Educación y memoria
Antón Saracíbar*
Hace ahora 90 años, el 14 de abril de 1931, que se proclamó
la II República española. Además, el pasado 23 de marzo, se llevó a cabo un
acto público en Madrid, en recuerdo del 75 aniversario de la muerte de
Francisco Largo Caballero al que asistió su nieta Sonia Largo. Dos fechas emblemáticas
en la recuperación de la democracia y, desde luego, en la historia del
movimiento sindical (UGT) y el socialismo (PSOE).
No es extraño que se celebren estas efemérides con entusiasmo
ante el avance de las fuerzas de la ultraderecha en la UE (particularmente de
Marine Le Pen en Francia) y su decisión de enaltecer en nuestro país el
“franquismo” y practicar el “revisionismo histórico”. Además de denigrar a los
inmigrantes practicando el racismo y la xenofobia, negar la igualdad y la violencia de género, oponerse
a las libertades individuales, no reconocer el cambio climático y, finalmente, apostar
por reducir drásticamente los impuestos a costa de una menor inversión pública
y la reducción del gasto social.
Recordar estos hechos reafirma aún más el concepto de “memoria histórica”, para dar a
conocer a los ciudadanos y, sobre todo, a los más jóvenes, la verdad de lo que
ocurrió en la II República y, posteriormente, en la dictadura franquista y en la transición democrática. En concreto, es
urgente y necesario denunciar la brutal violencia personificada, en los últimos
meses, en la figura de Largo Caballero, además de poner en valor su descomunal Obra realizada en defensa de “la clase
obrera organizada”. Nace en Madrid, el 15 de octubre de 1869, en el seno de una
familia obrera y a los siete años comienza su aprendizaje en diversos oficios:
encuadernador, cordelero, estuquista… En 1890 se afilia a la Sociedad de
Albañiles de Madrid y tres años más tarde ingresa en la Agrupación Socialista
Madrileña. Llegó a presidir la
Mutualidad Obrera, la Fundación Cesáreo del Cerro, la Agrupación Socialista y
la Cooperativa Socialista Madrileña. Desde 1902, Largo Caballero desempeñó
altas responsabilidades en el sindicato (UGT) y en el partido (PSOE), siendo
secretario general de UGT de 1918 a 1938 y presidente del PSOE de 1932 a 1935.
Participó en el reconocido Instituto de Reformas Sociales,
desde el año siguiente a su constitución (1903), formando parte del grupo de
vocales obreros, en su gran mayoría socialistas. En 1905 fue elegido concejal
del Ayuntamiento de Madrid. Formó parte también del Consejo de Estado durante
la dictadura de Primo de Rivera (asumiendo una controvertida actitud
pragmática) y elegido diputado encabezando las listas socialistas durante
cuatro legislaturas. Como representante de la clase obrera española asistió a
la Conferencia de Berna y al Congreso de Ámsterdam en 1919, donde se fundó la
Federación Sindical Mundial. Además, en ese mismo año, participó en la
Conferencia de Washington, donde se constituyó la Oficina Internacional del
Trabajo (OIT) y, después, en todas sus Asambleas anuales, desde 1919 hasta
1933, las dos últimas como ministro de Trabajo, lo que confirma su decidida apuesta por el internacionalismo
obrero. Finalmente, con la proclamación de la II República, Largo Caballero se
hace cargo del ministerio de Trabajo (desde abril de 1931 a septiembre de 1933)
promulgando la legislación social más avanzada de su época: “mi intensa labor
ministerial es la Obra de un
socialista pero no es una Obra
socialista”. Más tarde ocupó la
presidencia del Consejo de Ministros y el ministerio de la Guerra, en plena
guerra civil, desde el 4 de septiembre de 1936 hasta el 19 de mayo de 1937.
Su exilio en Francia se produce en febrero de 1939 y,
posteriormente, la policía francesa le entrega a la Gestapo y es trasladado al
campo de concentración de Sachsenhausen- Orianenburg (Alemania). Fue liberado
por las tropas rusas en abril de 1945 regresando a Francia donde reside hasta
su muerte. En su sepelio, Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE en el
exilio) le rindió un sentido homenaje manifestando que: “El proletariado
español ha perdido al hombre más representativo de su clase”. Finalmente, por
iniciativa de UGT, sus restos fueron trasladados a España el día 8 de abril de
1978. La masiva manifestación que le acompañó, desde la plaza de Las Ventas al
cementerio civil de La Almudena, constituyó un acontecimiento político de
primera magnitud, lo que contribuyó a acelerar, en muy buena medida, la
transición política a la democracia (“Largo Caballero. El tesón y la quimera”.
Julio Aróstegui. Debate.)
De Largo Caballero se han dicho y escrito muchas cosas. En
todo caso, es muy relevante y necesario recordar que sólo acudió a la escuela
desde los 4 a los 7 años, lo que le obligó a formarse en la Casa del Pueblo de
Madrid siendo reconocido como un buen estudiante, un extraordinario lector y un
comprometido militante, llegando finalmente a ser el único obrero en España que
presidió un Consejo de Ministros. En
las Casas del Pueblo se fomentaba el entusiasmo por la organización obrera, la
militancia, la austeridad, la ética, la honradez y la solidaridad internacional. A este
comportamiento se llamaba y se sigue llamando el “Pablismo” en reconocimiento
de lo que representaba Pablo Iglesias dentro de las organizaciones socialistas.
Es asumido por todos que Largo Caballero fue el discípulo más destacado de Pablo Iglesias
-y de hecho su sucesor-, con el que convivió y aprendió mucho durante años. Se puede afirmar que fue un preclaro
autodidacta, con intuición de clase,
con grandes dotes de
organización, comprometido éticamente con la clase trabajadora, además de sumamente austero y
honesto en su comportamiento personal. También fue el artífice de la estructura
moderna de UGT y un firme defensor de organizar
a la clase obrera (propagar ideas y hacer proselitismo) y de educar a los
trabajadores (formar “obreros
conscientes”). Siempre defendió con vehemencia sus ideas, destacando la
coherencia de su discurso con la acción política y sindical (“reformista” sin
abandonar “la lucha por la transformación social”), lo que le acarreó críticas
sin fundamento de una derecha montaraz y reaccionaria, así como de patronos y
caciques sin escrúpulos.
Largo Caballero fue también un firme defensor de la autonomía
del sindicato, superando la supeditación al partido
de los primeros años y un firme activista en defensa de las libertades y del
socialismo democrático. Consideró un suicidio la división de la clase obrera
(sobre todo en un contexto de Guerra Civil) y condenó con firmeza los
intentos secesionistas en su lucha contra el fascismo. A pesar de ser acusado
de desviación hacia el comunismo y el anarquismo, sin ninguna razón ni
fundamento, siempre fue un firme y
decidido defensor de la legalidad en la II Republica.
Por último, fue muy relevante su protagonismo en las movilizaciones
obreras- de acuerdo siempre con los órganos de dirección de UGT y el PSOE-,
destacando su participación en la huelga general del 17, en la proclamación de
la II República y en la huelga general de Asturias en 1934. En este caso, en
defensa de la democracia y, particularmente, de
la Obra Social de la República; pero,
sobre todo, de la lucha de la clase
obrera contra el avance del fascismo
internacional en sus intentos de restaurar la monarquía e imponer la dictadura.
En todo caso, se puede
afirmar que Largo Caballero fue un líder obrero de un marcado carácter
independiente, incompatible con la hipocresía, el arribismo, la claudicación y
la cobardía moral, lo que explica, sobre todo, sus sucesivos pasos por las
cárceles españolas, por encabezar, con mucha determinación, las movilizaciones
obreras en defensa de los intereses de su clase.
A pesar de la relevancia de su figura, últimamente se han
producido hechos y episodios muy lamentables contra Largo Caballero que han
tenido un amplio eco mediático y han demostrado, con mucha claridad, el gran
desconocimiento que tienen los ciudadanos de su figura. Razón poderosa para
reflexionar sobre la educación que están recibiendo nuestros jóvenes en cuanto a nuestra historia contemporánea: II República,
guerra civil, dictadura y transición hacia la democracia. Los libros de texto
tienen que reflejar la verdad de los hechos y, en coherencia con ello, los
educadores deben actuar en consecuencia dedicando el tiempo necesario a esta
materia. También los medios de comunicación y las redes sociales deben actuar
con responsabilidad y, por lo tanto, no deberían hacerse eco de falsos historiadores o políticos
interesados en tergiversar la historia y practicar un revisionismo obsceno a
base de patrañas, necedades, bulos y mentiras, como lo están haciendo algunos
desaprensivos. Finalmente, los partidos políticos de izquierda y, sobre todo
los sindicatos, deben recuperar la “memoria histórica” en la formación de sus
cuadros y militantes. Una tarea básica e imprescindible que, lamentablemente, se nos olvida con
frecuencia.
En todo caso, se debe reflexionar y profundizar sobre nuestra
historia para no cometer nuevos errores; no se trata de abrir nuevas heridas ni
de fomentar el odio, como reiteradamente practica la ultraderecha. En definitiva, se pretende que nuestros escolares
dediquen más horas lectivas a conocer lo ocurrido en nuestra más reciente
historia; no debemos olvidar que practicar el “revisionismo histórico”
acrecienta la actual polarización
política, fomentada, sobre todo, por el auge actual de los populismos de la ultra derecha aprovechando el desencanto y el
malestar producido por los efectos de la Pandemia
en muchos ciudadanos.
Lo más grave e incomprensible de todo ello es que el PP está
colaborando de una manera muy decisiva en estos hechos, olvidando la
responsabilidad exigible a un partido de oposición con visión de Estado, como
se presume debería ser el PP. Sobre todo, cuando además se produce en medio de
una profunda crisis sanitaria, económica y social -sin precedentes conocidos en
nuestro país- que pone en grave riesgo a nuestra propia democracia y nos exige
aplicar una política social encaminada a superar las desigualdades, la pobreza
y la exclusión social.
*Recogido de la revista Temas con autorización del autor.
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