LAS DIMENSIONES DEL TIEMPO

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 Gabriel Moreno Jiménez


Vivo en una inmensa antena parabólica. Natural, formada por un círculo de montañas. Diámetro, treinta kilómetros. Once y treinta de la noche. Luna nueva, oscuridad absoluta. Negrura imposible. Miles de estrellas lanzan su luz sobre esta parábola. Doce de la noche, cero horas. Estoy en el foco de la parábola. Sobre una gran lancha de granito. Tumbado de espaldas sobre la roca contemplo el cielo. Todo está en su sitio. Orión y su célebre cinturón, en perfecta armonía, surgiendo por encima de El Calvitero. Zona sur. Cruzo los brazos sobre el pecho con la infundada ilusión de protegerme del frío que trae el viento del norte. Aquí las noches son frías e inmarchitables. Como si atraparan los objetos, y todo lo expuesto, en un cristal de viento congelado.

La bóveda celeste se mueve parsimoniosa. Contemplo cómo las estrellas avanzan a ocultarse en el oeste cómo si huyeran de la próxima aparición del sol. Es la manifestación del tiempo, eterno retorno al punto de partida. Allí arriba, en el infinito. Aquí abajo, en la Tierra. Nacimiento, desarrollo-esplendor, muerte y, de nuevo, emerger para reproducir el mismo recorrido. Tiempo circular.

Algunas religiones consideran que este tiempo es un deambular hacia un fin, un paraíso, o un infierno, que está al final del camino en algún lugar de este extraño universo. Tiempo lineal.

La ciencia, la ciencia observa, mide, contrasta, constata la línea del tiempo en un solo sentido: segunda ley de la termodinámica, todo avanza hacia el caos, aumento incesante de la entropía. Es una ley física. Incontrovertible. Un extraño científico que mostró al mundo la relatividad y la intercambiabilidad del espacio y del tiempo consideró a éste “tan sólo una ilusión”. ¿Tal vez quiso decir que no existe?

Aquí, yacente sobre la roca, siento cada vez más frío. Al principio, cuando me tendí sobre ella, guardaba el calor recogido del sol durante el día. Ahora lo ha ido perdiendo al ritmo del avance de las constelaciones. Mi mente considera el tiempo. Porque las galaxias arrastran sus estrellas y planetas hacia el ocaso; porque la piedra sobre la que estoy recostado va perdiendo calor; porque mis pensamientos van hacia el futuro, retroceden al pasado, se estancan en el presente. Soy en el tiempo, en este instante en que una estrella fugaz se lanza contra las Tres Marías. El tiempo se la ha llevado. No retornará, desintegrada en la atmósfera terrestre.

Se desvaneció esa ráfaga de luz perturbadora del cosmos, del orden. Allí arriba no reina la armonía, suceden fenómenos turbulentos, incomprensibles, desde aquel instante en el que el espacio comenzó a crecer cada vez a más velocidad dando origen al nacimiento del tiempo. Torbellino que arrebuja espacio y tiempo, uno y otro no pueden existir independientes; se necesitan para expandirse hasta crear la vida, y seguir dilatándose para construir la conciencia y …

Necesito tiempo para repasar los recuerdos. Nostalgias de personas que pasaron por aquí, llenas de ilusiones y sueños. Las veo en mi mente cristalizadas en el tiempo que huye hacia el infinito, como los insectos atrapados en el ámbar. El tiempo es dolor por lo que fue siendo ya sólo un recuerdo que se difumina en una lejanía cósmica hasta desaparecer en el olvido. Cronos, devorador de todo, vence a Aión, el instante eterno, el presente permanente.

¿Qué dios elijo para atravesar el puente de mi vida? ¿Cronos, ese dios que lo destierra todo al olvido? ¿Kairós, el que atrapa el tiempo propicio, capturador de momentos oportunos que traen abundancia? ¿Aión, el de los placeres súbitos e inolvidables, la permanencia en la eternidad? Cronos creador de la segunda ley de la termodinámica, desgarramiento de la estructura espacio-tiempo y su contenido. Kairós y Aión, proporcionan momentos por los que merece la pena vivir.

Me aburro. No tengo tiempo. Qué rápido pasa el tiempo. O, qué lento. Dejar correr el tiempo, no saber qué hacer con él; el deseo de apresarlo todo, ¿para qué?; cruzar de prisa todos los caminos sin pararse a contemplar el árbol que cimbrea el viento; la lentitud desesperante del trabajo que requisa el tiempo. Sin control de mi tiempo no puedo controlar mi vida. Si no manejo mi vida soy esclavo. El tiempo portador de vida. Tiempo para construir poesía encubridora de realidades perecederas.

El grito desgarrador de una rapaz nocturna pone fin a mi tiempo de ensueño. Abro los ojos para ver un cielo nuevo. El anterior ha desaparecido barrido por el tiempo. En pie, camino de casa. La realidad. Nosotros incrustados en el tiempo, como una gota de agua en un cristal de hielo. El espacio-tiempo, el tiempo-espacio esa insólita estructura que nos arrastra. Ignoramos cómo funciona. Su naturaleza es uno de los grandes misterios ocultos a la mente humana. Sabemos que se frena si aumenta la velocidad, que es más lento en el valle que en lo alto de la montaña, poco más. Los misterios del tiempo conciernen a lo que somos más que lo que incumben al cosmos.

Son las limitaciones de la mente humana las que impiden observar y comprender esa ilusión a la que llamamos tiempo. Aunque tal vez el problema sea otro, que responde a la pregunta ¿qué somos? ¿Seremos solamente la solución a alguna ecuación cósmica? ¿Un mero resultado a un planteamiento matemático que define la estructura espaciotemporal?

Posiblemente el tiempo no sea más que un conjunto de momentos, estructura corpuscular, como el resto del universo. Como la luz.

Quizá sólo podamos conformarnos con lo expuesto en el libro del Eclesiastés de la Biblia cristiana, o de El Tanaj o Mikrá hebreo:

“Todo tiene su momento,
y todo tiene su tiempo bajo el sol.
Hay tiempo de nacer y tiempo de morir;
tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar y tiempo de curar;
tiempo de destruir y tiempo de edificar;
tiempo de llorar y tiempo de reír;
tiempo de lamentarse y tiempo de danzar;
tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas;

tiempo de abrazarse y tiempo de separarse;
tiempo de buscar y tiempo de perder;
tiempo de guardar y tiempo de tirar;
tiempo de rasgar y tiempo de coser;
tiempo de callar y tiempo de hablar;
tiempo de amar y tiempo de aborrecer;
tiempo de guerra y tiempo de paz” (Ecl. 3, 1-8)

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