DULCE ET DECORUM EST PRO PATRIA MORI
“Morir por la patria es bello y honroso”. Palabras memorables
de Horacio que, a menudo, embellecen la gusanera. Me explico…
En la sociedad europea, en gran parte racista y colonialista,
produjo extrañeza que un grupo de africanos pudiera aniquilar a un ejército
moderno superior en número. Los precedentes, que existían, no eran tan escandalosos.
Por ejemplo, en la guerra zulú de 1879, en Isandhlwana un ejército
negro de 20.000 hombres aniquiló a otro inglés de 1.300.
Otro tanto, les paso a los italianos en Adowa en la guerra de
Etiopía de 1896, en la que un ejército regular de 20.000 hombres fue aniquilado
por unos 100.000 etíopes semisalvajes.
Pero el caso español era más sorprendente porque el ejército “moderno”, de 20.000 españoles, fue aniquilado por otro siete veces inferior de incivilizados, mal armados, pero bien motivados. En contraste con lo ocurrido en Cuba, un informe oficial reconocía que se había “perdido hasta el honor”.
¿Cómo pudo ocurrir aquello? Realmente, observando el entorno,
no puede considerarse una contingencia inesperada, sino una consecuencia necesaria
de un proceso caótico, de corrupción [1]profunda,
extensa y duradera.
A resultas del tratado francomarroquí de 1912, Francia cedió
a España una zona en el norte de Marruecos carente de interés económico salvo
para un puñado de inversores en minas de hierro y ferrocarriles (amigos del
rey). Estaba poblada por las tribus más indómitas del Magreb, en un Rif seco,
pedregoso y sin caminos, de muy difícil defensa, donde la autoridad del sultán
de Marruecos hacía tiempo que había desaparecido. Ocho años más tarde solo se
había podido establecer una línea de defensa que se extendía ciento veinte kilómetros
hacia el oeste y cincuenta al sur de Melilla, mediante “blocaos” diseminados, muy
deficientemente diseñada y peor construida. Cada blocao tenía una guarnición de unos
veinte soldados y dependían de una serie de fuertes defendidos por alrededor de
un millar de hombres. El total del ejército que la defendía superaba los 25.000
hombres.
Frente a ellos, las cabilas sublevadas sumarían entre 3.000 y
4.000 guerrilleros, organizados en harcas dirigidas por un antiguo funcionario
al servicio de España, Abd el Krim, que conocía perfectamente la situación del ejército
español.
En 1920, el alto comisario
en Marruecos, el enérgico general Damaso Berenguer, decidió adentrarse en esa
parte del Rif hasta conquistar la bahía de Alhucemas. Para ello, desde Melilla,
se iniciaría la invasión dirigida por el general Fernandez Silvestre. Era este
un personaje que hacía honor a su segundo apellido. Valiente y combativo, con más
temperamento que razón, famoso por su afición a las mujeres y odio al moro,
maestro en el trato social, era el arquetipo de militar africanista. Pero,
sobre todo, era un confidente cercano al rey, muy consciente de que no podía
defraudar la atención que le prestaba la corte. Y decidió dar una lección a los
rifeños.
En febrero de 1921,
Berenguer había informado al ministerio de Guerra y a las Cortes de graves
problemas: los soldados estaban mal pagados, alimentados y equipados. El
suministro de material de guerra era muy deficiente y los servicios sanitarios
deplorables. Los barracones y hospitales eran inmundos por lo que las bajas por
paludismo eran muy altas. Eso sí, aunque las condiciones materiales eran malas,
el espíritu marcial de las tropas era bueno, afirmaba.
El informe ocultaba una realidad mucho peor. Para empezar, el
espíritu marcial era inexistente: el nivel general de los mandos era
bajo, muchos de esos oficiales eran incompetentes, indisciplinados y debían su
posición a conexiones familiares. Como la paga era escasa, muchos de ellos
tenían otro trabajo; gran parte de su tiempo lo pasaban fuera de los cuarteles,
en la península o jugando y putañeando en Melilla, y no se preocupaban del
bienestar de sus soldados. Para los soldados rasos, conscriptos sacados a lazo entre
los más pobres de la sociedad, sin dinero para pagar un sustituto (el tributo
de sangre), la vida era un infierno: escasez en equipamiento (calzados con zapatillas
de esparto en aquellos peñascales, sin ropa de invierno), instrucción, comida y
total ausencia de asistencia médica. Su entrega al deber patriótico era racionalmente
nula.
En cuanto a los rifeños, que nunca entendieron la misión civilizadora del hombre blanco invasor de sus tierras, acudieron motivados al llamamiento a la yihad de Abd el Krim, demostrando una inesperada eficacia bélica.
El día 1 de junio de 1921 un destacamento español de 250 hombres, cruzando el río Amerkran, entró en el feudo de Abd el Krim y sitió Abarrán. Los policías aborígenes que los acompañaban se sublevaron matando 170 españoles, incluyendo a su jefe. Ese mismo día se inició el levantamiento general de las cabilas y, ante el cariz que presentaban los acontecimientos, el alto comisionado se trasladó en barco desde Ceuta a Melilla para ordenar a Silvestre que parara la ofensiva. En la entrevista, Silvestre perdió los nervios y estuvo a punto de estrangular a Berenguer.
El 17 de julio los cabileños atacaron la base de Igueriben
que los españoles habían construido a cinco kilómetros del suministro más
próximo de agua. El 21, Silvestre envió desde Annual, la principal base española
en el Rif, una columna de socorro que fracasó perdiendo 152 hombres. Igueriben
fue abandonada a su suerte y sus sedientos defensores masacrados.
Silvestre estaba ya
aterrorizado cuando, preso de su reputación, recibió un telegrama del rey pidiéndole
que tomara Alhucemas como regalo de su cumpleaños, el 25 de julio. Consciente de que ni siquiera Annual podría mantenerse,
el 22 de julio, previa reunion con los oficiales, ordenó una retirada en gran
escala, sin plan alguno salvo que las tropas “se marchasen por sorpresa”. Los
soldados reclutas, ante la alarmante orden de su jefe supremo, rompieron filas
sin que los oficiales impidiesen la estampida. Silvestre, sin idea de que podía
hacer, se limitaba decir a los soldados en desbandada “corred, corred, que ese
diablo está a punto de llegar”. Pero ya había llegado. Todos los blocaos entre
Annual y Melilla fueron cayendo como piezas de dominó, mientras 20.000 fugitivos,
sin segunda línea a la que retirarse, eran masacrados.
No se sabe si Silvestre se suicidó o le mataron. Su segundo,
el general Navarro, logró reagrupar a 3.000 supervivientes en el Monte Arruit,
a treinta kilómetros de Melilla, con la intención de no abandonar a los heridos.
La aviación envió suministros que cayeron todos en campo rifeño. En un fuerte
sin agua y con 167 hombres que ya habían muerto de gangrena por no haber
médicos, cualquier defensa era imposible y Berenguer permitió que Navarro se
rindiera. El 9 de agosto entraron los rifeños en el fuerte y mataron a toda la
guarnición excepto a Navarro y alguno más. Este grupo de personas de calidad se
libró de la suerte de sus subordinados mediante negociación. No tuvo la misma
suerte un grupo de 600 reclutas prisioneros, enfermos, sedientos y hambrientos
por los que Abd el Krim pidió un rescate de un millón de pesetas, que fue
rechazado por el rey con un comentario acorde con su dignidad real “¡Cara está
la carne de gallina!”. Todos fueron fusilados.
Melilla, con solo 1.500 soldados, estaba a merced de Abd el Krim. Afortunadamente los cabileños no formaban un ejército regular y, hartos de sangre y botín, consideraron que matar unos cuantos españoles más no compensaba la pérdida de sus cosechas, pues era tiempo de recolección y, renunciando a entrar en Melilla, volvieron a casa.
El desastre para España fue resonante. Aparte del prestigio y
la totalidad de inversiones en el Rif, se perdieron alrededor de 19.000 vidas (oficialmente
se reconocieron entre 12.000 y 13.000), 20.000 fusiles, 400 ametralladoras y
129 cañones.
La conmoción social fue tal que el gobierno impidió la
publicación de noticias sobre el tema para “que no cundiera el pánico”. Pero no
se pudo evitar la elaboración de un informe oficial, encargado a un militar honrado,
el general don Juan Picasso, que redactó el dramático “Expediente Picasso”
sobre los hechos acaecidos durante los meses de julio y agosto en la
comandancia de Melilla. Su contenido analizaba de forma exhaustiva el alcance
de la corrupción que no se limitaba a la profesión militar, sino que, como en
toda España, alcanzaba a los políticos, las profesiones liberales, la iglesia…y
el rey. Una carta de Alfonso XIII a Silvestre le instaba a insubordinarse
internándose en el Rif, “haz lo que te digo, y no hagas caso al ministro de la
guerra que es un imbécil”.
Informaba de cosas portentosas como que, al abrir los
almacenes del ejercito tras la caída de Arruit se los encontraran vacíos por
haber vendido los oficiales su contenido a los contrabandistas. O que, de los
cincuenta camiones que se habían enviado al Rif, solo llegaran cinco. O que, durante
solo un año, 1920, once capitanes que habían actuado como tesoreros de su
cuerpo de ejército lo habían abandonado para no ser juzgados por malversación.
El dinero que las Cortes habían enviado para construir carreteras pasó a los
bolsillos de los altos oficiales. Las farmacias militares habían sido robadas y
los medicamentos falsificados. La mayoría de los fusiles provenían de la guerra
de Cuba…
El contenido era tan escandaloso e implicaba a tantas instituciones,
empezando por la monarquía, que, para evitar su publicación, Primo de Rivera
dio un golpe de estado e instauró su dictadura. En el discurso a la nación
justificando el golpe culpaba del desastre a los políticos, al “caos social” y
a un gobierno regeneracionista (¿?), siendo necesario lavar el honor mancillado
de Alfonso XIII.
El pobre Picasso
arruinó su carrera militar, y respecto al expediente, leído, pero no publicado,
desaparecieron las dos decenas de copias y de los 2.400 folios que lo componían
solo se conservan 300.
Se explicó el desastre como un accidente imprevisto fruto de la perfidia africana y la falta de agallas de unos reclutas analfabetos.
Naturalmente, había que tomarse en serio la guerra y esta se
“modernizó” siguiendo las pautas vigentes en las potencias europeas en aquellos
alegres años 20.
Como los reclutas, no estaban tan motivados como una guerra
total requería, se profesionalizó el reclutamiento: los conscriptos, parias de
la tierra, fueron reemplazándose por mercenarios proscritos, la hez de la
Humanidad, creándose la Legión extranjera.
Se innovó la utilización de la aviación con el bombardeo de
la población civil, actualizado en las décadas siguientes en Europa y Japón: en
1925, Xauen, la ciudad sagrada de los rifeños fue bombardeada con gas mostaza
por una escuadrilla de mercenarios norteamericanos al servicio de España. Era
la primera vez que se rompía la prohibición de gases tóxicos acordada en
Ginebra. Poco después, las potencias civilizadas, como el Reino Unido, en Irak,
e Italia, en Etiopia, seguirían el ejemplo español.
Por último, con la inestimable colaboración de Francia, la
otra potencia colonizadora, Alhucemas fue conquistada en 1925 mediante una
moderna operación anfibia y el Rif pacificado. Abd el Krim el Jatibí se entregó
a los franceses y terminó muriendo en cama en Egipto allá por los setenta.
En España, la dictadura de Primo de Rivera no pudo evitar que
el odio popular a la monarquía se concretara en la Republica seis años más
tarde. Al siguiente quinquenio, los generales africanistas darían un cruento y
cruel golpe de estado restableciendo una “normalidad” que duró cuarenta años.
La experiencia colonial africana estuvo preñada de consecuencias
en la metrópolis.
-Ahondó el divorcio entre una parte mayoritaria de españoles
y su ejército con una intensidad inédita en Europa.
-África supuso un filón inagotable para militares con
ambiciones de ascenso por méritos de guerra. Nunca hubo tantos generales para
tan pocos soldados. Creó un arquetipo de jefe con desprecio a la vida (tanto de
enemigos como de subordinados), sobre todo la ajena, donde el mérito no residía
en la inteligencia sino en las gónadas. Tanto Queipo de Llano como Sanjurjo,
Millán Astray, Mola, Yagüe, Franco… eran personajes clonados de un arquetipo,
“miles gloriosus”, de africanista: fanfarrón, carnicero, machote,
corporativista, ambicioso, racista, “populachero” …
-Desgraciadamente coincidió con el nacimiento del fascismo,
una ideología identificada con la violencia. Su fundador, Mussolini, estaba
obsesionado con la idea de que el pueblo italiano había perdido la virilidad romana
y le metió en guerras estúpidas para recuperarla. La identificación de los militares
africanistas con los fascistas fue instintiva desde el primer momento.
-Una vez “pacificadas”, las harcas rifeñas fueron utilizadas por los africanistas como pobres mercenarios en la cruzada contra los sindiós. Opino que la guerra africana y las atrocidades rifeñas en la península ha dejado huella en la memoria colectiva y explican parcialmente la maurofobia que afecta a una parte de nuestra población.
Considero que Annual es una fecha memorable, recuerdo de la
batalla con mayores pérdidas humanas del ejército español en sus guerras
exteriores desde el siglo XVI. Creo que la enseñanza de la Historia debe
cambiar radicalmente para dejar de ser instrumento de domesticación y
convertirse en un medio para recordar y analizar, como en este caso, las
nefastas consecuencias para la sociedad cuando se acumulan procesos de
desigualdad social, racismo, corrupción…
Y termino interpelando, con sus propias palabras, al gran
Horacio, poeta áulico de Augusto:
¿
“Dulce et decorum est pro patria mori”?
[1] La
mayoría de la información sobre la campaña proviene de “Historia de la
incompetencia militar” de Geoffrey Regan. Editorial Critica.
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