Cultura y valores culturales [cambiantes]

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A principios del pasado mes de mayo, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunció la eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia, un galardón dotado con 30.000 euros que ya no se concedería este año 2024. El premio fue instaurado en el año 2011 por el Ministerio de Cultura tras asumir las competencias de asuntos taurinos encomendadas hasta entonces al Ministerio del Interior. Ángeles González-Sinde era en esos momentos la titular de la cartera en un Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero. El Premio Nacional de Tauromaquia se ha mantenido con gobiernos del PP y del PSOE.

La decisión del ministro Urtasun desencadenó críticas severas de algunos políticos de los dos grandes partidos y de otros menos grandes. Con posterioridad, el 29 de mayo el PP consiguió que el Senado aprobara una propuesta que instaba al Gobierno a restablecer el Premio Nacional de Tauromaquia durante este año y reactivar la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes para esta actividad. En esa votación se abstuvo la gran mayoría de los senadores del PSOE y el resultado fue: 145 votos a favor, 19 en contra y 97 abstenciones. En la moción se proponía además la creación de un Premio Senado para la Tauromaquia, hasta que se recuperara el suprimido y que concedería la Cámara Alta junto con la Asociación Taurina Parlamentaria y los grupos y las comunidades autónomas que quisieran adherirse. Cabe pensar que la votación de los senadores socialistas podría explicarse por algunos desencuentros con Sumar: la Proposición de Ley para prohibir el proxenetismo, la Ley del Suelo (el Gobierno tuvo que retirarla) o la oposición de Sumar al envío de armas a Ucrania sin someter la decisión al Parlamento.

A pesar de las reacciones generadas, conviene destacar que en ningún momento se trató de prohibir las corridas de toros sino de dejar de destinar fondos públicos a premiar actividades que implican el maltrato animal. Algunos de los que se han manifestado en contra de la decisión del Ministerio de Cultura han alegado como argumento de autoridad la posición protaurina —que no siempre fue inequívoca, aunque utilizaran la tauromaquia como fuente de inspiración de alguna de sus obras— de artistas e intelectuales como Goya, García Lorca, Manuel Machado, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Orson Welles, Luis Buñuel, etc. (De manera intencionada, no se citan personas vivas).

 

Valores culturales cambiantes

En la discusión sobre los valores actuales se abusa a menudo de la autoridad que emanaría de personajes que destacaron en algún campo cultural o artístico. Aunque no se trata de hacer un estudio numérico de «ejemplos a favor y ejemplos en contra», citaremos algunos nombres de intelectuales de prestigio —tampoco se usarán casos de personas vivas— que manifestaron su rechazo a las corridas de toros: Quevedo, Jovellanos, Emilia Pardo Bazán, Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Giner de los Ríos, Unamuno, Azorín, Pío Baroja… A nuestro juicio, no es correcto el recurso a invocar a figuras reconocidas para defender una postura porque siempre se puede hacer una selección interesada de las personas citadas. Incluso, aunque fuera posible evaluar las opiniones prevalentes en una época determinada, se debería tener en cuenta que los valores y los conceptos culturales cambian con el paso del tiempo.

 

El pasado es un país extranjero

El autor británico Leslie Hartley, en el prólogo de su obra El mensajero, escribió: «El pasado es un país extranjero: allí hacen las cosas de manera diferente». Esta cita es útil para expresar la idea de que las normas, costumbres y comportamientos del pasado no pueden aplicarse a una época diferente. Es indudable que los valores éticos son con frecuencia hijos de su tiempo, y pueden cambiar significativamente a causa de avances tecnológicos o de movimientos sociales.

Quizá uno de los ejemplos más claros es la esclavitud, que, si bien su defensa constituiría hoy una posición aberrante, ha sido normal y aceptada a lo largo de la historia. No aportamos nada original al traer a colación a Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos de América y uno de los padres fundadores de ese país. Fue el principal autor de la Declaración de Independencia y conocido por su promoción de los ideales del republicanismo y la democracia. Estos ideales progresistas no fueron en su momento contradictorios con el hecho de ser propietario de esclavos y de mantener la esclavitud en su plantación.

Mahatma Gandhi, considerado como el padre de la independencia de la India y ejemplo de referencia del pacifismo como arma de transformación social, en sus primeros años de actividad pública en Sudáfrica sostenía puntos de vista sobre la raza, la casta y la superioridad de los indios que son difíciles de aceptar hoy.

La Constitución Española de 1812, aprobada por las Cortes de Cádiz, es considerada a menudo como ejemplo, para la época, de concepción democrática y progresista. Sin embargo, en ella no se otorgaban los mismos derechos ciudadanos a todas las personas. Por ejemplo, solo podían votar los varones a partir de los 25 años, y tenían derechos restringidos los «deudores quebrados», los sirvientes domésticos o los que carecían de empleo u oficio. La Constitución señalaba, además, que a partir del año 1830 «deberán saber leer y escribir los que de nuevo entren en el ejercicio de los derechos de ciudadano». Las mujeres casadas tenían también limitaciones significativas en términos de propiedad y administración de bienes.

Serían incontables las posiciones de personas, progresistas para su tiempo, que aceptaban la desigualdad de derechos de las mujeres. A este respecto, son curiosas las figuras de Elizabeth Cady Stanton y Susan Brownell Anthony, sufragistas estadounidenses del siglo XIX, a quienes se deben algunas declaraciones sobre la superioridad de las mujeres blancas sobre los hombres negros y cuyo enfoque en el sufragio excluía a menudo a las mujeres de raza negra.

Como lector de un medio de izquierdas, muy probablemente le sorprenderá el ejemplo siguiente de valores cambiantes. Friedrich Engels, polemizando con Bakunin sobre la anexión de California por EE. UU. tras la guerra de este país con México (1846-1848), consideró acertado que los «enérgicos yanquis» quitaran esas tierras a los «perezosos mexicanos», dado que así mejorarían las comunicaciones, concentrarían una población densa y abrirían el Pacífico a la civilización (Friedrich Engels. Paneslavismo democrático. Neue Rheinische Zeitung 222, 14 de febrero de 1849. Accesible en inglés en: https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1849/02/15.htm). Esta argumentación sería hoy inaceptable por cualquier progresista.

Otros valores culturales o éticos como el respeto al medio ambiente, la despenalización del aborto, la ética médica, la eutanasia y el suicidio asistido o la privacidad en la era digital son de tan reciente adquisición que no es fácil poner ejemplos de personas de ideas avanzadas que, en un tiempo anterior, pudieran haber sostenido opiniones opuestas.

 

Vuelta al presente

En nuestra opinión, una defensa de los valores culturales no se puede basar únicamente en unos supuestos criterios estéticos, en las tradiciones o en lemas populistas que pretenden obtener réditos electorales. Como se señaló más arriba, los avances en el conocimiento pueden hacer cuestionar ideas mantenidas en otros momentos. Así, y en lo que respecta a la tauromaquia, el aporte actual de la neurobiología debería llevarnos a entender que la evitación del sufrimiento a seres vivos con un sistema nervioso desarrollado y con capacidad de sentir está por encima de concepciones interesadas, con frecuencia demagógicas, por mucho que hayan sido defendidas por personas que han destacado por otros méritos. Qué habría ocurrido si en lugar de ceñirse a la eliminación de un premio financiado con dinero público se hubieran puesto en marcha mecanismos más ambiciosos, como la prohibición de una representación cruel que, según diversas encuestas, repudia la mayoría de la población española: más del 90% no asiste a estos espectáculos, y más de la mitad los rechaza con nitidez (55,8% de rechazo y 23,9% de apoyo. CIS 2022), especialmente los jóvenes. Otros estudios (electomania.es) hablan de 59,6% en contra y 35,1% a favor de las corridas de toros. Lo que es indudable es que estas cifras están evolucionando desde hace años con un aumento del número de personas que desaprueban estas celebraciones.

 

Tras el presente, el futuro desde la izquierda

A pesar de que algunas individualidades de la izquierda política respaldan estos actos, en general, la defensa de las corridas de toros es casi patrimonio de la derecha conservadora, que pretende equiparar lo que denominan Fiesta Nacional con el patriotismo. La especial beligerancia que los conservadores manifiestan sobre la lidia se podría situar dentro de un sentimiento de nostalgia y miedo. Nostalgia de un pasado seguro y de clara hegemonía de la forma de visión del mundo de las clases dirigentes y sus allegados, y miedo por la inseguridad que suponen las nuevas formas de diversión que no controlan. Las organizaciones de izquierda deberían tener un papel de vanguardia cultural que pusiera en cuestión cualquier tipo de acto festivo basado en el maltrato animal. Y no solo por el sufrimiento del animal que lo recibe —hecho que se da también en las macrogranjas y en otras instalaciones—, sino por la propia dignidad de las personas que obtienen placer como ejecutores o espectadores de estas celebraciones. En la tradición socialista ya se enseñaba, en las primeras Casas del Pueblo, a los más jóvenes a apartarse de las plazas de toros, de las iglesias y del abuso de las bebidas alcohólicas, y se promocionaban valores culturales vinculados al progreso. Dados los intereses económicos que circulan en torno a las corridas de toros, y por razones de pragmatismo político, antes de prohibirlas de manera radical sería quizá más útil no alimentar premios con dinero público —como ha empezado a hacer el Ministerio de Cultura— y que los gobiernos municipales de izquierda dejaran de subvencionarlas: una gran cantidad de festejos dejarían de celebrarse si dependieran exclusivamente de la actividad económica privada.

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Frecuentemente se ha acusado a la izquierda de creer que sus valores son moralmente superiores a los de la derecha. Incluso, hay quien afirma que en realidad ya han dejado de existir diferencias entre la izquierda y la derecha, y que estas no son más que términos históricos accidentales provenientes de la ubicación de los delegados de la Asamblea Nacional en la Francia revolucionaria. Sin embargo, nosotros sostenemos que los valores de igualdad, justicia social, importancia esencial del trabajo asalariado, laicismo, internacionalismo, paz, estado del bienestar —con sus implicaciones de sanidad y educación públicas— o defensa del medio ambiente mantienen una superioridad ética sobre una pretendida y falsa meritocracia, el egoísmo de grupo o clase, las leyes cimentadas en ideas religiosas, el nacionalismo, el militarismo —basado muy a menudo en intereses económicos—, la primacía de la propiedad privada, la sanidad y la educación sometidas al mercado y al negocio privado— o las tradiciones. Y sí creemos también que la corrección política, los identitarismos posmodernos que se olvidan de las contradicciones de clase y la tortura de animales —refinada como espectáculo artístico— no pueden ser valores defendidos por la izquierda.

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