LA IZQUIERDA EN MEDIO DE UNA CRISIS DE IDENTIDAD Y LIDERAZGO, ANTE OTRAS ELECCIONES.
Ramón Utrera.
Esta llamada a la movilización electoral por la nueva
emergencia silencia desde dentro los problemas, impide los análisis, calla las
discrepancias y bloquea las propuestas alternativas; porque lo urgente es
“afrontar” unidos el peligro, y sobre todo simplifica y banaliza los procesos
de elección de candidatos, las estrategias y los programas. Tal vez haya
llegado el momento de que el “Basta ya” que se pregona en otros contextos se
plantee aquí; porque, de no hacerlo, puede servir para que la crisis de la
izquierda se profundice un poco más en cada proceso electoral.
La izquierda está en crisis porque tiene un problema de
pérdida de votos y sobre todo de influencia política y social. Especialmente la
radical, la de los partidos a la izquierda del PSOE, quien desde las primeras
elecciones del 77 se vio desplazada por la moderación de las preferencias
electorales, al menos hasta el 15-M. Pero incluso con esta novedad histórica ha
sido incapaz de abordar en profundidad los cambios de fondo que ella misma
venía necesitando, y todo apunta a que volverá a caer en el limbo de la
irrelevancia. La izquierda radical tiene pendiente resolver problemas
ideológicos y programáticos relacionados con el fracaso de la experiencia
revolucionaria soviética, que se derrumbó por implosión, y que a menudo hasta
le cuesta reconocer; también tiene serios problemas con las contradicciones a
que le lleva su ambigüedad respecto al problema del nacionalismo; no ha hecho
un análisis profundo de la globalización y sus efectos; no quiere enterase del
boom de la economía financiera y de las transformaciones que ha supuesto para
el sistema capitalista; tardó en entender el alcance del cambio climático y no
acierta a ver sus múltiples implicaciones; adopta una postura superficial sobre
los flujos migratorios e incluso ingenua respecto a la convivencia de
civilizaciones; a la crisis del estado del bienestar no acierta más que a
hacerle planteamientos puramente reivindicativos, etc. etc. En general y en
resumen lo que hace son enfoques puramente defensivos y de resistencia.
La izquierda ha perdido la capacidad y la iniciativa de
plantear una alternativa de fondo, que fue lo que dio sentido a su nacimiento.
En realidad, no es sólo un problema de la izquierda radical española, lo es de
todas las europeas en mayor o menor medida. En lugar de proponer una
alternativa ilusionante se dedica a recoger las reivindicaciones de la calle,
de los movimientos sociales; en lugar liderar ideas y proyectos va por detrás
de las masas; en lugar de marcar la agenda de los debates políticos del país se
deja arrastrar por la que impone la derecha. Tampoco ha sido capaz de hacer
evolucionar sus planteamientos ideológicos, ni de actualizar su programa; por
eso ha perdido el apoyo de los intelectuales, y hasta el resto de los
ciudadanos ha intuido sus carencias; y por eso ha acabado siendo presa del
populismo nacionalista y del de derechas. La solución de empatizar con la calle
respecto a un problema le dura tanto como éste le dure al sector social de
turno. Su política de radicalizar la retórica en las redes o en las
manifestaciones se agota rápidamente en unas sociedades occidentales
“aburguesadas” y cautivadas por el consumo, las comodidades y la pereza de “meterse
en líos”, las cuales convierten rápidamente en testimonial el apoyo a todos los
movimientos sociales. La izquierda radical se resiste a entender que para hacer
revoluciones no basta con gente indignada, hace falta gente desesperada.
La izquierda moderada por su parte, en España básicamente
el PSOE, optó en su momento por buscar los cambios por vías pacíficas y
democráticas, y sobre todo posibilistas, consiguió importantes logros de mejora
del nivel de vida y creó el estado del bienestar de las sociedades
occidentales, aunque ayudada por la presión de los sindicatos, los movimientos
sociales y la propia izquierda radical. Sin embargo, por el camino se olvidó su
objetivo principal: Aspirar a una sociedad socialista, que permitiera que las
clases trabajadores se hicieran dueñas realmente del estado y que los cambios
logrados se hicieran irreversibles, y se conformó con reconvertir el Sistema
hacia un capitalismo de rostro humano; es decir, se conformó con hacer una
gestión diferente, más humanitaria y solidaria. La alternativa socialdemócrata
mostró sus grietas y limitaciones en los años 80 y 90 -algo más tarde que en el
resto de la Europa occidental, donde ya aparecieron en los 70-, cuando la
siguiente fase del proyecto socialista requería el control de elementos clave
del Sistema en manos de las clases dominantes, y sobre todo cuando estas clases
dominantes acertaron a desviar la atención sobre los costes fiscales del estado
del bienestar y cuando articularon un nuevo diseño de sistema capitalista de
expectativas de “riqueza para todos”. Pero, sobre todo, cuando las clases
poseedoras del capital decidieron usar los resortes del poder, así como su
propiedad de los medios de difusión para, aprovechando la caída del socialismo
real (3), lanzar una contraofensiva lenta, amplia y progresiva que proponía una
nueva versión evolucionada del capitalismo, la cual sólo buscaba cuestionar y
desmontar el estado del bienestar. De hecho, el agotamiento del modelo
socialdemócrata está provocando que haya problemas incluso para consolidar los
avances conseguidos.
Ambas opciones políticas han fallado a la hora de vincular
a la clase trabajadora con la defensa de los logros alcanzados o con la utopía
de una sociedad libre y emancipadora, no sólo en cuanto a su nivel de
implicación activa, sino incluso electoral o ideológica. La lucha en el plano
de la cultura dominante es tan encarnizada como en el Parlamento o en la calle.
Pero lo peor es que la lucha cortoplacista por el voto ha hecho perder a ambas
la lucha largoplacista por los ideales sociales, o al menos la credibilidad y
el liderazgo. Ni la opción transformadora con una retórica radical ni la opción
posibilista con una retórica prudente, han logrado convertirse en un referente
creíble, ni en los análisis, ni en los programas, y mucho menos en la utopía.
La búsqueda del apoyo social arrastra a la izquierda radical a asumir a menudo
cualquier análisis o posición de la víctima sin capacidad ni intención de
verificación o contraste, a incorporar cualquier reivindicación de la calle,
sea justa, coherente o razonable, y como consecuencia a renunciar a unos
mínimos de coherencia. La búsqueda de una mayoría para gobernar arrastra a la
izquierda moderada al marketing electoral y al mercadeo de propuestas, que
aleja al elector de su identidad de ciudadano y lo convierte en un consumidor
de ofertas políticas. En el fondo ambas coinciden en el mismo error, el de
olvidar que en política para liderar algo ante alguien lo primero y fundamental
es tener y proyectar una identidad clara.
(1)
Englobaríamos aquí la que se considera a la izquierda
del PSOE en posiciones revolucionarias o transformadoras y antisistema; IU,
Podemos, anarquistas, etc.
(2)
Básicamente el PSOE, y aquellas opciones que se
identifican con la socialdemocracia.
(3)
Como se calificó en vida al socialismo soviético, con
la aparición de sus carencias.
Comentarios
Publicar un comentario