EL ÁNGEL CAÍDO
Antonio Sánchez Nieto
Yo, que fui tribuno de la plebe (versión sindicalista) en los setenta, conocía ya al patricio Trump cuando, en los ochenta, era un icono de jóvenes pijos americanos.
Donald era entonces un abanderado de la
desregulación, un libertario y yo, como sindicalista de una empresa
nacional expuesta a los rigores de la mundialización, defendía que los estados
debían regular el transporte aéreo.
Durante décadas los sindicatos nos opusimos
a la política de desregulación que propugnaban los neoliberales. Ganaron ellos.
Ahora,
que me he convencido de que la nación es un espacio insuficiente para defender
los intereses plebeyos, resulta que Donald se ha convertido en proteccionista (América
primero). Y la China comunista se transforma en el adalid del libre comercio…
Que millones de trabajadores confíen en
un famoso multimillonario como defensor de sus menguantes intereses resulta sorprendente,
incluso para un español. Que además lo hagan bajo las banderas del miedo al
Otro (emigrante, homosexual, mujer…) seducidos por el atractivo del
autoritarismo nacionalista parece extraño. Extraño sí, pero no raro. Así,
a voleo, me vienen a la memoria Rusia, la India, Pakistán, China, Turquía,
Brasil... como países importantes con regímenes autoritarios nacionalistas
refrendados por las urnas (bueno, China…). En Europa, ¡pobre Europa!, Hungría,
Polonia, Eslovenia…y, a punto caramelo, Austria, Holanda, Francia… Los partidos
socialdemócratas de Dinamarca, Austria, Holanda y Suecia, La France Insoumise …han
robado a la ultraderecha las banderas de la antinmigración para mantenerse en el
poder.
Cuando una situación social tiene
características homogéneas, se da universalmente y, además, tiene antecedentes históricos,
es absurdo interpretarla como un fenómeno pasajero inducido por un personaje
extraordinario. Nos resultó cómodo contemplar como un personaje zafio, hortera,
agresivo, retrógrado, matón, imprevisible, malo de película…ha llegado a la
cúspide del poder.
Es tan anómalo que nos empuja a
contemplarlo como algo accidental. Peligrosa distracción: no es una cuestión
coyuntural sino estructural. El problema no era él sino los millones de
personas que piensan, y gustarían actuar como él. Y que le votan porque saben
que, cosa rara entre políticos, es fiable: dice lo que piensa y hace lo que
dice. ¡Es auténtico! El horror no es
él, son ellos. Su caída lo desvelará.
Mas vale que nos preguntemos por qué esas masas asustadas buscan cobijo en la oscuridad de la caverna y no en los luminosos proyectos de la izquierda.
Todo parece indicar que el capitalismo, agotado
su modelo neoliberal como antes el keynesiano, busca otro nuevo paradigma del que,
de momento, ignoro (como ellos) sus características (desde los ochenta, habían desaparecido
de la sociología y economía publicada, los ensayos sobre la igualdad y la pobreza.
De repente, desde la Gran Crisis, ha resurgido una efervescencia rica en
resultados. Piketty o Milanovic son de los últimos que he conocido). Parecen
tantear con la idea de gestionar directamente el poder, sin intermediarios
políticos, allanando las limitaciones democráticas. Por supuesto, esos cambios producen
contradicciones entre las elites capitalistas. De momento, la partida se juega
exclusivamente entre la derecha mandarín y la derecha nativista.
La izquierda, como siempre, confía en que
el futuro es suyo. El marxismo ha visto la historia como un proceso lineal en
el que, en último término, el progreso técnico traería siempre felicidad a la Humanidad.
Lo cierto es que la realidad no confirma ese optimismo progresista. Las dos
guerras mundiales, Hiroshima y Nagasaki, los hornos del Holocausto, el
calentamiento global, el twitter…forman parte del progreso.
El desaparecido Bauman explicaba muy
clarito el caos en que vivimos, una vida líquida donde nada hay fijo, sin reglas
ni certezas, en un movimiento acelerado hacia ninguna parte.
Somos los epígonos de un mundo que sigue
funcionando según unas leyes teóricas que ya sabemos son falsas. Desde la Antigüedad
el mundo ha marchado con arreglo a la ley de la dualidad: el bien y el
mal, la noche y el día, señores y sirvientes, fieles e infieles, dioses y
demonios, los que tienen y los que trabajan, el PSOE y el PP…
En el XVII Isaac Newton estableció una
serie de principios según los cuales todo objeto tenía una identidad claramente
definible y se comportaba según las leyes naturales en todas las
circunstancias, lo que hacía que el mundo funcionase como un reloj de precisión
infalible. Este paradigma modeló las ciencias naturales, la economía y la
sociedad hasta el siglo XX.
A principios del siglo XX Einstein, con
su teoría de la relatividad, removió el terreno surgiendo la física quántica. Heisenberg
estableció el principio de incertidumbre según el cual resulta imposible
conocer los parámetros de una realidad, si conoces uno pierdes la medida del
otro. No hay leyes naturales absolutas, solo probabilidades estadísticas. Una
partícula atómica puede ser dos cosas distintas dependiendo de las
circunstancias, con características contradictorias y rigiéndose, no por la ley
de la causalidad, sino por simple casualidad. Un electrón no se desplaza
siguiendo una trayectoria fija y previsible, sino que probablemente se
encuentre en una zona no muy definida; una partícula atómica puede ser, según
cuando, onda o partícula, materia o fluctuación. Las implicaciones sociales de esta teoría
asustaron a los propios científicos: Einstein escribía a Max Born que estaba
convencido de que El Viejo no juega a los dados (no sé yo…).
En fin, en un mundo así, que no funciona
con arreglo a normas razonables, donde la verdad es relativa (la realidad
alternativa), donde el caos está instalado en la materia, no debe extrañarnos
que los politólogos no den ni una a derechas y la izquierda, tan confiada en la
razón, esté hecha un lío. Y en ese contexto lo improbable ha ocurrido: la
Pandemia.
Solo nos queda esperar a que El Viejo se
aburra de jugar a los dados.
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