TERCER CAMBIO DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA

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El parto de los montes o el pensamiento mágico

Pedro Espino Hurtado

La Constitución Española de 1978 ha sufrido dos pequeñas modificaciones en los años 1992 y 2011. La primera, a causa del Tratado de Maastricht, iba dirigida a permitir el sufragio pasivo de los extranjeros en las elecciones municipales. El segundo cambio, en 2011, retocó el artículo 135 y estableció el concepto de estabilidad presupuestaria para que el pago de la deuda pública fuese prioritario ante cualquier otro gasto del Estado.

Muy recientemente, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP) han llegado a un acuerdo para reformar el artículo 49, cuyo texto reza así: «Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos». Esta enmienda se llevará a cabo porque el término «disminuido» se considera hoy ofensivo, humillante e inaceptable.

Carga de las palabras

Es un hecho conocido que muchas palabras son portadoras de un sentido, o metamensaje, que hace que estén «cargadas» de un significado particular, ya sea positivo o negativo. También sabemos que esa carga no es fija, y que puede cambiar con el tiempo: lo que era una palabra aséptica puede llegar a entenderse como algo positivo o a ser considerada como un término vejatorio.

Algunos ejemplos de palabras cargadas

Hospital. En España, hasta el decenio de 1950, esta palabra tenía una connotación negativa. Allí iban los necesitados (hospitales de beneficencia) y, en los hospitales clínicos donde los estudiantes hacían sus prácticas con los pobres, los profesores de medicina hacían su nombre: no cobraban, pero rentabilizaban su prestigio académico para sus honorarios en el ejercicio privado. Con el auge posterior de los centros sanitarios, para evitar el término «hospital» se utilizó la palabra «residencia» o «residencia sanitaria» (Residencia La Paz, en Madrid; Residencia Onésimo Redondo, en Valladolid…). Al prestigiarse la medicina técnica y científica se recuperó la palabra «hospital»: Hospital Universitario La Paz, en Madrid; Hospital Universitario Río Hortega, en Valladolid…

Asilo. Esta palabra, con un gran significado protector, ha pasado a ser Residencia de la tercera edad, Residencia de mayores... Cuando un término adquiere una acepción negativa se inventa otro para edulcorarlo. De manera aislada, la palabra «mayores» ha ido sustituyendo a otros términos venerables que ahora se interpretan como peyorativos: viejo o anciano.

Obrero. Esta palabra tenía connotaciones revolucionarias en el franquismo: el régimen prefería usar «operario», y al primero de mayo la Iglesia lo denominó día de San José Artesano. Incluso, en la actualidad, no es infrecuente oír que en medios de la izquierda se emplea un sintagma con menos lastre: «clase media y trabajadora» o «la gente».

Subsahariano. En España se ha tratado –con poco éxito– de introducir este término para evitar el de «negro», porque desde una corrección política en boga se supone que tiene una carga humillante. En EE. UU., sin embargo, parece que ha tenido una mejor aceptación la expresión «afroamericano» (Afro-American o African American), aunque empleada para sus ciudadanos.

Mongolismo. Este término, de gran valor descriptivo, se empezó a considerar peyorativo y se pasó a usar «síndrome de Down». Parece, sin embargo, que ya existen voces que empiezan a ver en esta expresión una carga censurable. Es posible que, en un futuro próximo, esta denominación sea sustituida por otro término médico aún más aséptico: trisomía 21.

Inválido. Esta palabra, etimológicamente correcta como el caso de subnormal, se empezó a interpretar como ofensiva y se le echó corrección política azucarada pasando a ser «minusválido» o, en los tiempos en los que se redactó la actual Constitución Española, «disminuido». Ni que decir tiene que nadie vio entonces que esa expresión insultara o menospreciara a las personas a las que se refería. Sin embargo, desde la corrección censora actual se ha decidido que el término «disminuido» es insultante y vejatorio, y se va a sustituir por «persona con discapacidad». Pero este prefijo «dis» posee una bomba en su seno, y muy probablemente se considere más adelante que tiene una carga despectiva. De hecho, ya hay sectores que abogan por expresiones como «diversidad funcional». Hay un hecho curioso e ilustrativo: el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) es una asociación fundada en el año 1997 que ha tenido un gran protagonismo en la campaña por esta modificación de la Constitución. Pero el significado original de las siglas CERMI no era el de su nombre actual, sino el de Comité Español de Representantes de Minusválidos [sic]. No me cabe ninguna duda de que los fundadores de la asociación no pretendían insultar o humillar a «las personas con discapacidad» llamándolas «minusválidos».

No creamos, sin embargo. que este es un fenómeno exclusivamente español. En inglés, por ejemplo, la corrección política ha hecho cambiar, por unas concepciones similares, el término handicapped por disabled, palabra que con toda seguridad ha inspirado a nuestros justicieros locales.

Por mor de la brevedad, he dejado fuera de estos ejemplos las evoluciones de palabras como ciego, sordo, analfabeto…, que también han dado lugar a locuciones eufemísticas pretendidamente dignificadoras.

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Ciertas expresiones que se consideran adecuadas en un momento dado pueden adquirir un sentido despectivo para el que lo quiere ver así. Incluso esa carga de las palabras puede tener recorrido de ida y vuelta, como se ha visto en alguno de los ejemplos descritos.

Personalmente no tomo partido por que el nuevo artículo 49 mantenga la palabra «disminuido» frente a «persona con discapacidad funcional». Lo que sostengo es que pensar que con estas maniobras se modifica la realidad o se beneficia a unas supuestas víctimas no es sino una mezcla de demagogia y pensamiento mágico que busca contentar a algunos grupos y que parece creer que el cambio de las expresiones se traducirá en un cambio de la realidad. Ya existen casos de ese tenor, como el de la vicepresidenta del Gobierno que encargó a la Real Academia Española (RAE) que elaborara un informe con el fin de reformar la Constitución para «incluir a las mujeres», ya que el empleo del masculino genérico, utilizado en su redacción, dejaba fuera a la mitad de la población. La respuesta de la RAE fue que la Constitución era gramaticalmente impecable.

 

 

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