reír;
tiempo de lamentarse y tiempo de danzar;
tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas;
tiempo
de abrazarse y tiempo de separarse;
tiempo de buscar y tiempo de perder;
tiempo de guardar y tiempo de tirar;
tiempo de rasgar y tiempo de coser;
tiempo de callar y tiempo de hablar;
tiempo de amar y tiempo de aborrecer;
tiempo de guerra y tiempo de paz” (Ecl. 3, 1-8)
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