UNA JORNADA EN LA ESPAÑA VACIADA
Antonio Sánchez Nieto
Ayer fueron los idus de agosto, cuando Castilla ardía en
fiestas; pero este año de pandemia simplemente arde.
Necesito ir al día siguiente a Zamora a comprar víveres, pues
el pueblo no tiene tiendas ni nada. Las fue perdiendo y hoy solo queda lo
imprescindible: el bar. Allí me informan que los nuevos procedimientos que
devienen del Covi obligan a que quien quiera desplazarse a Zamora debe informar
telefónicamente la tarde anterior a la empresa para que pase a recogerle. La
alternativa es darse un paseíllo de tres kilómetros cuesta arriba, con la parienta
que goza de similar edad a la mía, hasta un carrefour que dicen los franceses, que
aquí llamamos cruce de carreteras.
Para llamar, salgo derritiéndome a medio kilometro (el pueblo
está vaciado de cobertura, el mercado tiene sus imperativos). Antes podía
llamar desde la puerta de casa, pero ahora con el G-5, la cobertura normal se
ha estrechado. Ningún nativo tiene un móvil adaptado a la novedad, pero lo
impone el progreso o el mercado, que es lo mismo.
Naturalmente la empresa de autobuses tiene horario de verano
y nadie coge el teléfono. Normalmente la gente se desplaza en automóvil. Yo no
soy normal: no tengo coche. No tiene explicación convincente: la mía es que
nunca lo necesité para el trabajo y que mi auto estima corría por otros
derroteros. Públicamente corren otras versiones de mi estrafalaria actitud. La
mas extendida es que, como yo era un rojo sindicalista, me encontraba preso de
una imagen de fanático ecologista. Como es la versión más desfavorable, es la
mas creída. Lo cierto es que, al no sacar el carnet de conducir, cometí un
error irreparable movido (más bien inmovilizado) por la impúdica holganza.
Dado que el recurso a los amigos veraneantes está cerrado porque
la edad nos hizo enemigos, he de tomar taxi (treinta euros ida).
Me refugio entre edredones (porque la casa marca veintitrés
grados en plena siesta; en la noche no sé, porque la pereza se impone a la
inútil curiosidad) y medito sobre si esto es la desconexión que tanto anhelan nuestros
estresados dirigentes. Yo creo que eso de la desconexión está sobrevalorado.
Desconfío de ellos y mas bien creo que una geografía con demografía
en acelerada decadencia cuyos habitantes ni se mueven ni les apetece, se presta
a que políticos indolentes, cuando no indecentes, se presta más a la nostalgia
fatalista que a la acción.
Me voy a la cama a ver si me relajo de tanta desconexión y
vaciado.
Desde un pueblo del Sayago 16 de agosto.
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