MALOS TIEMPOS PARA EL NEOLIBERALISMO

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Ramón Utrera Cejudo

En la izquierda llevamos decenios condenando cualquier política de derechas como “neoliberal” o incluso “ultraliberal”. De hecho, es habitual utilizar, y abusar, del término “neoliberal” para calificar personas, políticas o cosas en general, a las que se quiere adjudicar un grado ideológico conservador más extremo. Por cierto, algo parecido a lo que históricamente ha ocurrido con la expresión “fascista”. Sin embargo, a menudo desde una perspectiva puramente semántica ambas expresiones han sido “injustas”. No porque lo que se intentaba calificar negativamente desde un punto de vista progresista, no lo fuera suficientemente, sino porque conceptualmente el personaje, la idea o el hecho no se ajustaban a la citada expresión. Lo que no quiere decir que hubiera que buscar una expresión más “suave”, sino más bien otra más exacta y oportuna. Esto que podría parecer a primera vista un prurito pedante de rigor académico, ideológico o político, si no se le da la debida importancia, puede llevar a la izquierda a caer en errores o contradicciones bastante graves, y a problemas serios de transmisión de la información o de comprensión de los fenómenos.

Una de las contradicciones más flagrantes la estamos presenciando ahora. La guerra arancelaria que ha declarado Trump al Mundo entero no tiene nada de neoliberal; al revés, es super proteccionista. Es decir, es todo lo contrario de lo que pregonan los liberales y de lo que trajo la globalización que ellos abanderaron desde Thatcher y Reagan. La izquierda radical puede que esté en las antípodas del neoliberalismo, pero hay políticas económicas conservadoras, como la actual de EEUU, que pueden estar igual de lejos y a la vez a una distancia también enorme de una progresista de izquierda. Nueva Zelanda está en las antípodas de España, pero Alaska está más o menos igual de lejos y a su vez está a una distancia enorme de Nueva Zelanda.

Pero los problemas para los neoliberales no han llegado ahora con Trump. La FED (banco central de EEUU) ya reconoció en su momento que fue un error no intervenir y dejar caer a Lehman Brothers, y con Ben Bernanke hizo un giro radical hacia una política monetaria claramente expansiva. En Europa el 26 de julio de 2012 Mario Draghi pronunció su famosa frase “Haré todo lo que sea necesario (para salvar el euro)” y marcó el inicio de una política monetaria “intervencionista” y expansiva por parte del BCE con tipos bajos, fuertes inyecciones de liquidez -el balance del Banco se disparó hasta llegar a los 8,83 billones en 2022-, compras de deuda pública y privada, etc. Todo con la firme oposición de los países “frugales” y de los neoliberales del Banco y del Sistema Financiero en general. De hecho, la salida de la crisis del 2008-2013 se hizo con políticas expansivas y de regulación -en España con cierto retraso- totalmente opuestas a las ideas neoliberales, a las cuales se responsabilizaba de la creación de las burbujas que dieron lugar a dicha crisis. El salvamento de los bancos a ambos lados del Atlántico se hizo en contra de los neoliberales y de la izquierda, por razones distintas evidentemente. Ese proceso aún no ha sido entendido por la masa social de la izquierda; tampoco se le ha explicado. Una cosa es cuales eran las razones y la imperiosa necesidad de hacerlo, y otra distinta cómo había que financiarlo.  

La idea de la globalización de los neoliberales se basaba en una desregulación y liberalización total del comercio y los flujos financieros. Esto coincidió con un boom de los mercados financieros apoyados en la ingeniería financiera y el auge tecnológico. El problema es que este desarrollo acabó provocando burbujas financieras cada vez más grandes y frecuentes, las cuales afectaron tanto a la economía real que a pesar de las altas tasas de crecimiento económico generaron una volatilidad y una inestabilidad en todo el sistema económico que puso en riesgo al propio capitalismo. Hasta el punto de que la propia derecha se planteó la necesidad de “refundarlo”. Las políticas de austeridad de los neoliberales y los frugales buscaron básicamente que el coste de la recuperación se hiciera a costa de los estados de bienestar de las clases trabajadoras, las cuales no habían sido precisamente las que más se habían beneficiado de la bonanza de las fases expansivas de crecimiento. Pero lo más “interesante” es que esas políticas contractivas de ajuste extremo acabaron siendo cuestionadas no por razones de justicia social, sino porque macroeconómicamente provocaban que las recuperaciones fueran más lentas tanto para la gente y como para las empresas.

Al final se relajaron las medidas de austeridad, se hicieron políticas monetarias expansivas de tipos mínimos y fuertes inyecciones de liquidez, se aumentó la regulación financiera, se intervinieron bancos, etc. Medidas nada neoliberales pero que buscaron apuntalar el Sistema, por su propio interés -conservador-, aunque electoralmente se “vendiera” de otra manera.  Los fondos Next Generation buscaron seguir esa línea nada neoliberal para paliar los efectos de la crisis del Covid-19. Para más inri la deslocalización industrial y la externalización extrafronteriza generadas por la globalización neoliberal han empobrecido muchas regiones de países occidentales y, aunque han generado un crecimiento y una actividad desordenados en países en vías de desarrollo y sobre todo un beneficio para las multinacionales, han dado pie al descontento social y a que el populismo de derechas intente aprovecharlo electoralmente. Y ahí es donde aparece Trump, que ha dedicado toda su vida a exprimir las ventajas del neoliberalismo en sus negocios y, sin embargo, ahora impulsa una política arancelaria hiperproteccionista. Cosas del populismo conservador.

¿Esto significa que las políticas económicas actuales son progresistas y que el neoliberalismo está vencido? En modo alguno. El neoliberalismo es la ideología de las multinacionales y de los especuladores financieros, y estos no están vencidos ni marginados, ni siquiera están controlados. Es evidente que las medidas económicas expansivas para salir de la última crisis han dado mejores resultados técnicos y más rápidos que las austeras en crisis anteriores, aunque eso no significa todavía que sean socialmente justas desde una perspectiva progresista. Y las medidas regulatorias -básicamente los acuerdos de Basilea- han afectado sobre todo a los bancos, pero poco a los hedge funds y a los fondos especuladores -la izquierda también debería empezar a distinguir la diferente tipología de estos; por ejemplo, respecto de la de los fondos de pensiones-. Así pues, los neoliberales siguen ahí agazapados, esperando su oportunidad en algún momento, lugar o resquicio.

Las políticas económicas actuales son más reguladoras e intervencionistas, pero siguen sin ser de izquierdas, y no son en absoluto socialmente justas. Lo que no quiere decir que algunas reivindicaciones radicales de desconectarse de la disciplina y el rigor no sean suicidas por su parte, por muy justa que sea la intención que las inspire. No obstante, dentro de los excesos de las posiciones más enfrentadas de uno y otro signo llama la atención la capacidad del capitalismo para evolucionar y adaptarse a las situaciones cambiantes.

El auge de las fuerzas de izquierda de finales del XIX y primer tercio del XX intentó ser frenado por el capitalismo en un primer momento con medidas de fuerza policial o militar; sin embargo, ya fuera por el temor a que la revolución soviética se extendiera a la Europa occidental, o ya fuera por la presión de los sindicatos y las fuerzas de izquierda moderadas o revolucionarias, el Sistema capitalista optó por cambiar de estrategia a mediados de siglo e inició un proceso evolutivo menos tosco y más inteligente. Durante ese proceso ha venido dando muestras de una gran capacidad de adaptación a los nuevos contextos y avances tecnológicos, ha sofisticado sus métodos, ha racionalizado su organización, ha cuidado sus técnicas de marketing y su imagen, ha evolucionado sus métodos de gestión, y siempre que ha podido ha cambiado las medidas de fuerza por el control de la comunicación y la trasmisión subliminal de valores culturales, mensajes o ideas. En suma, ha dado grandes muestras de su habilidad para analizar, reconvertirse y evolucionar; pero siempre al servicio de sus objetivos de fondo de sacar el máximo beneficio al menor coste posible y de mantener el sistema básico de relaciones existente. Sin embargo, a partir de los años 80 coincidiendo con la caída del modelo soviético y la crisis del estado del bienestar, y también como consecuencia de ello, entró en una nueva fase en la que sin oponentes externos y con oponentes internos debilitados y libre de limitaciones, condicionantes, amenazas o riesgos, y hasta de “complejos”, se ha envalentonado y ha podido desarrollar las potencialidades del sistema liberal hasta sus mayores extremos. Hasta tales que a partir de cierto momento y nivel se acabó cayendo en tremendos excesos, incluso desde su propia perspectiva. El que ese proceso se haya interrumpido se ha debido en parte a la presión social y electoral, pero sobre todo a su convicción de que estaba en cuestión su propia supervivencia.

Actualmente el capitalismo es consciente de que en algunos momentos evolucionó de una manera precipitada y descontrolada, pero parece que actualmente se encuentra en medio de una cierta desorientación, y no se atisba una dirección clara de hacía dónde puede evolucionar. Para colmo de desconcierto en el país de donde salió el neoliberalismo hay un presidente proteccionista, intervencionista y sobre todo absolutamente incoherente e imprevisible. El neoliberalismo o probablemente las alternativas neoliberales siguen ahí con todos sus fuertes apoyos intactos y listos para intentar aflorar de una manera más o menos clara a la menor oportunidad. El problema se complica con la presencia creciente de nuevos actores, básicamente los BRICS, en el escenario internacional, que aparentemente no son neoliberales pero que tienen multinacionales de momento más o menos controladas, aunque no un sistema financiero con un desarrollo y tamaño acorde con sus PIB. A pesar de lo que se dice, estos países, salvo en cuanto a su interés por una mayor cuota de poder, se muestran desunidos y hasta indecisos en todo lo demás. El supuesto izquierdismo que algunos les quieren ver con una mirada nostálgica sería algo más bien nominal, por no decir un sarcasmo.

Frente a esta situación compleja la izquierda parece incluso más desorientada aún que sus adversarios. La moderada está atrapada en el electoralismo y el día a día, no sólo ha perdido de vista la ideología, también ha perdido de vista su importancia y necesidad para el liderazgo político y para atacar las cuestiones de fondo; y tampoco ha entendido la necesidad de un replanteamiento de fondo del Sistema que requieren los numerosos cambios acaecidos en los últimos cuarenta años. La izquierda radical sigue asistiendo a los acontecimientos como testigo intrascendente presa de su incapacidad para evolucionar; se ha quedado aferrada a análisis, soluciones y discursos que no han dado respuesta a los nuevos retos, al menos a los ojos de la ciudadanía, para la que tiene más una imagen de resistencia que de alternativa para sus problemas. Está atrapada en nostalgias y políticas electorales identitarias y lo fía todo a maximalismos puntuales, pero no acaba de analizar y entender los nuevos retos. En resumen, ambas izquierdas, dicho en términos “deportivos”, no están compitiendo, especialmente la transformadora. Ambas necesitan recuperar su capacidad de analizar, con algo más de rigor, y de evolucionar, con algo más de perspectiva, para elaborar una alternativa que dé respuesta estratégica a los cambios y retos actuales. Si no lo hacen los cambios que se avecinan serán una disyuntiva entre el capitalismo proteccionista e intervencionista dominante en este momento, y el neoliberal expectante, o tal vez algún engendro evolutivo nuevo. Empecemos por tanto por la clarificación ideológica y la semántica.  

Comentarios

  1. Estupendo artículo. Ahora falta analizar el origen de la situación de la izquierda, ya que no es cuestión de "voluntad" o de errores de pensamiento solamente. No comprender la evolución del capitalismo es una de las múltiples causas de la desorientación de la izquierda. Pero queda muy clara en este artículo

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