LOS APOYOS DE ISRAEL Y EL CHANTAJE EMOCIONAL DE LOS JUDÍOS
Ramón Utrera
Cualquiera que haya ido a Auschwitz sentirá que le ha dejado una cicatriz imborrable en su conciencia. Los que no han ido y no quieren hacerlo, utilizan a menudo la excusa de que para entender lo que significa no necesitan hacerlo; pero lo cierto es que la certeza racional de saber lo que allí sucedió no deja la misma huella que lo que se siente caminando por donde se respira tanto horror y sufrimiento. Siempre he pensado que esa experiencia ayudaría a que hubiera menos violencia en el mundo. Aunque últimamente yo mismo me he vuelto un tanto escéptico, dado que he visto que hay muchas maneras de entenderla, empezando por la de los propios judíos. ¿A qué reflexión sobre la violencia han llegado los judíos que han visitado algún campo de exterminio, incluso los que perdieron algún familiar en él? ¿Qué efecto concienciador del Holocausto podemos esperar entre generaciones y pueblos que no tuvieron un contacto directo con el drama, si los propios judíos no parecen ser capaces de mirar ese tipo de experiencia más que desde su perspectiva como víctimas? La historia demuestra que tarde o temprano todos los pueblos acabarán pasando por el papel de víctima o por el de agresor; pero ellos se obstinen sólo en el primero.
Cada vez que se
produce un episodio de violencia en Palestina, los medios con su habitual obsesión
por la primicia y el reportaje en vivo enfocan el suceso como si se tratara de
algo repentino y fruto de la maldad terrorista de alguien inadaptado a la
realidad de una sociedad pacífica, y occidentalizada para más señas. Pero lo
cierto es que la realidad cotidiana de Palestina es la de un pueblo desplazado
a la fuerza de sus casas, tierras y medios de vida por una serie de guerras o
por la presión de colonias “legales” o ilegales en épocas de “paz”, y en la que
el status reinante es el de un apartheid puro y duro. El problema es que esta
situación tiene raíces, y estas se remontan a los años cuarenta del siglo
pasado, e incluso a hechos anteriores, a pesar de que la prensa pase por ellas
a vuelapluma.
El 29 de noviembre de
1947 se aprobó la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas
por la que se acordaba la partición de Palestina en dos estados de tamaño
similar entonces, uno judío y otro árabe, dejando a Jerusalén bajo la
administración de las NU. Lo curioso es que aquella asamblea la formaban en ese
momento 57 países, la inmensa mayoría occidentales o del bloque soviético. De
estos, 33 votaron a favor de la partición, EEUU y los países occidentales que
pertenecían a la organización -faltaban todavía Alemania, Austria, Suiza, Italia,
España, etc. – la URSS y los del Este, la mayoría de los latinoamericanos, y
los países de la Commonwealth gobernados por blancos; pero no lo hizo el propio
Reino Unido, la potencia administradora, que se abstuvo. Votaron en contra 13,
todos los árabes, los pocos del 3º Mundo que había en ese momento, excepto los
latinoamericanos, la India, Pakistán e Irán. Y se abstuvieron 10, entre otros y
aparte de Reino Unido, lo hicieron China, Yugoslavia, México y Argentina. En
ese momento Israel todavía se apoyaba en la legalidad internacional y asumía
las decisiones de las Naciones Unidas.
A medida que gracias
a los procesos de descolonización el número de miembros se ha ampliado hasta
los 193 actuales, y sus resoluciones y votaciones se le han vuelto adversas,
sus decisiones ya no le incumben, y la legalidad internacional no le afecta
cuando estima que su seguridad, o sus objetivos, están en riesgo. Concepto que
sólo evalúa el propio Israel. Con el paso de los años y el aumento de las
tropelías humanitarias que realiza bajo la protección estadounidense y los
gobiernos europeos aliados, a pesar de la indignación de los países de casi
todo el mundo y algunos occidentales, las votaciones en su contra suelen ser
masivas, habitualmente en torno a dos tercios, y algunas de ellas con mayorías
en contra sonrojantes. Por ejemplo, la Resolución 478 del 20 de agosto del 1980
del Consejo de Seguridad, en la que se condenaba el intento de anexión de
Jerusalén Este, se aprobó con 14 votos a favor, la abstención de EE.UU. y
ningún voto en contra. Como consecuencia de ello la legalidad y la institución mundial
que en otro tiempo fueron la base de su creación moderna los ignora ahora
cuando sus intereses expansionistas y su mentalidad supremacista lo requieren.
A pesar incluso de que desde 1967, tras las Guerra de los Seis días, la ONU le
reconoce las nuevas fronteras conseguidas en la guerra del 48. Ese mismo
resultado se dio exactamente con la Resolución 2334 del mismo órgano de 23 de
diciembre del 2016 negando la validez de los asentamientos sionistas en
Cisjordania, a los que calificaba de “flagrante violación” del derecho
internacional, y que provocó una reacción iracunda por parte del gobierno israelí,
quién acusó a la ONU de conspiradora y a la administración de Obama de
confabularse con ella.
Desde una perspectiva
más reciente, alguien poco sospechoso de pro palestino como el Servicio
Exterior de la UE reconocía unos meses antes de los recientes atentados de
Hamás un aumento de la presión de Israel sobre la población árabe. Los
representantes diplomáticos europeos en Jerusalén Este y Ramala subrayaban “la
creciente fragilidad de la población palestina de Jerusalén, la exacerbación de
sus condiciones económicas y la necesidad de protección”; denunciaban también un
aumento significativo de arrestos y operaciones de seguridad, la erosión del
statu quo de la Explanada de las Mezquitas o la presión sobre las escuelas
musulmanas, e incluso crecientes ataques a los lugares sagrados del
cristianismo. Asimismo, los representantes diplomáticos europeos señalaban el
peligro de que se complete el anillo de asentamientos en torno a Jerusalén
Este, lo que le aislaría del resto de Cisjordania. Este proceso en el que se
señala tanto a las fuerzas de seguridad judías como a numerosos elementos
ultraortodoxos que actúan con total impunidad, se ha agravado mucho con la
vuelta al poder de Netanyahu al frente de una coalición con fuerzas de
ultraderecha en diciembre del 2022, que al final ha sido el detonante de la
crisis actual.
El discurso de
Israel, Estados Unidos y los países occidentales que le apoyan reitera que su
sistema democrático es el único en Oriente medio. Sin embargo, ese sistema
democrático ha conformado un sistema de guetos en los territorios palestinos,
ocupados sin autorización legal ni política de la ONU, y mantiene a la
población árabe sin derechos o en situación de discriminación respecto a la
población judía, a la que se ha permitido la creación de asentamientos no reconocidos
por la ONU, ni siquiera por los EE.UU. para unas 600 mil personas. Los
controles, registros y detenciones son continuos, y no remiten en periodos de
calma; y las violaciones de los derechos humanos son generalizadas y
denunciadas por las ONGs y por las instituciones humanitarias internacionales,
sin resultado alguno. La población palestina no sólo no dispone de los derechos
humanos reconocidos universalmente, sino que es frecuentemente expulsada de sus
viviendas y propiedades, a veces simplemente por ser familiar de detenidos por
actividades subversivas, a menudo no condenadas, o por necesidades de seguridad
o de creación de nuevos asentamientos para colonos sionistas, entre otras
causas. ¿Se puede hablar de democracia en un país que mantiene desde hace
decenas de años a 5 millones y medio de personas en un sistema de guetos en su
propio país y a otros 6 millones exiliados en la diáspora palestina, sin la más
mínima cobertura legal o justificación moral?
El Tribunal
Internacional de Justicia tiene dos causas abiertas a instancia de una mayoría
abrumadora en las Naciones Unidas; una referente a si en Gaza se está
cometiendo un delito de genocidio y otra a si en el conjunto de los territorios
ocupados de Cisjordania se está cometiendo un crimen tipificado de apartheid.
Aunque el Tribunal ha impuesto medidas cautelares para evitar que se cometa el
primero de los delitos, que según todos los indicios ni se están cumpliendo ni
hay intención de hacerlo, lo normal es que la resolución se demore meses o
años. De momento, se dan abusos como el de que la gran mayoría de los
palestinos residentes en Jerusalén Este necesitan un permiso de residencia
renovable periódicamente por el Ministerio del Interior, o el de que tienen
extremadamente obstaculizada la circulación por sus propios territorios.
Si bien es verdad que
debido a su intransigencia política y su falta de humanidad Israel ha visto
como los apoyos internacionales se han reducido, limitado o condicionado, lo
cierto es que aún mantiene, cultiva y utiliza los de Estados Unidos y varias
potencias europeas, sobre todo Reino Unido, Francia y Alemania. El apoyo de estas
suele despacharse rápida y simplemente por los medios, pero es bastante más
complejo de lo que desde estos se suele decir; y responde a diferentes
factores, que además ponderan de manera distinta según el país del que se
trate. Es público que en Occidente existe una comunidad de judíos sionistas
poderosos que apoyan a Israel. Esto es especialmente cierto en el caso de EE.UU.,
donde desde las finanzas, y sobre todo desde los medios, ejercen una presión
directa y a veces indirecta -los políticos norteamericanos dependen mucho de
los medios en sus aspiraciones-. Tampoco es nada desdeñable el poder de los
judíos en Hollywood -hay una coincidencia sospechosa entre momentos críticos en
Palestina y la aparición de películas o series famosas sobre el Holocausto
buscando reactivar la empatía con el victimismo histórico hebreo o con el
sentimiento de culpa social según el caso-, lo que tiene un impacto electoral directo
no sólo en los seis millones de votantes judíos americanos sino en el resto del
electorado del país, así como en las opiniones públicas de las otras potencias
que apoyan a Israel. Bien es cierto que últimamente esto está cambiando en
EE.UU. dado el crecimiento de la comunidad musulmana estadounidense y los
cambios sociopolíticos de las nuevas generaciones americanas.
En el Reino Unido el
poder del lobby judío es también muy importante e influyente tanto política
como económicamente, pero aquí la comunidad judía es poco relevante
electoralmente (había 300 mil antes de la 2ª GM). Sin embargo, aunque el
sionismo no nació en Gran Bretaña ni Herzl era británico, lo cierto es que el
espaldarazo decisivo lo recibió de la doctrina Balfour en 1917, lo que se convirtió
en fundamental cuando posteriormente el R. Unido recibió el mandato de la
Sociedad de Naciones como potencia administradora. Posteriormente Palestina se
convirtió en una patata caliente para Gran Bretaña, de la que se deshizo de
mala manera en 1948, y que ha ido a más a medida que los países árabes han
ganado peso en la política y en la economía internacional desde que controlan
la producción de petróleo, y con los que no puede enfrentarse. Hay que recordar
además que ya hay 4 millones de musulmanes en el país, el 6,5% de la población.
El caso de Francia es parecido, y aunque no tiene una responsabilidad histórica
en Palestina de la que avergonzarse, sí tiene un grupo de presión financiero y
político judío muy importante, un pasado colaboracionista con la Alemania nazi
que incluyó el confinamiento y deportación de 220.000 judíos que vivían en el
país durante el Holocausto y, para complicar más las cosas, una comunidad
musulmana de más de 5 millones de personas. El caso de Alemania es muy
diferente, pues aquí el factor relevante no es la influencia política o
económica de los pocos judíos que quedan en el país, ni tampoco el peso de los
5 millones y medio de musulmanes -más de la mitad turcos- en el otro lado de la
balanza, es sobre todo su complejo de culpa sobre el Holocausto (550 mil judíos
antes de la 2ª GM), que pasa de generación en generación y que afecta y
condiciona su punto de vista enormemente, y con el que juega desde siempre
Israel. Esa misma percepción es extrapolable en menor grado a otros países
europeos como Austria (250 mil judíos antes 2ª GM), Hungría (450 mil antes 2ª
GM) y sobre todo Rumanía (un millón antes 2ª GM), quienes reconocen ya su
oscuro pasado durante la guerra. Pero no tanto a Polonia (3.3 millones antes 2ª
GM), que no se da por aludida y también lo tiene; aunque dependiendo del
momento alterna el papel de víctima y héroe con el de colaborador y flagelo. En
general el mayor crimen que los judíos recriminan a las sociedades europeas es que,
aunque no conocieran el alcance, la mayoría de la población sabía que algo muy
grave estaba pasando y muchos hasta lo veían bien. Curiosa es la convivencia de
dos sentimientos contrapuestos, uno “oficial” que pugna porque no se le acuse
de antisemita, y otro latente en algunos sectores sociales, especialmente del
Este, de antisemitismo ancestral, no reconocido.
Hay que dejar para el
final el caso más complejo, el de la URSS/Rusia (2.5 millones de judíos antes de
la 2ª GM en su parte europea). Stalin “apoyó” a Israel en el momento en que se
dilucidaba su creación; aunque no estaba claro cuáles eran sus intenciones y
motivaciones. Parece evidente que formaba parte de su geoestrategia para
Oriente Medio. El hecho es que mientras Reino Unido intentaba impedir el éxodo
de supervivientes del Holocausto a Palestina, la Unión Soviética permitió una
emigración importante procedente de los países ocupados por el Ejército Rojo y
de las tierras del oeste que se acababa de anexionar. Cuando quedó claro que
Israel no iba a ser ni peón ni aliado en la zona, se giró inmediatamente para
apoyar a los países árabes que se decantaban por procesos de cambio
revolucionarios más o menos progresistas. Influyó también la percepción de que
el referente de Israel estaba ejerciendo una influencia peligrosa en las
comunidades judías que existían por toda la URSS, donde siempre ha habido un
antisemitismo bastante importante, heredado de la época zarista. Sin embargo,
el papel de Rusia ha tenido, en mi opinión, una importancia indirecta y no
prevista mucho mayor a última hora. Con la desaparición de la URSS se permitió la
salida del país a un millón de judíos, por razones éticas y de interés, que a
lo largo de unos quince años se dirigió en su mayor parte a Israel. La llegada
de un millón de personas a una comunidad de ocho, en el preciso momento en el
que el asesinato de Rabin interrumpía lo que parecía un proceso hacia una
solución definitiva del problema palestino en base a los “Dos estados”, produjo
un cambio de sesgo conservador de la sociedad judía hacia posiciones más
intransigentes con claras consecuencias electorales: bloqueo de proceso de paz,
confinamiento de los palestinos en zonas cada vez más reducidas y con más
restricciones, anexión de Jerusalén Este, aumento de asentamientos de colonos,
presiones sobre la población árabe para que se marche a países vecinos, etc. -Según
las encuestas actuales el 88% de la población apoya la intervención en Gaza-.
La propaganda judía y
los medios se esmeran en subrayar el peligro que suponen para la supervivencia
de Israel Hamás, Hezbolá e Irán. Pero lo cierto es que no tiene base real.
Hamás dispone de unos 20.000 efectivos, aunque gran parte de su potencial ha
sido eliminado con la invasión de Gaza; y a Hezbolá se le calculan como mucho
50.000, en Líbano en su mayor parte. El ejército iraní, a más de mil kms de
distancia, y con dos países por medio, tiene 600.000 (350.000 en la reserva),
frente a los 170.000 de Israel (450.000 en la reserva); pero con un potencial
tecnológico y de medios muy superior -entre otras cosas unas 90 cabezas
nucleares-, y un gasto militar israelí 3.5 veces superior. Sin contar los 3.800
millones de dólares anuales de la ayuda de EE.UU. -Israel es el primer
beneficiario de la ayuda militar externa norteamericana-; a cuyo mantenimiento
o incremento va dirigida en realidad la campaña de propaganda sionista. Es
decir, Hamás y Hezbolá podrán hostigar y hacer ataques terroristas, pero no
tienen capacidad para lanzarse a un enfrentamiento directo con el Tsahal -Es
curioso que se han olvidado los atentados realizados por diferentes grupos
terroristas sionistas en los años 40, como el del Hotel Rey David, defendiendo
una causa con muchas similitudes con Hamás-. En otros tiempos esa propaganda
incluía también el inventario de fuerzas militares de todos los países árabes,
lo que producía un efecto de tremenda vulnerabilidad del rodeado y acosado pueblo
judío. El apoyo gubernamental árabe, que no social, se ha resquebrajado tanto
que el argumento se ha vuelto insostenible. Precisamente el objetivo del ataque
de Hamás tenía que ver con la interrupción del inminente proceso de
reconocimiento de Israel por parte de Arabía Saudí, y su posible extensión a
otros países de la zona. Recientemente se habían normalizado las relaciones con
Baréin, Marruecos y los E.A.U. Hay que recordar también que hay una oferta formal
de la Liga Árabe de un reconocimiento de Israel con las fronteras de 1967.
Amparándose en su
papel de pueblo victima -si hiciéramos una lista de pueblos víctima, por
agravio comparativo sería bastante larga- los sionistas lograron que las
potencias triunfadoras de la 2ª Guerra Mundial atendieran sus reclamaciones a
costa de las vidas, bienes y raíces de otros desafortunados. Hoy en día ellos mantienen
a cinco millones y medio de personas en un sistema de apartheid; y cuando los
oprimidos se extralimitan rebelándose desesperados con un ataque terrorista de
1.200 víctimas, responden con una represión –venganza bíblica del pueblo
elegido por Dios- que ha costado ya más de 35 mil, ha desplazado y acorralado a
dos millones de personas, y ha arrasado la vida en Gaza. Está también ahí el
posible triunfo de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, lo
que liberaría aún más las manos de Israel en los territorios ocupados; tema muy
preocupante si continúa la crisis. Aunque los sionistas deberían saber por
propia experiencia que un sentimiento de supervivencia como el palestino no se
elimina así como así. Occidente por su parte intenta justificarlo como legítimo
derecho de defensa, aunque la lista de crímenes y violaciones de derechos
humanos sea escandalosa. Tal vez el problema sea que a los occidentales hasta
cuando quieren hacer el bien se les descontrolan los genes supremacistas.
Me gusta Ramón, en este artículo no muy extenso, está dicho casi
ResponderEliminartodo.