YO, QUE FUI TRIBUNO DE LA PLEBE, …
Antonio Sánchez Nieto
Pero hoy me esforzaré porque tengo la (mala) conciencia de
que, además de los imbéciles, existe una mayoría de malinformados. Y estos
merecen respeto porque eludir la ignorancia programada es difícil. A ellos
dirijo este breve panfleto explicativo sobre una gran infamia.
Educado en el más cutre de los fascismos, descubrí en plena
juventud a la diosa Razón e inevitablemente me hice comunista.
Desafiando el sentido común vigente en los setenta, me hice
sindicalista; de los de tribuna en silla y manifestación en calle: de CC.OO. Un
tribuno de la plebe.
Habiendo sido actor y testigo de la transición, no reconozco
lo que ahora me cuentan. Posiblemente mi memoria histórica se vea
alterada por la edad.
Recuerdo que, al principio, estaba seguro de bogar siguiendo
el curso natural del rio de la Historia y era placentero romper ataduras encabezando,
con Marianne teta al aire, la conquista del futuro.
Pero al final de los ochenta, el tsunami liberal cambiaria de
sentido el flujo de ese rio. Finalizó el siglo corto con la derrota de la alternativa
socialista, la explosión del liberalismo, el culto al individuo, el
desprestigio de la solidaridad…
La izquierda institucionalizada abjuró de la calle y se hizo
académica. Para incorporarse al nuevo mundo liquido descrito por Bauman, se
desprendió de todo lo solido que tenía, como la lucha económica, y se convirtió
en un flujo ligero, insípido, inocuo, sin alcohol ni azúcar, ni chicha ni
limoná, pero que a nadie molesta, llamado “tercera vía”. Había que mimetizarse
con los ganadores (Be water, decía un anuncio de aquellos tiempos; y,
efectivamente, se liquidó). Sus seguidores tradicionales, los perdedores de las
crisis, sintiéndose abandonados, dejaron de votarles.
Y ahora, cuando ya la biología nos ha convertido en meros
espectadores de la Historia, contemplo como las elites han impreso en el sentido
común actual, como descalificativo indiscutible, la palabra comunista,
sinónimo de sectario, liberticida, atrasado, atávico, agresivo…hasta inculto
(ya sé que este adjetivo ahora es inocuo). Sorprende comprobar que aun hoy día,
treinta años más tarde, la utilización del comunismo como amenaza real tiene
eficacia electoral. Recuerdo a Arnold Hauser contándonos cómo los libros de
caballería se pusieron de moda en siglo XVI, justamente cuando esa organización
social había desaparecido.
¿Y qué decir del universal uso despectivo de la palabra
“populista”? Es racional su empleo por las elites conservadoras, que en la Revolución
Francesa contemplaban con horror la posibilidad de tener que competir por el poder
político con los sans coulottes. Siempre fue así. Grabado
como sello en las venerables ruinas de Roma está el acrónimo “SPQR” (Senatus Populusque
Romae, Senado Y Pueblo de Roma). Conjunción copulativa esta Y que
deja muy claro que el Senado y el Pueblo son dos cosas diferentes, aunque, a
veces, cohabiten y hasta copulen. El desprecio de las elites hacia los comunes es
cimiento de nuestra civilización.
Pero su uso despectivo por progres, que provienen (no digo
que pertenezcan) a la cultura de izquierdas, ¿a qué se debe? ¿Nadie les ha
enseñado lo que debe su escalada en la clase social de los pijos a las luchas
de sus ancestros plebeyos? ¿Ejercicio de mímesis? ¿Acaso sueñan con que su aculturación
facilitará su aceptación por las elites vigentes?
No tengo nostalgia del “socialismo real”, un intento de
cambiar de sociedad que fracasó económica, social y políticamente. Pero su fracaso no legitima el sistema vigente.
Al ser la guerra fría un juego tipo todo para el ganador,
a nadie sorprende que la verdad fuera sustituida por la propaganda en ambos
bandos. Treinta años después de la caída
del muro, irremisiblemente demonizado el socialismo, la sustitución de la Historia por la propaganda
vencedora persiste, y su eficacia reside, más que en lo que desvela
sobre mitos y miserias reales del socialismo, en lo que oculta.
Han logrado imprimir en el sentido común de la actual
cultura de masas el dogma de que el fascismo y el comunismo son dos ideologías de
similar contenido y maldad, responsables de todos los crímenes de la humanidad
cometidos en último siglo. Frente a ellos resplandece la pureza de las
democracias liberales. Esta banalidad está
profundamente arraigada en la opinión pública porque lo banal está al alcance
de cualquiera.
Opino que esta imagen no se debe tanto a discusiones ideológicas
como a los tradicionales relatos sobre la maldad innata del Otro, las leyendas
negras que, basándose en verdades indiscutibles, se exageran hasta convertirlos
en una gran mentira. Ahí va algún ejemplo:
-
Es
teoría muy extendida que el modelo del campo de exterminio nazi fue el gulag
estalinista.
Simpleza que pasa por alto que de los campos de exterminio
nazis no se salía vivo, no se entraba por lo que se hacía sino por lo que se
era (judío, ruso, gitano, comunista…) y que no existía ni apariencia de juicio
previo individual. En los gulags el horror no buscaba el exterminio, se entraba
previo juicio (muchas veces, aparente) y se salía en fecha establecida. Jamás
hubo motivaciones racistas: la totalidad de los forzados eran soviéticos y la
mayoría comunistas.
La historia enseña además que los campos de trabajo y
exterminio eran prácticas ampliamente experimentadas por las potencias
liberales en sus colonias, mucho antes de la revolución soviética:
En 1877, en los campos militarizados de la India murieron por
hambruna provocada por las autoridades inglesas decenas de millones de
personas; a Australia se la llamaba a finales del Siglo XIX la Siberia británica;
los trabajadores forzados que construyeron los ferrocarriles del Este en EE.
UU. (todos negros) alcanzaron, algún año, la tasa de mortalidad del 45%;
decenas de millares de libios murieron en los campos de trabajo italianos, como
argelinos en los franceses durante la conquista de su pais; la Alemania
imperial y liberal utilizó también el trabajo forzado para exterminar a los Hereros
en sus colonias del sur de África…
-
Tampoco
los desplazamientos y reubicación de minorías étnicas supusieron una novedad soviética.
Y de hecho está documentado que los aliados liberales recomendaron a los
soviéticos dichas prácticas respecto a las minorías germanas y cosacas de Centroeuropa.
Al finalizar la Segunda Guerra, checos y polacos la utilizaron con entusiasmo
frenado por los soviéticos. Los americanos confinaron y deportaron a miles de
sus ciudadanos de ascendencia nipona y todas las potencias coloniales
utilizaron dichas atrocidades.
También se podría debatir sobre el uso del hambre como arma política
por los ingleses en Irak o Bengala (tres millones de muertos) en 1942-43; los
EE. UU. utilizaron el hambre como arma de represión contra el levantamiento de
los filipinos a principios del siglo XX (millón y medio de muertos); o los
recientes bloqueos económicos de EE. UU. sobre Irak (según un artículo de 1996
de la revista oficiosa del Departamento de Estado, Foreing Affairs “el embargo
de Irak ha provocado más muertos que todas las armas de destrucción masiva a lo
largo de la historia universal”), Irán, Cuba, Afganistán…; o los bombardeos masivos
ingleses sobre barrios obreros alemanes iniciados en el 44, cuando la caída próxima
del Reich era evidente; o Hiroshima y Nagasaki con finalidad exclusivamente propagandísticas…
En fin, el catálogo de atrocidades es interminable y no es mi
intención disculpar los crímenes soviéticos con el pueril recurso del “y tú más”[1].
Lo útil sería el debate sobre el sufrimiento en los procesos sociales, y lo
trivial es evitarlo presentando la catástrofe como un evento producto del
choque entre dos personajes Hitler y Stalin, crueles y desquiciados, que
enviaron al matadero a multitudes alienadas y que, muerto el perro, se acabó la
rabia. La Historia se mueve por factores muy complejos y contar historias sin
encuadrarlas en las circunstancias del momento es una estupidez, no importa el número
de creyentes. Desgraciadamente la crueldad en la historia de la humanidad no es
algo anormal producto de la locura; suele obedecer a una racionalidad siempre latente
en cualquier lugar. Por eso es necesario conocerla para que no se repita. Por
eso se manipula.
Por razones de espacio y prudencia no voy a mencionar nada
positivo sobre las huellas del socialismo en la Humanidad.
Y termino expresando mi sospecha de que la actual ola de odio
no está originada tanto por miedo a la implantación del socialismo como del
odio a los comunistas. En España, los conservadores han soportado la presencia de
comunistas en la calle, en los barrios, incluso en ayuntamientos… en su medio
natural, la plebe. Lo que sus vísceras no aguantan es su presencia en la cabeza
del Estado, en el Gobierno. El templo de los mejores se ve hollado por los
comunes.
[1] El análisis
más profundo e inquietante sobre el estalinismo que he leído es la novela “Vida
y destino” de Vasili Grossman. Sobre la demonización de la URSS por la
propaganda liberal recomiendo “Stalin “de Domenico Losurto.
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