LA DECADENCIA DE LA CONCIENCIA DE CLASE
Ramón Utrera
En las últimas elecciones
nacionales se ha producido en España un inesperado empate histórico entre los
diputados hipotéticamente dispuestos a apoyar un gobierno progresista y los
conservadores. Es habitual que los
medios hagan análisis políticos de los resultados electorales en base a la
distribución de escaños y no en base a la composición de la orientación de los
votos. De cara a analizar cuál es el verdadero punto de vista político de la
población no es buena idea, porque es engañoso; dado que los escaños no
reflejan el sentir real de los ciudadanos, sino que son fruto de las
peculiaridades del sistema electoral. El triunfalismo del partido ganador de
turno suele esconder que su triunfo se debe solamente a un pequeño cambio de
orientación del voto.
En principio, en España el
electorado vota de manera distinta en las municipales, en las autonómicas, en
las generales, y hasta en las europeas. Probablemente desde el punto de vista
puramente ideológico sean las elecciones europeas las que ofrezcan una imagen
más clara del pensamiento de la sociedad española. Además, dado que en este
caso el sistema electoral es el proporcional y que se utiliza una
circunscripción única, la incidencia del voto útil es mínima y el sentido de
este suele ser más coherente. Durante las legislaturas despista a menudo que el
voto de la derecha nacionalista periférica suele fluctuar en sus apoyos
gubernamentales en función de pactos coyunturales. No obstante, se pueden
apreciar históricamente dos bloques de tamaño muy parecido, con un millón de
votos que fluctúa de uno al otro; si bien con efectos multiplicadores en los
escaños derivado de las peculiaridades de nuestro sistema electoral, los cuales
suelen ser “explotados” mediáticamente por el partido ganador y en los
titulares de los medios necesitados de impacto.
Ciertamente ese equilibrio de
bloques también se ha observado con frecuencia en muchos países europeos
occidentales desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años
ochenta. Siempre hubo un centro sociológico que se inclinaba a derecha o
izquierda según las circunstancias del momento. Los años sesenta y setenta
parecieron apuntar en la Europa occidental un sesgo más izquierdista y radical,
incluso revolucionario. Pero desde los años ochenta parece que hay una
tendencia en sentido contrario, derivada de cierta frustración por el impasse
de la vía revolucionaria en Europa, del fracaso de la alternativa soviética, de
cierto agotamiento del modelo del Estado del Bienestar, y de cierto
“aburguesamiento” de las clases populares. Este fenómeno se amplificó con el
perfil mucho más conservador que añadieron las sociedades europeas del Este,
incorporadas tras la caída del muro de Berlín. Por supuesto que todos estos
fenómenos están abiertos a debate en cuanto a sus causas y a su alcance. Lo que
no admite mucho cuestionamiento es el sesgo conservador que se aprecia
paulatinamente en toda Europa, y como mínimo el tenaz equilibrio electoral de
los citados bloques en el caso de España.
Si se dan por buenos en mayor o
menor medida los hechos apuntados anteriormente, la gran pregunta que se puede
plantear desde la izquierda es por qué las clases populares no acaban de apoyar
a los ejecutivos progresistas. ¿El liderazgo ideológico y político de la
izquierda revolucionaria ha aumentado o está disminuyendo? ¿Por qué no avanza
la conciencia de clase?
El gobierno de coalición del PSOE
y Unidas Podemos presenta una lista importante de avances concretos desde el
punto de vista económico para la clase trabajadora: SMI, pensiones, IMV,
precios, ERTEs, empleo, mejoras en legislación laboral, etc. Tal vez en otros
temas las mejoras hayan sido más polémicas (feminismo y LGTBI), o incluso
pueden haberse quedado pendientes (vivienda y fiscalidad). Pero lo cierto y
verdad es que los logros están por encima de lo esperado al principio de la
legislatura y que con un hipotético gobierno PP-VOX estarían en peligro. Aun
así un importante porcentaje de las clases populares ha votado a la derecha, y
aunque fluctúe lo viene haciendo así desde hace tiempo. Es decir, es
sorprendente y no tiene ningún sentido lógico que las clases trabajadoras y
hasta las medias apoyen una opción política que va directamente contra sus
demandas inmediatas.
Pero el hecho es que hoy día importantes
sectores de la clase trabajadora, y sobre todo de las clases media bajas, se
dejan seducir por el discurso de la derecha o incluso se identifican con las
soflamas del populismo conservador. Es evidente que la conciencia de clase no
sólo no avanza, sino que incluso retrocede. Probablemente influye que
sociológicamente hablando el número de obreros se viene reduciendo en las
sociedades industriales modernas en favor de los servicios, al menos en
occidente. Pero también que a medida que ha mejorado su nivel de vida, se han
interiorizado algunos derechos sociales adquiridos y se ha accedido a ciertos
niveles básicos de propiedad -fundamentalmente la vivienda-, con lo que importantes
sectores sociales modestos han pasado de identificarse como clase social baja a
clase social media o media baja. Desde el punto de vista político han dejado de
votar a la izquierda para hacerlo a opciones progresistas moderadas, a “centristas”,
o incluso a algunas moderadamente conservadoras. Pero sobre todo lo que ha
desaparecido completamente desde el punto de vista sociológico es la conciencia
revolucionaria. Las movilizaciones actuales son de gente indignada. Poca cosa ya
que para hacer una revolución lo que hace falta es gente desesperada. El nivel
de riesgo y sacrificio de una mentalidad indignada no tiene nada que ver con el
de una mentalidad desesperada. En las sociedades acomodadas occidentales el
grueso de los sectores sociales no se moviliza, o lo hace puntualmente para
algo que le afecta particularmente, no es partidario de cambios radicales de
ningún tipo si percibe que entrañan riesgos demasiado grandes; y a menudo se
identifica incluso con ideas contradictorias y hasta conservadoras.
Entender y asumir la realidad tal
cual es no significa aceptarla, pero sí es un punto de partida imprescindible
para poder cambiarla. Después de cien años de presencia política de la
izquierda revolucionaria en las democracias europeas no se han logrado los
avances esperados en la concienciación de clase de las masas, algunos de los
logrados hasta se han revertido; y no se ha logrado enraizar el liderazgo
ideológico de la vanguardia política, incluso se ha retrocedido. Es verdad que
la retórica se ha radicalizado, pero a la vez los programas se han vuelto muy
reivindicativos y poco transformadores de fondo. Periódicamente en los momentos
de crisis social la vanguardia revolucionaria suele ver condiciones para crear
un clima de efervescencia agitadora que dé pie a cambios radicales. Sin
embargo, normalmente o las masas son poco tenaces, o se contentan con el logro
de sus objetivos particulares. Entonces, ¿qué pasa con la conciencia de clase?
Parece muy débil y muy volátil. Cada vez es más difícil que cale y cada vez es
más fácil que se evapore.
Probablemente hay un problema de
estrategia, que parte de un análisis erróneo de partida, en el que se
menosprecia el control cultural, educativo, moral y mediático de las clases
dirigentes, que se encarga de minar el mensaje político de la izquierda. La
izquierda se aferra a utilizar técnicas de comunicación, que como mínimo van
por detrás de las de la derecha. Es evidente que hay una desventaja de medios;
pero la mayor de las desventajas es ignorar el problema o minusvalorarlo. Tal
vez el mayor error sea no entender que la estrategia del cambio pasa
irremediablemente por plantear previamente la batalla de las ideas y de la
comunicación.
Comentarios
Publicar un comentario