UN DIÁLOGO INVENTADO
S –
Venid a mis brazos, querido Miguel.
C –
Aquí os reciben, gran William, como han recibido vuestras comedias: con agrado
y con deseos de leer vuestras últimas obras y conocer también vuestras andanzas
en tierras tan septentrionales.
S – Leí también la Segunda parte de vuestro Quijote, estimado
Miguel.
C – Yo he disfrutado de vuestro Otelo,
Rey Lear, Pericles, las últimas de las que he tenido noticia. Pero sentaos y
bebamos.
S – Bebamos primero, Miguel, que la
alegría del encuentro no necesita más acomodo.
C – Tenéis razón, pero mis piernas, al
igual que mi brazo, se fatigan más de lo que yo quisiera. Sabed, estimado
William, que tengo ya un pie en el estribo y siento próximo el día de la cita
con el Creador.
S – Yo también siento próximo mi final y
ya sin magias para encantamientos que trasladar al teatro. Por eso os pido un
juicio sobre mi obra: el vuestro será la única sentencia que admita hasta el
día del silencio eterno.
C – Vos utilizáis la pluma como un cincel
para esculpir en versos las pasiones que guían nuestros actos.
S – Y vuestra prosa es la paleta del
pintor que refleja las grandezas y miserias de nuestra existencia: ¿Quizá fuera
mejor dejar el juicio sobre nuestras obras a esos críticos que sellan el futuro
por carecer del don de la fantasía?
C – Sea la fantasía nuestro mejor
epitafio.
S – Dejemos nuestro destino a su suerte y
hablemos de la farsa y del teatro, si os parece. Para mí, la vida, farsa y
teatro son la misma cosa. El mundo nos pone un traje y nos fuerza a representar
un papel que no hemos elegido, donde los locos son los cuerdos y los cuerdos
son locos sin imaginación: un cuento contado por un loco lleno de ruido y
furia.
C – No andáis del todo descaminado, querido
William, y próximas me resultan vuestras palabras. Creedme si os digo que en la
vida elegimos un papel y luego nos ponemos el traje que mejor se ciñe a
nuestros deseos, pero el tiempo hace de lo real y de lo imaginado un puchero
que no distingue paladares. Digno del gran Sófocles es vuestro Hamlet; notable
la escena de la llegada de los cómicos y su parodia del mismo tema que en la
obra toma asiento principal. El teatro dentro del teatro: con ello convertís a
los personajes en público y al público en espectador de espectadores. Sin falsa
adulación, diría que vuestro ingenio mostrose alado como nunca.
S – Adulación por adulación, genial
resulta la aparición del Quijote y de su autor en la Segunda parte como
personaje de la Primera: la novela dentro de la novela. Nunca vi cosa igual.
Con ello conseguís que sea leído como historia aquello que es producto de la
fantasía. Y qué decir del diálogo entre caballero y escudero que es vuestro
Quijote todo: lo que de mísero y de noble tiene nuestra existencia cabe en él,
en él se sustenta y a élla representa.
C – Temeridad por temeridad, que sean los
tiempos venideros los que lancen su juicio de nuestras andanzas en la república
de las letras: ¿os parece?
S – Sea, aunque yo vivo y preocúpame sólo
el presente; de él como, por él siento y a él lego mis obras.
C – ¿Sois creyente, querido William?
S – No como vos, estimado Miguel: no
puede imaginar ese lugar donde no retorna viajero alguno. Yo, en cambio, sé que
vos sois piadoso, pero contemplo en vuestras obras ímprobos esfuerzos para
aceptar al Dios católico de la Iglesia de Roma.
C – Si no otearais como lo hacéis el
corazón del hombre, no podríais ser padre de tantos corazones que palpitan en
vuestras obras. Dejémoslas a los demás como herencia y guardemos como en cofre
el secreto de nuestras creencias, ¿trato?
S – Trato. Fijaos que no cumplimos las
promesas, y al final hablamos de nuestras obras y no de nuestras vidas.
C – Ha querido el Cielo o el destino que
en nosotros ambas se confundan. Pero sigamos, aunque para ello sea menester
dejar en la vereda nuestras promesas.
S – Vuestras comedias son entretenidas,
regocijantes y bien tramadas, y vuestro verso notable, aunque yo no domino
vuestra lengua como para estar atinado en la crítica, ¿Por qué entonces os
pasasteis a la forma novelada?
C – Esta vez no me dio el Cielo la gracia
que dio a Lope, a Góngora y a otros muchos poetas de esta edad dorada de
nuestra república. A cambio, fui el primero en novelar sin copia ni imitación,
sin la aguja italiana a la que otros se aferran. De nuestra vida somos deudores
del Altísimo y no debemos malgastarla en caminos que nos importunan. El
Quijote, en gran medida, es fruto de la casualidad y se ha inspirado en un
anónimo, en el que un lector de romances se vuelve loco, sale a los caminos y
retorna a su hogar apaleado. Allí vi a personajes y aventuras como en semilla:
la fantasía y las ansias hicieron el resto. Sin embargo, mi verdadera novela es
el Persiles, que aún no ha salido a la estampa: ahí es dónde expreso mi ideal
de esta cocina de conceptos y sonidos que es esta nuestra república de las
Letras. Pero hablemos de vos. Sois un gran poeta, como puede apreciarse por
vuestros sonetos, por vuestro Venus y Adonis, y por la historia de Lucrecia,
que tan maravillosamente habéis versificado, aunque yo, que apenas conozco
vuestra lengua, tenga que dejar su juicio en suspenso ¿Por qué os fuisteis al
terreno de la comedia?
S – Como vos sabéis, empecé siendo actor
antes que autor, y aún antes fui guardador de caballos. Nuestras comedias no
eran dignas de las que nos precedieron en Grecia y en Roma: o eran malas
imitaciones o peores traducciones. En común tengo con mis contemporáneos,
Johnson y Marlowe, su destino: servir a una jauría, nuestro público, que había
que aplacar con terribles sucesos, captar su atención con tramas intrigantes y
lanzar versos como dagas, que más hieren el corazón que mueven el pensamiento.
Apenas había un momento para el sosiego; sólo cuando la fiera aplacaba sus
instintos lanzaba algún que otro monólogo y remansaba la acción para volver, al
poco tiempo, al delirio, a la pasión de mis criaturas, a su destino inevitable.
Quizá vos habéis podido elegir, pero yo no escribí para la posteridad, sino
para comer, respirar y vivir. Insisto: la vida es una farsa; ponerle pluma y tabla
y tendréis el teatro, la representación de una representación, comedia para
comediantes.
C – Sé que vivís por y para el mundo de
la farándula, y que habéis alcanzado a nuestros antepasados, Eurípides, Plauto,
Ovidio y a otros tantos modelos de la antigüedad, y diría que los habéis
sobrepasado en trama y determinación. Yo he repartido, como vos sabéis, mi vida
a partes iguales entre las armas y las letras. Fui marino en Lepanto, en la más
alta ocasión que vieron los siglos. Allí quedé manco, pero el orgullo de
aquella victoria fue bálsamo para mis heridas. Para mí el teatro encierra la
vida pero no la sustituye; nos adentramos en vidas inventadas, pero sin
confusión con la propia; respiramos otros aires durante breves momentos, pero
el aire que nos alimenta lo llevamos con nosotros cuando la farsa acaba. La
vida tiene su fin que la comedia no puede torcer. Acepto que la vida es
comedia, pero esa comedia no cabe en las tablas de un teatro.
S – Sin embargo, sí habéis logrado
confundiros con vuestros personajes y no creo adularos en exceso si dijera que
vos y vuestro Quijote sois una misma cosa. Confusión por confusión, el teatro
es para mí lo que vuestro hidalgo es a vos.
C – No vais descaminado, pero ello surgió
sin propósito, como por encantamiento y carcelariamente. Sin embargo, El
Quijote es un ideal que ningún mortal puede alcanzar, al igual que vuestro
Hamlet, al que yo veo tan entremezclado con vos en sus reflexiones y en sus
pasiones que apenas podría distinguiros. Confusión por confusión.
S – Pero recordar su final: muere a manos
de otros tras cumplir su venganza; vuestro Quijote muere tras recuperar el
juicio. ¡Querría para mí el final de vuestro héroe aunque mi corazón se
acompasa con Hamlet!
C – Sí, pero recordad los principios: El
Quijote se volvió loco a causa de sus lecturas, vuestro Hamlet, príncipe noble
y culto, se encuentra sin padre, con la corona usurpada por su tío que además
es su asesino y comparte el tálamo con su madre; ¿Podría acabar de otra manera
de no ser por mediación del Hacedor?: del barro de la desesperación surgió el
lodo de la venganza. Final terrible, pero acomodado a su principio.
S – En cambio, el final de vuestro héroe
es reposado, recupera el juicio, hace testamente y muere, pero me parece más
terrible que el de Hamlet, porque muere como personaje, muere su maravillosa
locura al recuperar el juicio, muere sin ver cumplir su ideal y su ideal muere
porque su locura no es simiente de otras locuras. Mi Hamlet también muere pero,
al menos, mata la hierba putrefacta que nace en la cloaca que es este mundo.
C – El que siembra viento recoge
tempestades, pero también una hierba sustituye a otra hierba. Vos mismo decís
en una obra que la “culpa no es de nuestra estrella sino nuestra”. Vuestro
Hamlet cambia la vida por la suya; El Quijote cambia el mundo con su ejemplo;
Hamlet siembra y recoge; El Quijote siembra, pero deja que sea de otros la
cosecha; Hamlet nos muestra lo que de innoble tiene nuestra existencia, El
Quijote lo ejemplar de nuestros pasos.
S – Con su locura, El Quijote desnuda
nuestras miserias.
C – Con su venganza, Hamlet hace
justicia.
S – Larga vida a ambos.
C – Sea.
No soy capaz de valorarlo, pero lo que sí me llama la atención es el perfecto equilibrio que consiguió mi abuelo. No se puede decir que uno gane al otro en el espacio utilizado, ni en la fuerza expresiva, ni en las emociones desatadas, ni en la construcción de caracteres; y eso a pesar de que expresión, emociones y caracteres sean para ambos tan dispares. ¡Nunca estuvo mi abuelo tan camaleónico! Entonces aproveché la ocasión para preguntarle a cuál de los dos le hubiera gustado parecerse o reencarnarse, a lo cual me contestó con cierto desapego: “Cuando leas más a estos ingenios sabrás que me hubiera gustado parecerme a uno, pero que en realidad me parezco al otro. En cualquier caso con cualquiera quedaría contento. No te voy a decir la respuesta porque con el tiempo la sabrás”. Ahora, cuando hace ya algunos años que de mi abuelo sólo tengo sus libros y su recuerdo, sé la respuesta. ¿La sabría el lector?
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