SOBRE HISTORIA E HISTORIAS
Antonio Sánchez Nieto
Se sobreentiende que las personas cultas descubrirán en su
madurez el engaño, pero considero un cinismo imperdonable que el descubrimiento
de una mentira programada por el estado, deba ser una búsqueda individual
(además, reservada a personas cultas).
La Historia no es una maría; es imprescindible para el
conocimiento de la sociedad en que vivimos. La izquierda no puede desconocer la
sociedad que quiere transformar.
Al no ser ciencia, siempre será objeto de múltiples interpretaciones
interesadas, por lo que la búsqueda de una única historia, objetiva y no
objetable es una utopía y a lo más que se puede aspirar es a separar la
Historia de la Propaganda. Desde que existe la Civilización, la Historia se ha
escrito como propaganda de las elites hegemónicas, relatos míticos sobre las hazañas
propias y las canalladas ajenas. Siempre será una superestructura ideológica de
la clase dominante.
Esta permanente propaganda es eterna, variando según requieran
las circunstancias. A menudo, toma la forma de relatos complejos que llamamos leyendas
negras que, a su vez, son contestados por leyendas blancas. Al
buscar la pasión más que la razón, su relación con la verdad es siempre anecdótica.
Las leyendas negras,
como la propaganda, se evalúan por su eficacia. Y la leyenda negra española ha
sido hasta tiempos recientes, producto propagandístico insuperable en eficacia
y duración. Desgraciadamente para España, la infamia se alargó durante dos siglos
de larga decadencia, con aportaciones francesas, flamencas, alemanas, italianas
y culminada por los enciclopedistas. Se consideraba a España (con Turquía) el ejemplo
vivo de país en decadencia imparable. Una visión netamente racista pero
universal, compartida por gran parte de nuestros intelectuales hasta el siglo
XX.
Paradójicamente, fueron factores externos, las dos guerras
mundiales y la hegemonía de la historiografía marxiana, las que acabaron con
las leyendas negra y blanca. No se consideraba propio de personas decentes
escribir falsedades destinadas a fomentar nacionalismos racistas que acababan
de producir más de cien millones de muertos. El asunto se dio por cerrado por
los historiadores durante cuarenta años. La guerra fría impuso nuevas leyendas.
Pero en el acervo popular
español quedaban ascuas de las enseñanzas recibidas en su infancia fascista. Bastó
el soplo del conflicto catalán para que la hoguera identitaria se inflamara de
nuevo, iluminando nuestro presente con estúpidos fantasmas y leyendas que
creíamos definitivamente enterrados. Y
lo peor es que cierta izquierda también ondea la bandera étnica.
Ahora, un presidente mejicano de izquierdas, con descarado
oportunismo, en la conmemoración de la independencia contra los españoles,
reclama a un gobierno español de izquierdas que pida perdón por los excesos
colonialistas.
Bien mirado, el asunto tiene gracia:
Un presidente de
izquierdas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), busca la unidad entre blancos e
indios (ricos y pobres) culpando a un tercero de los males actuales que aquejan
a su país, simulando ignorar que los libertadores son los descendientes de los
conquistadores y que las oligarquías criollas, que encabezaron la independencia,
después de doscientos años gobernando, son los responsables principales de la
situación actual. Si se trata de externalizar responsabilidades, que recuerde
el “¡Pobre México! Tan lejos de dios y tan cerca de EE. UU.” de Porfirio
Diaz. Todo pilla más cerca.
Amigo AMLO, eso del
perdón es banalidad oportunista. De hecho, acaba de repudiar públicamente (oportunamente),
ante sus vecinos del norte, la famosa frase de Porfirio Diaz. Esta actitud de miles
gloriosus ante una potencia de segunda división como España y tan razonable
ante su poderoso y agresivo vecino es ridícula. Como hombre de izquierdas, ¿considera
que existe una responsabilidad colectiva de la actual democracia española por
los actos de una dinastía y sus elites medievales ocurridos antes de la
formación de la nación española?
Por supuesto, no acepto que “a la patria, como a la madre, se
la defiende con razón o sin ella”. Lo ocurrido en América no es motivo de
festejo. Nadie medianamente culto puede dudar de que el móvil exclusivo de los
conquistadores fue la codicia y que saquearon América con indudable eficiencia,
pagando el precio de exterminar a la mayoría de la población indígena. Voluntaria
o involuntariamente todos los imperios hacen lo mismo. La violencia es la
partera de la historia.
Hernán Cortés ha pasado a la Historia más como personaje
generosamente dotado de atributos como genial estratega, valeroso, emprendedor astuto,
culto, metódico… que como persona ruin, mentirosa, traidor con sus propios
capitanes y soldados, cruel…Arquetipo del nuevo hombre del Renacimiento, sin
trazas ya del espíritu medieval caballeresco, sin principios que limiten sus
fines: un “hombre de su siglo”. Una ambivalencia frecuente en los personajes de
la Historia.
Las razones de
paisanaje no me implican ni en sus hazañas, ni en sus crímenes, ni creo las
historias escritas por las elites. Y, aun así, no me importaría pedir perdón
por vergüenzas ajenas. Sería un acto inocuo y gratuito.
Pero el suyo, señor presidente, trasciende. Por una parte, fomenta
en su pueblo el virus nacionalista. Por otra, da voz a una derecha española que
denuncia a la izquierda por sus carencias patrioteras.
Creo que la “venganza de Moctezuma” no consiste tanto en los
trastornos diarreicos que afectan a sus turistas europeos, como en los efectos devastadores
que nuestra aventura americana tuvo para las clases populares ibéricas:
inflación, financiación de las guerras de religión en Europa, que llevaron a la
pobreza extrema y al decrecimiento demográfico causado por hambrunas; persistencia
de unas aristocracias rentistas cuando en gran parte de Europa la nobleza se iniciaba
en invertir productivamente; domesticación
de unas elites con capacidad de frenar la innovación…
Ya sé que la verdad no
es rentable, pero la izquierda debería esforzarse en educar y no en excitar los
bajos instintos, siempre latentes en el ser humano.
P.D.
Hoy es el día de la Hispanidad, la fiesta nacional.
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