FUSION BANKIA-CAIXABANK: UNA OPORTUNIDAD PERDIDA PARA UNA BANCA PUBLICA.
Ramón Utrera Cejudo
La fusión Bankia-Caixabank, que en realidad es una absorción de la primera por parte de la segunda, no es una fusión bancaria más, a pesar de su importancia en términos de volumen en el sector financiero español. Esta fusión plantea tres cuestiones de fondo fundamentales: La necesidad de una macro fusión más con riesgos oligopolísticos, la oportunidad perdida de no haber aprovechado la nacionalización de Bankia para recuperar la banca pública en España, y la confirmación de la imposibilidad de recuperar la mayor parte de los fondos públicos destinados al rescate de Bankia. En los tres aspectos se plantean, a diferencia de otros procesos de fusión anteriores, no sólo cuestiones financieras y sociales, sino también económicas, políticas, y hasta ideológicas.
Desde los
puntos de vista puramente financiero y económico las preguntas son ¿Es
necesaria una macro fusión en el sistema financiero español y europeo?, ¿y esta
en concreto? Previamente a la inminente fusión ambos bancos ya son muy grandes,
incluso a escala europea. En los rankings mundiales de S&P Global Market
Intelligence de 2019
Y aquí
aparecen las primeras desventajas, por no hablar de amenazas. Una de las
primeras conclusiones de la gran crisis del 2008 fue el riesgo que supone la
existencia de bancos de tamaños sistémicos tanto para el sistema financiero
nacional e internacional como para la economía. Y por tanto la necesidad
ineludible de salvarlos, incluso con dinero público; no por ellos mismos, sus
accionistas, sus trabajadores, o sus depositantes, sino por las consecuencias
de un efecto contagio para el resto del sistema financiero nacional, así como por
las repercusiones dramáticas para la economía y para la sociedad. Por tanto, si
la existencia de entidades sistémicas supone una vulnerabilidad tan grande para
el país, ¿por qué permitir esos tamaños, o peor aún por qué fomentarlos?
Desde una
perspectiva de izquierda, e incluso desde la de una parte de la derecha, se
plantea también el problema de su gobernabilidad y control. Un banco gigante,
que lógicamente por su tamaño mantiene la mayor parte de su balance fuera del
país, deja de responder a los intereses nacionales, escapa al control del
gobierno nacional, y la lógica de sus intereses se distancia, o se opone, de la
de los del país en que se desarrolló y que le protegió. Por no hablar del
problema de su comportamiento interno como grupo de presión, que a buen seguro
ejercerá.
Desde el punto
de vista puramente operativo y de servicio, es evidente que se fomenta el
oligopolio y se perjudica la competitividad. Desaparece la banca regional, y
aunque puede aumentar la oferta de servicios y su sofisticación, se pierde
trato particular, conocimiento de la realidad local y flexibilidad. Además, a
pesar de lo que pregona la propaganda institucional la experiencia demuestra
que no se abaratan ni los intereses de los créditos ni los costes. De hecho, el
mercado bancario ya adolece de ser muy competitivo. Entonces ¿por qué apoyar
las fusiones de gigantes? ¿Por qué esa obsesión por el gigantismo?
Ante todo y
aunque se hable poco de ella, hay una competición nacionalista por crear
“campeones nacionales” o “continentales”. No sólo los gobiernos, desde
Desde una
perspectiva puramente financiera, el contexto actual de tipos en mínimos afecta
mucho a los márgenes y reduce la rentabilidad. La ralentización que venía a
arrastrando la economía, a la que se han añadido los efectos producidos por el
coronavirus, venía provocando que la demanda de crédito fuera escasa y con
riesgos. Actualmente los bancos no ganan dinero vía préstamos, ya antes de la
pandemia la ralentización del crecimiento lastraba las inversiones en renta
variable y en general, y la menor actividad reducía las operaciones de
intermediación de la banca al por mayor o de servicio a las PYMES; lo que
abocaba a las entidades financieras a buscar la rentabilidad reduciendo costes
y aumentando o creando comisiones. Los problemas para dar créditos han generado
excesos de liquidez, que ha habido que colocarla en el BCE, incluso a tipos
negativos, y las provisiones de capital han seguido siendo un lastre. Por tanto
en el contexto actual la mejor salida para mejorar la rentabilidad de los
bancos es ir a fusiones que produzcan sinergias y que permitan reducir costes.
Todo ello sin menoscabo de que en la futura entidad se imponga el estilo más
agresivo en el cobro de todo tipo de comisiones de Caixabank.
Los bancos de
la fusión en cuestión son muy solventes, pasaron sin problemas los últimos test
de stress –Bankia quedó muy saneada después de la limpieza de su balance que le
supuso la intervención-. Sus ratios de capital CET1 -Acciones+reservas+preferentes+instrumentos
híbridos sobre activos ponderados por riesgo (Acuerdos de Basilea)- son los más
altos de los bancos del IBEX, el 13.3% en Bankia y el 12.3% en Caixabank,
frente al 11.8% del Santander y el 11.2% del BBVA; aunque el ROE está un poco
bajo, con un 4.7% (Caixabank) y un 2.2% (Bankia), en un sector en el que la
mayoría no llega al 5% -Antes de la pandemia el BCE pedía subirlos por encima
del 7%-. La ratio de eficiencia es del 55.4% en Caixabank y del 56.9% en Bankia
–El BBVA lo tiene en el 47.9% y Bankinter en el 45.4%- (Datos a junio del 2020
aportados por las propias entidades). Y en cuanto a sus negocios son
complementarios. Caixabank aporta liderazgo en el negocio de seguros y mayor
rentabilidad, Bankia aporta ahora solvencia. Caixabank tiene el 47% de su
cartera de créditos en operaciones de empresas y consumo, frente al 39% en el
caso de Bankia; mientras que esta tiene un 55% en crédito hipotecario frente al
35% de Caixabank. A Bankia le perjudicó tener que renunciar durante 5 años al
negocio al por mayor, aunque no fue este el causante de sus graves problemas
sino la exposición al negocio inmobiliario, en particular el heredado de
Bancaja. Últimamente le ha perjudicado también el alto porcentaje de préstamos
hipotecarios a tipo variable, así como los bonos con los que
Las sinergias
de la fusión están en torno a los 770 millones de euros. Hay una posibilidad de
ajustes de costes de un 15% del total. Los gastos de reestructuración se
estiman en unos 1000/1500 millones, pero hay un fondo de comercio negativo de
unos 8000 millones, una de las claves de la fusión. Es decir, para las
entidades afectadas la fusión es interesante y ventajosa. Aún así de las 6730
oficinas que suman entre los dos habrá que desprenderse –otra de las ventajas-
de unas 1500, dado el grado de solapamiento existente en algunas zonas. De los
51000 empleados (35.600 Caixabank, 15950 Bankia) se prevé prescindir de unos
8000. El problema es que las prejubilaciones de los últimos años han dejado
poco personal con más de 56/57 años, y el salario medio es alto, especialmente
en Caixabank, o blindado, en el caso de los niveles altos en Bankia. Es decir,
será una fusión ventajosa para las entidades implicadas, pero complicada. La
cuestión es cómo afectará a otros interesados.
Para el
nacionalismo catalán, aunque se le venda como un regalo, en realidad consolida
el traslado del centro de gravedad de poder de
Desde una
perspectiva de izquierda la cuestión lleva a la oportunidad perdida para
recuperar un banco público, porque el ICO, con permiso de la ministra Calviño,
no lo es. El ICO como se ha dicho es una agencia financiera, y no tiene ni red
ni estructura para funcionar como un banco. Entre otras cosas, porque ni se
pretende, ni nunca se ha pretendido. Como tampoco ningún gobierno del PSOE ha
pretendido nunca recuperar la banca pública, a pesar de lo aprobado en sus
congresos. De hecho los procesos para liquidar la banca pública existente en
España, que en su momento concedía el 15% de los créditos del país, los inició
el PSOE con la integración y reconversión de los bancos públicos del Estado
propiamente dichos, más el semipúblico que era el Banco Exterior, más el
hibrido que era
Otra cosa es
que probablemente la mayor parte de la izquierda no sólo se hizo ilusiones
políticas infundadas con el tema sino que no suele valorar la complejidad y
dificultad de ese proceso de reconversión en toda su extensión y profundidad, o
sobrestima las capacidades de este en un contexto capitalista. En el mundo
actual un banco, aunque sea público, tiene que atenerse a la misma lógica de
los condicionantes que afectan y sufren el resto de los bancos europeos y mundiales,
incluidos los públicos, aunque luego pueda darle una orientación muy
progresista. Un banco independientemente de su tamaño es una entidad que tiene
poco dinero propio, es una institución que se dedica a tomar dinero por el que
paga un interés, y lo presta o invierte a su vez por un interés o para obtener
una rentabilidad. A no ser que alguien, puede ser el Estado con cargo a
presupuestos, se lo facilite gratis. La rentabilidad que obtiene por el dinero
que coloca tiene que ser superior a lo que tiene que pagar por el que recibe,
obviamente, y además tiene sufragar sus propios costes de estructura y
funcionamiento. Y lo peor es que no puede prestar más dinero que el que capta.
Su balance puede ser muy grande, pero ya está colocado en préstamos e inversiones;
y esas operaciones hay que esperar a que venzan porque no se pueden deshacer
fácilmente, sin generar pérdidas o costes excesivos. Un banco tiene que tener
una estructura de balance equilibrada y razonable. Primero por su propia
seguridad y solvencia, imprescindible para que él mismo sea sostenible, y
segundo porque en función de lo saneado que esté y de la capacidad de
rentabilidad que sea capaz de generar el dinero que intente conseguir en los
mercados se lo darán a un precio/interés mayor o menor. Si no se acepta esta
lógica porque pueda parecer injusta, el banco público tendrá que limitar su
política crediticia al dinero que pueda captar de sus clientes, últimamente con
mucha competencia, a los beneficios que pueda generar, escasos si se pretende
hacer una política crediticia muy social, o a los fondos que pueda facilitarle
el Estado, con todas las limitaciones presupuestarias que todo el mundo conoce.
Todo ello nos lleva a que si queremos pedirle muchas cosas al banco público,
necesitará mucho dinero y eso sólo lo hay en los mercados mayoristas, los
cuales ponen un precio que se rige por una serie de factores económicos, de
mercado, técnicos, de solvencia y riesgos del peticionario, etc. que hay que
asumir, porque además sus intervinientes se ubican por todo el mundo y son poco
presionables. O eso o seguir aceptando que los bancos privados exijan
comisiones exageradas y planteen problemas de garantías para canalizar los
préstamos del ICO, quien no tiene estructura para hacerlo por sí mismo.
Y por último,
queda la tercera cuestión: Al menos ¿por qué no se recupera el dinero de la
intervención? De los 24.000 millones el FROB lleva recuperados vía dividendos
unos 3.000, que no ha revertido al Estado porque han sido destinados a cubrir
otros problemas del propio FROB. El resto muchos lo consideran irrecuperable,
al menos en su totalidad; y dado el contexto actual y las perspectivas así
parece. Pero no está claro que a partir de la fusión vaya a mejorar el
escenario, aunque se insista en lo contrario, porque, aunque la nueva
institución vaya a ser más saneada y rentable, el Estado pasa de tener un 61.2%
a un 16% -segundo accionista después de Criteria con el 30%- y su capacidad de
decisión y presión se reduce ostensiblemente. La fusión va a dejar a los accionistas
de Caixabank con un 74.2% y a los de Bankia con un 25,8%, los institucionales
tendrán un 37% y los minoristas un 17%. Telefónica y el Fondo de Pensiones del
Gobierno noruego serían los siguientes por tamaño, con una perspectiva
estratégica en principio. Después estarían los fondos de inversión extranjeros,
con una presencia en el accionariado no muy importante –el mayor es BlackRock y
tendrá al final algo más de un 3%-, y que no parece seguir más lógica que la de
obtener la mayor rentabilidad.
Lo que sí es
cierto es que la actitud gubernamental declarada desde el primer momento de
vender en cuanto se pueda la participación estatal en Bankia ha perjudicado la
cotización de la acción, porque los especuladores se han lanzado a una
operación continuada de depreciación del valor que ha perjudicado a los
intereses públicos y de paso ha facilitado la absorción por parte de Caixabank
a un precio muy por debajo del de libros. En base al valor teórico derivado de
estos la acción de Bankia cotiza a un 25% de su valor real, mientras que la de
Caixabank lo hace a un 50%; esto significaría que el canje se va a hacer un 35%
por debajo del valor real de las acciones de la entidad intervenida. Hacer el
canje a los precios actuales de mercado supone asumir un precio que no se
ajusta al nominal ni al real, que está muy por debajo del derivado de los
libros, y que supone liquidar mal un bien público. Ambas acciones están
infravaloradas, pero la de Bankia mucho más; es decir, es un auténtico regalo
para Caixabank, y que convierte la fusión en una absorción. Por tanto, el FROB
debería empezar por exigir la revisión de la relación de cambio en el canje, en
defensa del interés público.
Es verdad que
el índice de bancos del IBEX pierde un 45% en lo que va de año, pero la política
de gestos de
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