LA INCERTIDUMBRE DEL FUTURO SINDICAL
Hormigas rojas
De hecho, el sindicalismo nace en las zonas industriales europeas y tenía sus límites en las áreas industrializadas. Sus pretensiones estaban estrictamente limitadas a la empresa y no aspiraban a reformas sociales globales, salvo casos muy excepcionales. Se les ha llamado sindicalismo de empresa o de sector en contraposición a los sindicatos comunitarios, de corta duración, que trascendían los objetivos estrictamente limitados de los sectores industriales y se ampliaban a un escenario obrero donde la vida social y cultural adquiría importancia decisiva. Un ejemplo suelen ser las comarcas mineras o los puertos, donde la ayuda mutua era importante. No debemos olvidar, tampoco, la pretensión, nunca conseguida, de sindicalismo sociopolítico de CCOO, aunque es discutible que tuviese aspiración comunitaria.
Se puede precisar que, en la posguerra, el apogeo del capitalismo, su éxito en forma de la sociedad de consumo legitimó ese modelo de sociedad y los sindicatos apartaron de su agenda la pretensión de transformación social, y, lógicamente, la de cambio total revolucionario. Los sindicatos se limitaron a negociar mejoras en un mundo en que todo mejoraba. El Estado se apropiaba de los avances sociales de la mano política de la socialdemocracia.
Con la crisis de los 70 el cántaro se rompió, y se pasó de negociar mejoras a intentar contener la avalancha depredadora que fragmentaba el mercado de trabajo y quebrantaba parcialmente el Estado Social. Y, claro, un sindicato no puede acreditarse si no obtiene beneficios para los trabajadores. De ahí la necesidad de explicar lo que ha pasado y así poder hacer un diagnóstico para encontrar una solución, que nunca podrá ser sin una transformación parcial del sistema.
Esa ruptura del acuerdo implícito entre empresarios y trabajadores, y su consecuencia de deslegitimación de ambos, tiene una causa identificable clara: la saturación productiva del sistema capitalista en los llamados países desarrollados. En efecto, el estancamiento de los sectores industriales tradicionales impide la ampliación permanente de su potencial productivo e implica el fin del crecimiento real. Así, ante la imposibilidad de vender más objetos, servicios e infraestructuras, las empresas han tenido una respuesta intuitiva inmediata: bajar los costes salariales con distintas estrategias entre la que sobresale la aplicación la tecnología disponible para mantener beneficios o aumentarlos. Ello ha sido posible sacando del armario los proyectos científicos que no habían sido utilizados en sus plenas posibilidades. La ciencia se ha orientado, fundamentalmente en el terreno económico, hacia la construcción de una nueva base tecnológica que racionalice las actividades, haciéndolas más eficientes. Es verdad que también ha generado nuevos productos, pero han sido, en la mayoría de los casos, mejoras de los ya existentes. Es decir, ha creado una base tecnológica nueva para la obtención de ganancias, no para resolver los problemas de la sociedad. Eso ha tenido unas consecuencias enormes sobre la fortaleza del sindicalismo, que ha pasado de ser el principal sujeto histórico de los 60 a ser uno más de los grupos que demandan mejoras o que defienden intereses que no forman, especialmente, parte del cuaderno ruta de los sindicatos. Nos referimos a toda una serie de cuestiones sociales como son la salud (tanto de trabajadores como de consumidores), el medio ambiente, el feminismo, el medio rural, el urbanismo, el consumo alimentario, el trato de los animales, etc. Que se han convertido en agentes movilizadores en busca de atención.
La revolución digital ha supuesto un cambio de paradigma laboral, no solo por el descenso del peso de la industria sino por el cambio de las profesiones con más peso en el mercado de trabajo y por la destrucción de la estabilidad en el empleo. Como hemos visto, dos factores determinan la identidad del momento: en primer lugar, el predominio en el empleo del sector servicios de salud y el sector ligado al ocio y entretenimiento; en segundo lugar, la ruptura del reparto equilibrado de los beneficios entre empresas y trabajadores.
El predominio en el empleo del sector
servicios de salud y de ocio
La ruptura del reparto de ganancias
empresariales
Esa desigualdad de reparto tiene repercusión sistémica en cascada por una razón: esos beneficios extraordinarios que han tenido, y siguen teniendo, las empresas, no han significado nuevas inversiones, empleos y más demanda, no. Los desmesurados beneficios que los poseedores de acciones obtienen gracias al reparto desigual, no van a actividades productivas generadoras de empleo, muy al contrario, se han dedicado a la recompra de acciones propias, a la compra de acciones existentes en el mercado y a la inversión inmobiliaria.
- El efecto en cascada de la desigualdad:
- Los beneficios han aumentado.
- Los salarios han crecido menos que los beneficios.
- Las inversiones se han estancado o reducido.
- Los beneficios se han dedicado a la compra de acciones existentes y a inmuebles.
- En consecuencia, los precios de los inmuebles y de las acciones han subido, a pesar de que vivamos una crisis de crecimiento y ha significado mayor desigualdad.
Este círculo vicioso de aplicación de tecnologías, incremento de beneficios, empobrecimiento del mercado de trabajo, ausencia de inversiones e incremento patrimonial de los capitalistas supone la imposibilidad lógica del modelo capitalista actual, de cuya salud dependía la mejora de los trabajadores. Su fracaso podría arrastrar a los sindicatos a turbulencias sociales que podrían deslegitimar al sistema sin que “el pueblo” vea alternativas. Esa es una oportunidad y una obligación para el sindicato, para sus aliados históricos y los surgidos posteriormente: ir creando las respuestas y exigencias de un mundo que cambia, es la labor que espera.
Un escenario en el que el peso más importante lo van a tener los trabajadores de la hostelería, la salud, los servidores domésticos, cuidadores, transportistas y almacenadores, junto con una cifra significativa de funcionarios públicos. Difícil mercado para los sindicatos, una vez desaparecida la vanguardia obrera industrial y una vez que los trabajadores se refugian en la esfera familiar y prescinden de la posición de clase. Difícil escenario de futuro para los sindicatos.
Después
de todo esto sólo cabe decir que sería una pretensión estúpida decir que existen
soluciones fáciles o que los sindicatos deberían hacer esto o aquello. No
obstante, es de vital importancia para una sociedad progresista un sindicalismo
vivo, que sea querido y respetado, que ofrezca caminos y luche por
emprenderlos. La aportación que se puede
hacer es espigar unas ideas básicas que enmarquen las posibles estrategias a
desarrollar.
Segunda
idea: mejorar y fortalecer la relación con los partidos de izquierdas.
Al sindicato no sólo le conciernen las condiciones de trabajo y su entorno, también es importante influir en la cadena de causas: medio ambiente, urbanismo y vecindad, estrategia energética, alimentación popular, salud, cultura y muchos otros factores que llegan a la vida cotidiana de los trabajadores con efectos muchas veces indeseados, y que son percibidos sin visión de conjunto y sin una explicación que dé sentido a lo que les sucede. Sin esa explicación la respuesta puede ir en contra de los sindicatos.
Por
ello, y como muchas de las medidas surgen de la esfera política, es
imprescindible una relación fuerte con los partidos de izquierda, a pesar de las resistencias.
Es una obviedad. Los principales trabajadores del futuro van a ser los del sector de servicios, y esos son los que deben asumir el liderazgo del sindicato. Para ello tendrán que imaginar fórmulas eficaces para la afiliación y respuesta a las nuevas condiciones de trabajo. Pasos se están dando en esa dirección.
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