LA IZQUIERDA EN MEDIO DE UNA CRISIS DE IDENTIDAD Y LIDERAZGO, ANTE OTRAS ELECCIONES.

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Ramón Utrera.


El anuncio de convocatoria de elecciones en la Comunidad de Madrid por parte de la presidente Ayuso, más por una estrategia política personal que de partido, ha supuesto una conmoción en las organizaciones de izquierda, especialmente en las más radicales. Estas elecciones pillan desprevenida a la izquierda y provocan de nuevo un toque de arrebato para impedir un gobierno monocolor del PP -con apoyo externo de Vox- o incluso una coalición de ambos, como apuntan algunas encuestas. El problema es que este peligro no es nuevo. Ha sido frecuente y casi continuo durante los 40 años de democracia que la izquierda radical (1) y hasta la moderada (2) llamaran al voto progresista a la movilización para evitar el triunfo de la derecha más conservadora. El problema es que esta enésima urgencia puede servir y servirá una vez más para tapar y aplazar, y hasta alargar, la crisis interna y estructural en la que se encuentra la propia izquierda, tanto la radical como la moderada. 

Esta llamada a la movilización electoral por la nueva emergencia silencia desde dentro los problemas, impide los análisis, calla las discrepancias y bloquea las propuestas alternativas; porque lo urgente es “afrontar” unidos el peligro, y sobre todo simplifica y banaliza los procesos de elección de candidatos, las estrategias y los programas. Tal vez haya llegado el momento de que el “Basta ya” que se pregona en otros contextos se plantee aquí; porque, de no hacerlo, puede servir para que la crisis de la izquierda se profundice un poco más en cada proceso electoral.

La izquierda está en crisis porque tiene un problema de pérdida de votos y sobre todo de influencia política y social. Especialmente la radical, la de los partidos a la izquierda del PSOE, quien desde las primeras elecciones del 77 se vio desplazada por la moderación de las preferencias electorales, al menos hasta el 15-M. Pero incluso con esta novedad histórica ha sido incapaz de abordar en profundidad los cambios de fondo que ella misma venía necesitando, y todo apunta a que volverá a caer en el limbo de la irrelevancia. La izquierda radical tiene pendiente resolver problemas ideológicos y programáticos relacionados con el fracaso de la experiencia revolucionaria soviética, que se derrumbó por implosión, y que a menudo hasta le cuesta reconocer; también tiene serios problemas con las contradicciones a que le lleva su ambigüedad respecto al problema del nacionalismo; no ha hecho un análisis profundo de la globalización y sus efectos; no quiere enterase del boom de la economía financiera y de las transformaciones que ha supuesto para el sistema capitalista; tardó en entender el alcance del cambio climático y no acierta a ver sus múltiples implicaciones; adopta una postura superficial sobre los flujos migratorios e incluso ingenua respecto a la convivencia de civilizaciones; a la crisis del estado del bienestar no acierta más que a hacerle planteamientos puramente reivindicativos, etc. etc. En general y en resumen lo que hace son enfoques puramente defensivos y de resistencia.

La izquierda ha perdido la capacidad y la iniciativa de plantear una alternativa de fondo, que fue lo que dio sentido a su nacimiento. En realidad, no es sólo un problema de la izquierda radical española, lo es de todas las europeas en mayor o menor medida. En lugar de proponer una alternativa ilusionante se dedica a recoger las reivindicaciones de la calle, de los movimientos sociales; en lugar liderar ideas y proyectos va por detrás de las masas; en lugar de marcar la agenda de los debates políticos del país se deja arrastrar por la que impone la derecha. Tampoco ha sido capaz de hacer evolucionar sus planteamientos ideológicos, ni de actualizar su programa; por eso ha perdido el apoyo de los intelectuales, y hasta el resto de los ciudadanos ha intuido sus carencias; y por eso ha acabado siendo presa del populismo nacionalista y del de derechas. La solución de empatizar con la calle respecto a un problema le dura tanto como éste le dure al sector social de turno. Su política de radicalizar la retórica en las redes o en las manifestaciones se agota rápidamente en unas sociedades occidentales “aburguesadas” y cautivadas por el consumo, las comodidades y la pereza de “meterse en líos”, las cuales convierten rápidamente en testimonial el apoyo a todos los movimientos sociales. La izquierda radical se resiste a entender que para hacer revoluciones no basta con gente indignada, hace falta gente desesperada.

La izquierda moderada por su parte, en España básicamente el PSOE, optó en su momento por buscar los cambios por vías pacíficas y democráticas, y sobre todo posibilistas, consiguió importantes logros de mejora del nivel de vida y creó el estado del bienestar de las sociedades occidentales, aunque ayudada por la presión de los sindicatos, los movimientos sociales y la propia izquierda radical. Sin embargo, por el camino se olvidó su objetivo principal: Aspirar a una sociedad socialista, que permitiera que las clases trabajadores se hicieran dueñas realmente del estado y que los cambios logrados se hicieran irreversibles, y se conformó con reconvertir el Sistema hacia un capitalismo de rostro humano; es decir, se conformó con hacer una gestión diferente, más humanitaria y solidaria. La alternativa socialdemócrata mostró sus grietas y limitaciones en los años 80 y 90 -algo más tarde que en el resto de la Europa occidental, donde ya aparecieron en los 70-, cuando la siguiente fase del proyecto socialista requería el control de elementos clave del Sistema en manos de las clases dominantes, y sobre todo cuando estas clases dominantes acertaron a desviar la atención sobre los costes fiscales del estado del bienestar y cuando articularon un nuevo diseño de sistema capitalista de expectativas de “riqueza para todos”. Pero, sobre todo, cuando las clases poseedoras del capital decidieron usar los resortes del poder, así como su propiedad de los medios de difusión para, aprovechando la caída del socialismo real (3), lanzar una contraofensiva lenta, amplia y progresiva que proponía una nueva versión evolucionada del capitalismo, la cual sólo buscaba cuestionar y desmontar el estado del bienestar. De hecho, el agotamiento del modelo socialdemócrata está provocando que haya problemas incluso para consolidar los avances conseguidos. 

Ambas opciones políticas han fallado a la hora de vincular a la clase trabajadora con la defensa de los logros alcanzados o con la utopía de una sociedad libre y emancipadora, no sólo en cuanto a su nivel de implicación activa, sino incluso electoral o ideológica. La lucha en el plano de la cultura dominante es tan encarnizada como en el Parlamento o en la calle. Pero lo peor es que la lucha cortoplacista por el voto ha hecho perder a ambas la lucha largoplacista por los ideales sociales, o al menos la credibilidad y el liderazgo. Ni la opción transformadora con una retórica radical ni la opción posibilista con una retórica prudente, han logrado convertirse en un referente creíble, ni en los análisis, ni en los programas, y mucho menos en la utopía. La búsqueda del apoyo social arrastra a la izquierda radical a asumir a menudo cualquier análisis o posición de la víctima sin capacidad ni intención de verificación o contraste, a incorporar cualquier reivindicación de la calle, sea justa, coherente o razonable, y como consecuencia a renunciar a unos mínimos de coherencia. La búsqueda de una mayoría para gobernar arrastra a la izquierda moderada al marketing electoral y al mercadeo de propuestas, que aleja al elector de su identidad de ciudadano y lo convierte en un consumidor de ofertas políticas. En el fondo ambas coinciden en el mismo error, el de olvidar que en política para liderar algo ante alguien lo primero y fundamental es tener y proyectar una identidad clara.

 

(1)   Englobaríamos aquí la que se considera a la izquierda del PSOE en posiciones revolucionarias o transformadoras y antisistema; IU, Podemos, anarquistas, etc. 

(2)   Básicamente el PSOE, y aquellas opciones que se identifican con la socialdemocracia.

(3)   Como se calificó en vida al socialismo soviético, con la aparición de sus carencias.

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