LA IZQUIERDA TRANSFORMADORA Y LAS ELECCIONES EUROPEAS.
Ramón Utrera
La izquierda transformadora se enfrenta una vez más
a unas elecciones europeas, y como viene siendo habitual y crónico una vez más
primarán el cortoplacismo y el populismo. No obstante, unas elecciones europeas
siempre tienen el atractivo de que sirven para evaluar cuál es el auténtico
grado de respaldo electoral que tiene una opción política a escala de todo el
país, y representan la mejor oportunidad de conseguir un resultado positivo en
escaños con ese apoyo electoral. Esto se debe a que a diferencia de otros
procesos en las europeas el distrito electoral es único para todo el país y por
tanto el carácter proporcional se acentúa al máximo, es decir, todos los votos
se aprovechan; mientras que en otros procesos el distrito es provincial o
municipal, y cuanto más pequeño es éste tiende a funcionar de facto más como si
el sistema fuera el mayoritario. Esta es la clave de la “injusticia” de nuestro
sistema electoral, y no el D’Hont como se suele decir.
Pero aparte de su valor como encuesta electoral la
Unión Europea es algo más, bastante más. Y ahí la posición de la izquierda
transformadora adolece de un excesivo desinterés, cuando no pura animadversión.
Es verdad que el modelo de construcción europeo se ha hecho más a partir del
enfoque económico que del político –“diseñada por y para los mercaderes”-, que
la gobierna la derecha y que está en manos de burócratas. Es verdad también que
la ideología liberal es la dominante, y que a menudo ha predominado la
filosofía de la desregulación, globalización y financiarización de la economía
-últimamente cuestionada internamente por sus excesos en el propio sistema
capitalista, no por razones éticas sino prácticas de pura supervivencia-. Pero
tiene también algunos logros, alguno bastante importante, tiene también
bastantes posibilidades, y sobre todo es el medio real ineludible en el que
vivimos y nos condiciona, queramos participar o no. Por otro lado la posición
actual de oposición testimonial interna de la izquierda transformadora está
basada en varias valoraciones erróneas derivadas de análisis precipitados y
superficiales.
Por supuesto que la Unión Europea no tiene nada que
ver con el ideal socialista, ni siquiera con uno progresista. Las políticas de
la UE son el resultado de la correlación de fuerzas en ese nivel del Sistema, la
cual actualmente y como resultado de las elecciones está dominada por la
derecha. Exactamente igual que en España hasta hace poco, y en la mayoría de
nuestras comunidades autónomas o en muchos ayuntamientos. Pero la izquierda por
genética política está obligada a pelear en todos los niveles en los que
encuentre injusticia, sobre todo si tiene implicaciones directas para el
entorno social en que se mueve.
No podemos olvidar que el poder que tiene la UE se
deriva de una cesión parcial de nuestra soberanía en las instituciones
europeas, decidida democráticamente. Gran parte de los temas que afectan a
nuestras vidas se cuecen y se deciden en Bruselas y en Estrasburgo; pero en la
decisión de delegación de soberanía en las instituciones allí radicadas va
implícito el derecho y el deber de participar en la toma de decisiones sobre
esos temas. No vamos a allí a asistir a foros de debates inoperantes, sino a
tratar de influir en la toma de decisiones que nos afectan, exactamente igual
que en el Congreso de los diputados o en los parlamentos regionales. Si nos
inhibimos, es en todo caso un error de enfoque en el que a menudo nos empeñamos
absurdamente. Bruselas es simplemente un nivel más en el que dar la batalla
contra la injusticia. Ese enfoque está mal y precipitadamente resuelto por la
izquierda radical con la idea de que en Europa gobiernan las multinacionales y
los ultraliberales, lo que es cierto sólo en parte.
El modelo del Sistema que impera en la Unión Europea
no es sólo el que quieren las empresas multinacionales y los capitalistas, sino
el que votan los ciudadanos europeos, a los que desgraciadamente la izquierda
no ha logrado convencer de lo contrario. Por poner un ejemplo, las denostadas
políticas de austeridad no son sólo una idea del BCE y los bancos europeos sino
de la propia ciudadanía del norte y del centro de Europa, que valora el orden,
el rigor, la disciplina y la frugalidad financiera; no sólo por razones
culturales sino también por malas experiencias históricas, sobre todo las
relacionadas con la inflación. Sin necesidad de caer en la defensa de las
políticas contractivas y austericidas, es cierto que la izquierda radical ha
hecho criticas al BCE, al euro y a las políticas monetaria y cambiaria muy poco
serias y rigurosas, fácilmente desmontables -He participado en varios debates
sobre el tema y no se suelen aportar argumentos técnicos medianamente serios;
básicamente se echa mano de los ideológicos, y siempre se eluden los análisis
reales de los problemas y las consecuencias de otras opciones-. Se puede y se
deben hacer políticas monetarias y fiscales expansivas, pero controladas y
medidas. No porque las exijan los países del norte, sino por su propia
sostenibilidad. Los que defienden la salida del euro o no vivieron o no se
acuerdan de la experiencia de vivir con una moneda débil como la peseta -En su
momento aparte de las charlas y debates en los que participé escribí algún
artículo sobre la posibilidad o conveniencia de salir del euro “¿Es posible o
conveniente salir del euro?” en la Asociación Isegoria-.
http://www.asociacionisegoria.org/ramon-utrera-es-posible-o-conveniente-salir-del-euro/
España es tradicionalmente un beneficiario neto del
presupuesto comunitario, incluso después de la incorporación de los países del
Este, aunque desde entonces no tanto. El 35% del presupuesto de la UE se
destina a la política agraria, y nosotros somos de los principales
beneficiarios. Estamos entre los principales receptores de fondos estructurales
y de cohesión, y vamos a recibir un auténtico maná con los fondos
NextGeneration. Es lógico entonces que a cambio nos pidan un cierto rigor en el
control presupuestario; sobre todo porque vamos a poder financiar el déficit a
tipos de interés muy bajos gracias a nuestra pertenencia al euro.
Por otro lado, echarle la culpa a la Unión Europea
de políticas económicas reaccionarias, cuando su abanico de rentas es mucho
menos abierto que el nuestro, su presión y su justicia fiscal bastante mayores,
su nivel de fraude y evasión fiscal menores, su economía sumergida casi la
mitad que la nuestra, sus derechos sociales y estado de bienestar bastante más
avanzados que los nuestros, su nivel de cumplimiento de las leyes superior,
etc. etc. es un poco absurdo; a no ser que nuestras expectativas políticas
apunten a que los vamos a superar en breve. Mientras esto no ocurra aspiramos como
mucho a igualarles.
Es muy interesante que uno de los grandes defectos
del mal funcionamiento de la Unión Europea, muy atacado desde los sectores
progresistas, es que de facto ésta funciona confederalmente; es decir, que no
la gobierna una Comisión salida de y controlada por el Parlamento europeo,
elegido este por sus ciudadanos, como en cualquier democracia del continente,
sino que lo hace una Comisión salida de pactos entre los estados que componen
la Unión. En otras palabras, el modelo confederal tan popular actualmente en
las izquierdas españolas, pero de vieja tradición conservadora y a veces hasta
reaccionaria, y que prima el poder y ·conchabeo” de los estados, se impone aquí
al federal que prima el poder de los ciudadanos. Lo que no deja de ser una
seria contradicción política e ideológica de la izquierda radical. Como
izquierda transformadora deberíamos defender un sistema de funcionamiento más
democrático en Bruselas, pero eso podría derivar en criticas de por qué no
empezamos por dar ejemplo en casa.
Pero por encima de todos sus méritos y defectos el
proceso de unificación europea tiene un mérito incuestionable, y que, en mi
opinión, la izquierda que se define como pacifista debería reconocer. Después
de siglos de luchas y guerras continuas en nuestro continente la UE ha logrado
que al menos internamente estás hayan cesado, al menos en la Europa central y
occidental; de hecho, llevamos 79 años sin conflictos. No sólo eso, sino que
además ha desaparecido completamente el riesgo de estos, han desaparecido las
amenazas internas. Hoy en día no hay riesgo de un, conflicto armado con
Francia, ni con Italia, ni con el Reino Unido, ni de Francia con Alemania o
Reino Unido, etc. etc. Esto que a las generaciones actuales puede parecer banal
es extraordinariamente importante, precisamente por esa sensación. Después de
tantísimas guerras y enfrentamientos, al menos entre nosotros ha desaparecido
ese riesgo. Hoy los europeos no sólo no se amenazan, sino que se mezclan y
conviven como si fueran un solo país, sin más problemas que el idioma y algún
detalle de costumbres ridículo, se mueven y establecen con una libertad, que en
términos históricos es asombrosa -en el siglo pasado fuimos capaces de generar
dos guerras mundiales, para los desmemoriados-; aunque no se la valore. Esto es
más extraordinario de lo que parece, aunque a esta generación le parezca
natural. Nuestro reto es extender esa convivencia al Este, y buscar la manera
racional de abrirla a otras realidades.
Evidentemente queda el tema de la OTAN, aunque
estrictamente hablando es un asunto ajeno a la Unión Europa; pero todos sabemos
que no es verdad. Hay que recordar que significativamente su creación es
anterior al proceso de unificación europeo; y que, aunque siempre ha pregonado
su carácter defensivo, cuando cayó el muro no se disolvió. Aún peor, se ha
extendido, ampliado y evolucionado hacia otros objetivos y estrategias; hasta
meterse o provocar otros conflictos bélicos. La cuestión es ¿la OTAN existe
porque no hay una política de defensa europea o no hay una política de defensa
europea porque existe la OTAN? Lo cierto es que la defensa europea se protege
bajo el paraguas norteamericano, pero por eso mismo le sirve; como una suerte
de “foederati” modernos del imperio norteamericano. Es un tema espinoso y de
difícil solución, porque es el que provoca la aparición de intereses y visiones
más divergentes. Aquí, una vez más, la izquierda transformadora hace una
lectura superficial, coloca mecánicamente las consabidas etiquetas
antiimperialistas y subestima las percepciones populares mucho más importantes
y decisivas de lo que ella misma está dispuesta a admitir. Por apuntar un
detalle histórico, Suecia y Finlandia acaban de integrarse en la OTAN a petición
popular -la primera abandonando una neutralidad de dos siglos en un giro
brusco de su opinión pública por la guerra de Ucrania-; por no hablar de lo que
opinan las sociedades de los antiguos países socialistas sobre la agresión rusa.
Políticamente es muy romántico tomar como
referencias las experiencias del socialismo real o las latinoamericanas; pero
ni las primeras acabaron bien, ni las segundas tienen buen aspecto ni muchos
elementos sociológicos similares a los nuestros. La historia pasada y reciente
tiene más elementos en común con otros países del Sur de Europa que con nadie
más. En absoluto estoy defendiendo que haya que hacer renuncias a la utopía
socialista, sólo estoy descartando vías hacia ella que no han funcionado, y
sugiriendo que las alternativas hay que buscarlas con el resto de las fuerzas
progresistas europeas y en la imaginación de nuestra generación.
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