NACIMIENTO Y DECADENCIA DEL ESTADO DEL BIENESTAR

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Antonio Sánchez Nieto


Los cambios de época aparejan cambios de valores impuestos por las nuevas elites. Por ejemplo, con la Revolución Francesa la nueva clase dirigente, la burguesía, sustituye los valores aristocráticos por los republicanos resumidos en la triada Libertad, Fraternidad e Igualdad.

El triunfo de la cultura republicana fue tan completo que, aquí y ahora, los tres valores de la Modernidad parecen haber entrado en eso que se llama “sentido común”.

La Libertad, como abstracción, aparentemente ha dejado de ser una idea conflictiva en los países de cultura occidental. Hoy la enarbola hasta la extrema derecha.  La han vaciado de significado mediante su banalización. Otra cosa son las libertades concretas…

 ¿Qué decir de la Fraternidad? Sublime. Ni un racista reniega de ella.

Pero la Igualdad… es el valor republicano que no consigue ser integrado; el más mínimo anuncio de aplicarlo hace que la sociedad se “polarice”. La Igualdad se percibe de forma opuesta según la ubicación del observador respecto a ella: desde arriba, asusta; desde abajo se desea. Cuando tras una idea normativa existen intereses contrapuestos, y los económicos lo son por antonomasia, el conflicto y la polarización son inevitables. En estos casos, el recurso a la ética suele ser un truco para legitimar lo dudoso.

Con la Revolución Francesa, la burguesía sustituyó las legitimaciones aristocráticas, como el derecho de sangre, por las suyas, en primer lugar, la propiedad.  La condición de ciudadano iba unida a la de propietario de forma excluyente. De hecho, en plena revolución, el voto universal solo fue reconocido durante los tres años del periodo de la Convención (1792-1795) y no volvió a ser restaurado para los varones hasta 1871, como consecuencia de La Comuna. Peor les fue a los suecos donde, hasta en 1911, en Suecia el voto no solo era censitario sino proporcional a la riqueza del votante.

Durante toda la segunda mitad del XIX y la primera del XX, la cuestión social dominó la historia de las potencias europeas en un proceso conflictivo de revoluciones y guerras que debilitaron finalmente a las elites, permitiendo, por primera vez en la Historia, la aparición de las masas en la política y en el consumo (el Estado del Bienestar).

Recurro al grafico de Piketty, por su utilidad didáctica a la hora de describir la evolución del reparto de la propiedad, indicador clave de la desigualdad, en Francia.[1]

 


 

 Extraña comprobar que en el periodo de más de un siglo que va desde 1780 a 1900, en un entorno social y político tan convulso, la distribución de la propiedad privada (activos inmobiliarios, profesionales y financieros, netos de deudas) apenas se alterara. La riqueza acumulada durante la segunda revolución industrial y el periodo colonial hizo tan formidable el poder de la burguesía, que no dudó en exhibirlo calificando los últimos veinte años del siglo como la Belle Epòque.

 Que el 90% de la población más pobre no haya alcanzado hasta 1920 el 20% del total de riqueza es sorprendente.

 La gran transformación

Sin duda las sociedades industriales, a través de los avances tecnológicos que incrementaron la productividad y el crecimiento económico de forma exponencial durante las revoluciones industriales, permitieron una mejora de las condiciones de vida de gran parte de la población, incluidos los obreros, a finales del XIX. Pero la percepción de que esta mejora era precaria, pues desaparecía con las crisis económicas, y la consciencia de que la desigualdad crecía de forma insultante, hicieron que las masas perdieran su confianza en el sistema político liberal, incapaz de resolver sus necesidades, y dejaran de votar a los partidos tradicionales para crear partidos socialistas y, posteriormente, fascistas[2].

Ya antes de la Primera Guerra Mundial se habían puesto los pilares de este proceso que cambiaría el rumbo de la Historia.

En el gráfico 4.2 de Piketty, observamos el radical cambio de tendencia en el reparto de la propiedad que se produce en la segunda década del siglo XX: la parte de la propiedad acumulada por el 10% más rico inicia una caída imparable desde casi el 90% de la propiedad privada total a solo el 50% a mitad de los ochenta.

La gran beneficiada fue la que Piketty denomina la clase media propietaria, que pasó de acumular el 10% de la Propiedad a más del 40% en esos sesenta años. La parte correspondiente a la mitad más pobre de la población nunca alcanzó el 10% de la riqueza, aunque en términos absolutos su mejora en términos de Bienestar y consumo fuera impresionante, sobre todo entre los años cincuenta y noventa.

 ¿Cómo ocurrió?

 Lo que cambió todo fue la aparición del estado fiscal.

 El gráfico de abajo nos muestra la evolución del gasto fiscal, instrumento básico para frenar la desigualdad. Vemos que antes de 1910 la presión fiscal media del conjunto europeo formado por Francia, Reino Unido, Suecia y Alemania variaba entre el 7 y el 10% de la Renta Nacional.  La práctica totalidad de los ingresos fiscales, se destinaban a los gastos soberanos (Ejercito, policía, justicia, administración, etc.…).

 Esta situación cambió radicalmente con la aparición de las masas, a menudo mediante revoluciones triunfantes, en la política institucional. Hasta la primera década del siglo XX, el Estado era el garante del orden y el respeto de los derechos de propiedad. A partir de entonces, el Estado, a través de los Presupuestos (y de las nacionalizaciones), asumía la responsabilidad de cubrir las necesidades de servicios que sus ciudadanos consideraban un derecho. Los gastos sociales, que en 1910 rondaban el 2% de la Renta Nacional se dispararon hasta sobrepasar un tercio de la Renta Nacional media al iniciarse los 80. Prácticamente la totalidad del crecimiento de los ingresos fiscales se dedicó a gastos sociales lo que permitió el desarrollo de una sociedad con un nivel relativo de igualdad jamás alcanzado. A la sociedad socialdemócrata que se creó mediante la intervención del Estado en la economía se la sigue llamando Estado del Bienestar.                                                            

    La formación del Estado social en Europa, 1870-2015

Esta aparición del Estado fiscal se da de forma simultánea en todos los países ricos, y no impidió el crecimiento económico, como argumentaban los propietarios, sino que fue elemento central del proceso de modernización llevado a cabo en Europa y EE. UU. durante el siglo XX.

Gráfico 10.14 “La eclosión del Estado fiscal en los países ricos (1870-2015)

Cabe remarcar que, hasta los cincuenta, el peso de los ingresos fiscales con relación a la Renta Nacional es similar en Europa y en los EE. UU. Pero, a partir de esa década, el menor peso relativo del estado fiscal en América respecto a Europa es evidente. La explicación más plausible se basa en la existencia de una Izquierda europea fuerte y en la vecindad de un modelo de sociedad alternativo, el “socialismo real”  que incentivaba la solución socialdemócrata.

 

El estado fiscal, ha estado unido desde su fundación, a la progresividad fiscal. El origen de este concepto esencial es anglosajón. La Cámara de los Lores había sido el bastión político de los grandes latifundistas ingleses, generalmente aristócratas. En 1911 los lores se negaron a aceptar impuestos progresivos sobre la renta y sucesiones más altas que serían destinados a paliar la cuestión social. Este acto provocó una crisis institucional que terminó con el poder político de la Cámara de los Lores.

Gráfico 10.11 “La invención de la progresividad fiscal: el tipo máximo del impuesto sobre la renta. 1900-2018”

El grafico 10.11 constata la existencia de una correlación, que difícilmente puede ser meramente estadística, entre la evolución del Estado de Bienestar y la progresividad fiscal. Como en los gráficos anteriores, la década de los ochenta significan el cambio de sentido en la dinámica de progreso.

Otro argumento fuerte de los liberales es que la progresividad fiscal supone un freno para el crecimiento económico.

El gráfico 11.13, abajo expuesto, contradice esta afirmación. Utilizando medias de crecimiento en periodos de cuarenta años, la correlación entre progresividad fiscal y crecimiento en EE. UU., donde el debate tiene plena actualidad, parece muy clara: el crecimiento económico casa bien con la progresividad fiscal (sin establecer con ello una relación causa efecto).

 Gráfico 11.13.  Crecimiento e impuestos progresivos en los EE. UU.   1870-2002


Es muy llamativo que, en periodo que inicia la revolución conservadora de Reagan, de 1990 al 2020, la caída del tipo marginal fiscal aplicado a los ingresos más elevados, que cae desde el 72% al 35%, vaya acompañada por un frenazo en el crecimiento de la Renta Nacional por habitante que crecía al 2,2% a solo la mitad en este último periodo.

El retorno a la normalidad

Entiendo que el periodo histórico que vivimos desde principios del siglo XX es excepcional en cuanto a niveles de creciente bienestar alcanzados por la mayoría de la población. Pero nada asegura que ese logro sea irreversible[3]. De hecho, la tendencia progresista se frenó en seco en la década de los ochenta en los países industrializados con la Revolución conservadora. Fue revolución, en cuanto implicó un cambio rápido de paradigma que ha impregnado profundamente el sistema de valores de la sociedad, con consecuencias políticas, ideológicas y económicas todavía hegemónicas en los países occidentales. Que la gran crisis económica iniciada en el 2007 y la actual pandemia la hayan desacreditado como dogma económico y político, no implica que sus principios ideológicos vayan a ser abandonados por las elites conservadoras como argumentos legitimadores a la hora de financiar una salida de la catástrofe.

En todo caso, la hegemonía ideológica no es, por sí sola, suficiente para frenar un proceso histórico. Es posible que el dogma neoliberal siga siendo hegemónico entre las elites conservadores y de la izquierda brahmánica, pero es indudable que la idea “Estado del Bienestar” ha entrado a formar parte de eso que llamamos el sentido común en gran parte de la sociedad europea y de otras partes del mundo. El distinto desarrollo histórico de Europa y EE. UU. queda bien plasmado en los dos gráficos que presento a continuación. 

Gráfico 11.5. La caída de la parte con ingresos más bajos en EE. UU. 1960-2015

En una sociedad que repugna la intervención del Estado para paliar desigualdades, la revolución conservadora trajo consigo que la participación de los ingresos de la mitad más pobre de la población pasara de acumular el 21% del total de los ingresos nacionales en 1970, a menos del 13% en el 2015.

Simultáneamente, la participación de los ingresos del 1% más rico de la población pasó de acumular menos del 10% en 1980 a más del 20% en 2015. Es decir, el 1% más rico dobla la participación en ingresos de la mitad de la población. Simplemente el libre mercado ha cumplido con su tradicional modo de repartir la riqueza.

 Gráfico 11.6. Bajos y altos ingresos en Europa, 1980-2016


El grafico 11.6 nos muestra que, durante la revolución conservadora, los ingresos de la mitad de la población mas pobre de Europa pasaron de acumular el 26% de la Renta Nacional al 23%, es decir, perdieron solo tres puntos frente a los ocho perdidos en EE.  UU.  Creo que la mayor resistencia de la población europea ante la revolución conservadora se debe a la cultura socialdemócrata de las sociedades europeas (no compartida por las naciones provenientes del socialismo real).

  En fin, tengo la convicción, apoyada en hechos de que el estado de bienestar del que estamos gozando se debe a la voluntad humana de una parte de la sociedad, esencialmente la clase obrera, que se ha opuesto al desarrollo libre del capitalismo caracterizado por la tendencia inevitable a aumentar, sin límites, la desigualdad. El capitalismo seguramente es el estado natural de las relaciones económicas, como la enfermedad; y la Naturaleza es cruel y necesita ser controlada por la Humanidad. El mejor instrumento de control sigue siendo el Estado que garantice que la democracia embrida la economía.

Este relato se cierra, de forma calamitosa, con la Pandemia. Ha sido esta desgracia la que me empujó a escribir este apunte histórico de la desigualdad, cuyo crecimiento, junto con el desastre ecológico, es la mayor amenaza de la Humanidad. Si he acudido al relato histórico es porque creo que la Historia presenta hechos del pasado, más seguros que las hipótesis de un presente líquido y caótico y un futuro siempre desconocido.

Por supuesto, detrás del relato subyace la sombra de mi país, mucho más pobre y desigual que los que aparecen en este artículo, pero que ha tenido un proceso parecido, con evidente retraso, pero al que se puede aplicar las constantes percibidas para toda Europa.

Después de la Pandemia es probable que todo cambie: La pervivencia social en esta calamidad ha sido posible por la total intervención del Estado en la economía. Sin embargo, los resultados electorales en Galicia y País Vasco no han variado ni un ápice la tendencia universal anterior al estallido de la Pandemia: existe un desplazamiento acelerado hacia la aldea, la derecha y la desigualdad.

NOTAS: 

[1] Los gráficos que he utilizado y gran parte de la información la he recogido del libro de Piketty “Capital e Ideología”, a los que he acudido por la facilidad de su acceso telemático, su excelencia didáctica y su reciente lectura.

[2] Estos cambios vienen magníficamente relatados en el clásico “La gran transformación” de Karl Polanyi

[3]  En su interesante ensayo “The rise and fall of  the american growth”, Robert J. Gordon plantea la tesis de que el crecimiento económico por encima del 2% solo se ha dado de forma excepcional en la historia solo en los periodos de las revoluciones industriales, cuyas necesidades de nuevas infraestructuras fomentaban el empleo masivo. Constata que la actual revolución digital es incapaz de cubrir las necesidades de empleo, lo que, unido a la caída de inversión en la enseñanza, augura un futuro difícil.



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