LA DANA
Dios creó el
Universo en siete días y dejó que la Humanidad se rigiese por las leyes del
libre mercado. Una típica operación de subrogación delegando la responsabilidad
de la empresa al hombre.
Ciertamente la
creación en una semana fue tarea tan agotadora y eficiente que justifica su
eterno descanso. Pero, con las prisas, diseñó mal su mantenimiento. O quiso
escurrir el bulto traspasando la responsabilidad a su criatura. Al mecanismo le
llamaron en un principio libre albedrio pero a su versión actual le llaman
libertad (de mercado, por supuesto).
Funciona incluso
en las catástrofes naturales. Pongamos como ejemplo la “dana” de Valencia.
Obedeciendo a leyes físicas, ajenas al mercado, se forma cuando le parece y
toda injerencia humana se concreta en calentamientos iracundos cada vez
frecuentes. Imposible de domesticar, lo único que cabe a los humanos es no
interponerse en su camino. Lo de ¡Dios lo quiere!, que invocaban los
cruzados para justificar sus atrocidades, ya no viene ahora a cuento porque
Dios delegó responsabilidades, entre ellas la de gestionar catástrofes.
Luego, no es el
agua, sino el hombre quien produce muertes.
En todo homicidio
existen la víctima y el homicida.
Sobre quienes son
las víctimas no cabe discusión. En un desastre natural, lo natural es que las víctimas
sean de las clases bajas, que viven en los bajos de los barrios bajos. Pasa en
todo el mundo.
Cuando el país se
modernizó los obreros fueron expulsados de los muros de la ciudad hacia los
suburbios y ciudades dormitorio, cerca de los polígonos industriales, donde
trabajaban. No fue un instinto asesino, ni siquiera higienista, el que motivó a
los promotores urbanísticos a planificar sin tener en cuenta los riesgos
humanos o ecológicos. Fue el cálculo, la racionalidad económica, la reducción
de costes, la optimización de la tasa de beneficio, la que determinó la
geografía urbana.
Es el mercado el
que coloca a cada uno en su sitio. Las viviendas que se construyeron junto a
ramblas y riberas son las más amenazadas y, por ello, baratas.
En las leyes de mercado, rige la libertad. A
nadie se le obliga vivir al borde del abismo, a nadie se le obliga comprar
allí.
Los más dotados, los que venden esas
viviendas, viven seguros en “el norte”. Son los que no vieron (viven lejos) las
rieras como un riesgo, sino como una oportunidad. Consecuentemente, se metieron
en política, se hicieron concejales y alcaldes, elaborando normas urbanísticas
que liberaban suelo. Se especuló, se corrompió, creando así riqueza que se
distribuyó entre corruptos e inversores. Mucha gente les votaba porque, hasta
cierto punto, democratizaron la corrupción: la especulación inmobiliaria suplía
el pago de impuestos.
Aparecieron como
setas lideres populares, campechanos, horteras, apolíticos, hechos-a-sí-mismos,
que enriquecieron a amigos, familiares y clientes. Continuaban la hispana tradición caciquil.
Regalaron a sus ciudadanos monumentales ciudades culturales vacías, airosos
puentes colgantes para unir rotondas, aeropuertos para pasear…Presidieron y
financiaron equipos de fútbol, recuperando la tradición imperial romana
(pongamos que hablo de Gil y Gil).
Lo que ocurrió en
España no creo que fuera una endemia, pero tenía aspectos novedosos. Hasta ese
momento, la corrupción tenía nombres de marqueses (de Uceda, de Comillas, de
Salamanca…) y burgueses cercanos a la monarquía. Los de ahora procedían del
propio paisanaje y eran percibidos como algo suyo, como los míticos bandoleros
andaluces que robaban a los ricos para dárselo a los pobres. Frente a estos admirados
paisanos corruptores los políticos aparecían como una clase corrupta.
Pero al “boom”
sucedió la gran crisis y algunos (mayoritariamente políticos) perdieron poder y
fueron a la cárcel. Pocos, insuficientes para frenar la ola liberal. La mayoría
permanece agazapada hasta el día en que, fracasado el intervencionismo del
estado en labores humanitarias, vuelvan a ondear las banderas de la libertad de
construcción.
Saben que la
actual borrachera humanitaria, en la que emergen los mejores sentimientos de
solidaridad, se desvanecerá con la foto.
Después de la ayuda solidaria (es decir, que paga el Estado), habrá que
enfrentarse a problemas estructurales como la financiación de la reconstrucción
del desastre y la reubicación de los damnificados, nuevos planes de urbanismo, nuevas
reglas de construcción…y volverán a ondear las banderas de la libertad contra
el intervencionismo del estado o la locura ecologista. Como buitres
libertarios, vuelan majestuosos, percibiendo una oportunidad donde nosotros solo
vemos un desastre.
Mientras tanto, surgen
debates, tan excitantes como inocuos, sobre quienes son los culpables
(olvidando que el gran descubrimiento del capitalismo fue la sociedad anónima),
asignación de competencias (competición sobre quien es más incompetente) …
Conviene recordar
la burla de Clinton sobre quienes hoy le han ganado las elecciones: ¡Se
trata del mercado, imbécil!
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