EL FANTASMA DEL FASCISMO. El fascismo en España (2/2)

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Antonio Sánchez Nieto.

 

A comienzos de los años veinte del siglo pasado, el régimen de la Restauración estaba ya carcomido por la corrupción, el caciquismo, el pistolerismo patronal y el corporativismo militar. El desastre de Annual en 1919, con 10.000 muertos en una guerra colonial, había puesto de manifiesto el grado de descomposición en que se encontraban un ejército y unas elites corruptas. En esas condiciones, en el año 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe militar con el apoyo del rey, la Iglesia, los militares y las clases conservadoras. Instauró un régimen corporativo de partido único, sustituyendo a la clase política por militares, en el contexto de un intento regeneracionista, pronto frustrado por la corrupción. Fue una dictadura muy represiva, pero sin muertos. Aunque el dictador siempre mostró admiración por Mussolini, su régimen no era fascista sino más parecido a las dictaduras militares, como las de Pilsudsky o Metaxas, que por aquellos años surgieron en la Europa central. En 1931 la Dictadura fue sustituida por una breve "dictablanda" del general Berenguer.

 El 14 de abril de 1931, tras unas elecciones municipales desastrosas para los monárquicos, Alfonso XIII huye a Italia y se proclama la II República Española.

Pronto los poderes financieros, con amplios apoyos militares y de la Iglesia, buscaron la creación de un partido fascista como los que en aquella época estaban frenando en la calle a las masas izquierdistas en Europa. Ya a finales de 1931 se crearon las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), cuyos líderes Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo elaboraron una teoría mezcla de elementos nazis y fascistas (el nacionalsindicalismo), adoptando la simbología fascista con un exagerado culto a la violencia.   Dado el pobre resultado de este primer intento de asentar un partido fascista, los poderes financieros pronto cambiaron su apoyo a una nueva formación que parecía tener un líder más presentable: el hijo mayor del fallecido dictador don Miguel, José Antonio Primo de Rivera que, en octubre de 1933 (en enero de ese año Hitler había tomado el poder) creó la Falange, que se uniría en febrero del siguiente año a las JONS.

 Tampoco ese proyecto arraigó en sus inicios. Al nacionalsindicalismo le faltaban obreros en las fábricas y nacionalismo en las masas. Esta última carencia llamaba la atención de amigos y enemigos. Así, el encargado de negocios de la Italia fascista informaba a su gobierno que "José Antonio era un señorito que nunca podría atraer a las masas precisamente porque recurría a la oligarquía financiera para financiarse".  De José Antonio Primo de Rivera, III Marqués de Estella y Grande de España, I Duque de Primo de Rivera, el fundador, poco se puede decir como estadista ya que fue juzgado y ejecutado por su papel en el levantamiento a los pocos meses de su estallido. A partir de ese momento se convirtió en el mito protomártir y se le mencionaba como El Ausente. Sobre su ideología, profundamente reaccionaria, sirva de ejemplo este párrafo del prólogo del libro La dictadura de Primo de Rivera juzgada en el extranjero que escribió en diciembre de 1931 en el que tachaba a los intelectuales de "estar bajo el predominio de la masa", considerándolos "pseudointelectuales incalificados, incalificables y descalificados". Por parte de sus adversarios, transcribo lo que Luis Araquistáin, líder socialista del ala radical, había manifestado, ya en 1934, acerca de la inviabilidad de un fascismo similar al de los dos grandes modelos europeos:

En España no puede producirse un fascismo de tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado, como en Italia; no existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de desempleados, como en Alemania. No existe un Mussolini, ni siquiera un Hitler; no existen ambiciones imperialistas, ni sentimientos de revancha, ni problemas de expansión, ni siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta.

Un análisis impecable de una realidad que, sin embargo, pronto cambiaría con el estallido de la guerra civil.

 Todavía en plena guerra civil española, Manuel Azaña, a la sazón presidente de la II República, anotaba en su diario el 6 de octubre de 1937 lo siguiente:

Cuando se hablaba de fascismo en España, mi opinión era ésta: Hoy puede haber en España todos los fascistas que se quiera. Pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional. Por muchas consignas que se traduzcan y muchos motes que se pongan. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da otra cosa. Ya lo están viendo. Tarde. Y con difícil compostura.

 La Falange nunca tuvo implantación popular. Durante las elecciones de la Republica solo José Antonio obtuvo un escaño por Cádiz en 1933, pero integrado en una coalición derechista ajena a la Falange. Su utilidad para los poderes ultraconservadores se limitaba a crear violencia callejera que justificara un golpe militar y ese papel lo cumplió con eficacia. Con un ideario calcado del fascismo italiano y similar simbología (camisas azules, saludo romano, haz de flechas en vez de haz del fascio, el ¡Presente! de despedida funeraria, las escuadras, las canciones...). El nacionalismo, elemento esencial del fascismo, aparecía en los principios fundacionales de la Falange de forma muy nebulosa ("España es una unidad de destino en lo universal"), como ocurría con su añorado imperialismo ("Por el Imperio hacia Dios"). La única aportación ideológica original y endémica fue cubrir la ausencia de nacionalismo, por el nacionalcatolicismo. Un catolicismo ultrarreaccionario anclado en el Concilio de Trento y el espíritu de Cruzada, sin nada que ver con las corrientes modernizadoras de la democracia cristiana. El arquetípo español era mitad monje, mitad soldado. Afortunadamente, el fascismo español, tan aficionado a la retórica, no tuvo un poeta a la altura de Gabriele D´Annunzio y sus incursiones en la épica generalmente provocaban más burla que exaltación patriótica (por ejemplo, la letra de José María Pemán para nuestro iletrado himno nacional contenía metáforas tan cursis e indescifrables como el "florido pensil").

Sí que cumplía, en su teoría y praxis, otro componente esencial del fascismo europeo, la exaltación de la violencia frente a la racionalidad de la Ilustración. Lo llamaban "la dialéctica de los puños y las pistolas". Por otra parte, el espacio político de los conservadores estaba cubierto desde 1931 por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) que ganó las elecciones de 1933 encabezada por un líder carismático, José María Gil Robles, que en 1936 se uniría a Franco. Resumiendo, el fascismo español no fue tomado en serio en sus primeros años por sus evidentes carencias teóricas y su nula implantación en las masas. Aún en 1936 se percibía como un problema de orden público más que político.

 Todo cambió con el fracaso del pronunciamiento militar del 18 de julio. Para sorpresa de los generales africanistas que realizaron el golpe, la Republica aguantó con el apoyo activo del pueblo en armas. Mientras en Europa accedían al poder golpistas parafascistas o abiertamente fascistas, en España fracasaron por la oposición armada popular. Eso sí, al precio de una guerra civil de una crueldad inaudita. Desde los primeros días el apoyo de las potencias fascistas fue incondicional, masivo y eficaz. Las potencias liberales europeas establecieron un bloqueo de armas y una neutralidad que resultó letal para la República española. Solo la URSS ayudó al gobierno democrático de España. Encabezaron el pronunciamiento militar Sanjurjo, Mola y Franco. Pronto, este último se convirtió en el hombre providencial porque quiso la Providencia que los dos primeros fallecieran en sendos accidentes de aviación.  Y así fue como, entre un partido fascista sin implantación en las masas, ni obreros, ni líder carismático y un general golpista sin partido, se estableció una mutualidad de intereses que duró cuarenta años. Se fundó un régimen totalitario de partido único dirigido por un generalísimo, Caudillo de España. 

 Desde julio hasta octubre la represión en ambos lados fue de una crueldad nunca vista, que quedó magistralmente reflejada por Chaves Nogales en sus relatos reales recogidos en A Sangre y Fuego y publicados en 1937. Y fue en ese contexto en el que la ideología violenta de la Falange resultó útil a los golpistas como instrumento de entusiasta represión en la retaguardia y una entidad política en la que encuadrar a las fuerzas conservadoras que, desde el primer momento, apoyaron a los rebeldes. Hacia octubre, la Republica había logrado controlar hasta cierto punto (el que es posible en una guerra civil de naturaleza social en el que el Estado prácticamente desapareció y el ejército fue sustituido por milicias populares) los desmanes de sus partidarios. Numerosos políticos (Indalecio Prieto, el presidente Azaña...) pidieron a los suyos ejercer la piedad y el perdón. Pero en el bando nacional la represión fue sistemática y organizada durante y después de la guerra, estableciendo un régimen de terror para exterminar cualquier vestigio de la República. Así lo justificaba el Caudillo en marzo de 1937: "En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada de una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje el país infestado de adversarios". Un mes más tarde volvería a insistir en la necesidad de la "redención moral de las zonas ocupadas". Ni una sola voz, ni siquiera la de la Iglesia, reclamó piedad.

 Aunque los cálculos de víctimas son discutibles, la mayoría de los estudios modernos aproximan las siguientes cifras:

  •  300.000 combatientes muertos de ambos bandos.
  •  50.000 ejecutados por los republicanos.
  •  150.000, de los cuales más de 50.000 en la posguerra, por parte de los nacionales.

 La crueldad de la represión interior del fascismo español superó a la del europeo: la cifra de ejecutados por razones políticas en la Alemania de Hitler fueron unos 12.000 alemanes y en la Italia de Mussolini 26 italianos. Ningún gobierno fascista ejecutó tantos compatriotas como el español. En esa represión, la Falange, con el ejército, tuvo un papel estelar. Al terminar la Guerra Civil, Franco estableció un régimen de terror que le permitió mantenerse en el poder durante 36 años más, muriendo en la cama en loor de multitudes, cosas no conseguidas por Hitler ni Mussolini.

Ganada la guerra, el hambre y la represión fueron terribles durante la década de los cuarenta, los años en los que la Falange gobernó de forma totalitaria imponiendo un modelo económico de autarquía absolutamente disparatado. Se calcula en 200.000 las víctimas de las enfermedades causadas por la hambruna que asoló a las clases más humildes mientras miles de vencedores se enriquecían con el estraperlo. 

 Al terminar la Guerra Mundial, las divisiones aliadas que liberaron toda Europa se detuvieron en los Pirineos y, de nuevo, la Providencia volvió a salvar a su hombre: con el inicio de la Guerra Fría, el régimen fascista español pasó de ser un paria a Faro de Occidente, faro que sumió al país en una edad de tinieblas que retrasó su desarrollo en más de treinta años. El terror se fue apagando, pero la durísima represión política y cultural trascendió a la vida del dictador. Hasta la década de los sesenta no se recuperó el nivel de vida de tiempos de la Republica y, al comienzo de esa época, el salario medio español era la mitad del francés. España era un mundo aparte en una Europa inmersa en una época de bienestar y crecimiento. Pero no tan aparte como para evitar ser sacudida por los cambios económicos y sociales que se estaban dando en su entorno. La autarquía falangista era insostenible y España tuvo que abrir su economía. Como consecuencia su Revolución aplazada se dio por cancelada, su Movimiento Nacional se concretó en una estampida del campo a la ciudad y el Imperio hacia Dios en una invasión de tres millones de emigrantes buscando el norte. Europa estaba hambrienta de mano de obra barata y sumisa, nosotros, de pan. Pero con la apertura económica inevitablemente entra la cultural y un turismo de masas en busca de una España pobre, que se anunciaba como paraíso del Sun, Sand and Sex. Creció la economía y comenzó a formarse una clase media aspiracional, parte de la cual comenzó a sospechar que tenían razón los trabajadores que percibían que aquello que los fascistas denominaban su democracia orgánica realmente lo era: un fétido excremento. 

 Lo que pasó después es, por reciente, parte de la historia vivida: muerto Franco, se acabó el fascismo. España, situada geográficamente en las afueras de Europa, siempre se ha incorporado tarde a sus corrientes culturales, como ocurrió con el fascismo y posteriormente la democracia liberal, pero cuando entra lo hace con pasión de adolescente. Ahora los vientos del norte que soplan en nuestro país nos anuncian tormentas. Dicen las derechas que lo que viene no es para tanto, que no es fascismo. Ciertamente, este movimiento ultra no es el fascismo histórico, pero las analogías son inquietantes. Crece como entonces, sobre todo en la población más joven, la desafección a la democracia por su incapacidad de superar los graves problemas que amenazan el futuro del bienestar europeo. El enemigo interno y externo ya no es el judío ni las hordas asiáticas sino el emigrante pobre, generalmente musulmán. Son los pobres los que dan miedo a las masas ultraconservadoras porque les recuerda las penas de sus antepasados cercanos. Y creen que pueden aventar esos fantasmas bajo la capa de un hombre fuerte que haga lo que tiene que hacer sin inmiscuirles a ellos, la gente de bien, en temas tan divisorios y complejos como la política.

 Yo, que nací con el fascismo triunfante y soy producto de él, lo temo y no me tranquiliza la operación de blanqueo que la derecha estúpida está poniendo en marcha. No hay cal suficiente para blanquear aquel régimen pútrido, lerdo y asesino. Aunque vuelva a ser mayoritario por las urnas siempre alertaré a mis nietos de que forman parte de esa España atávica que ha de helarte el corazón.

 

 

 

 

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