Cultura y valores culturales [cambiantes]
La decisión del
ministro Urtasun desencadenó críticas severas de algunos políticos de los dos
grandes partidos y de otros menos grandes. Con posterioridad, el 29 de mayo el
PP consiguió que el Senado aprobara una propuesta que instaba al Gobierno a
restablecer el Premio Nacional de Tauromaquia durante este año y reactivar la
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes para esta actividad. En esa
votación se abstuvo la gran mayoría de los senadores del PSOE y el resultado
fue: 145 votos a favor, 19 en contra y 97 abstenciones. En la moción se proponía
además la creación de un Premio Senado para la Tauromaquia, hasta que se
recuperara el suprimido y que concedería la Cámara Alta junto con la Asociación
Taurina Parlamentaria y los grupos y las comunidades autónomas que quisieran
adherirse. Cabe pensar que la votación de los senadores socialistas podría
explicarse por algunos desencuentros con Sumar: la Proposición de Ley para
prohibir el proxenetismo, la Ley del Suelo (el Gobierno tuvo que retirarla) o la
oposición de Sumar al envío de armas a Ucrania sin someter la decisión al Parlamento.
A pesar de las
reacciones generadas, conviene destacar que en ningún momento se trató de
prohibir las corridas de toros sino de dejar de destinar fondos públicos a premiar
actividades que implican el maltrato animal. Algunos de los que se han
manifestado en contra de la decisión del Ministerio de Cultura han alegado como
argumento de autoridad la posición protaurina —que no siempre fue
inequívoca, aunque utilizaran la tauromaquia como fuente de inspiración de
alguna de sus obras— de artistas e intelectuales como Goya, García Lorca, Manuel
Machado, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Orson Welles, Luis
Buñuel, etc. (De manera intencionada, no se citan personas vivas).
Valores culturales cambiantes
En la discusión sobre
los valores actuales se abusa a menudo de la autoridad que emanaría de
personajes que destacaron en algún campo cultural o artístico. Aunque no se
trata de hacer un estudio numérico de «ejemplos a favor y ejemplos en contra»,
citaremos algunos nombres de intelectuales de prestigio —tampoco se usarán
casos de personas vivas— que manifestaron su rechazo a las corridas de toros:
Quevedo, Jovellanos, Emilia Pardo Bazán, Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez,
Giner de los Ríos, Unamuno, Azorín, Pío Baroja… A nuestro juicio, no es correcto
el recurso a invocar a figuras reconocidas para defender una postura porque siempre
se puede hacer una selección interesada de las personas citadas. Incluso,
aunque fuera posible evaluar las opiniones prevalentes en una época determinada,
se debería tener en cuenta que los valores y los conceptos culturales cambian
con el paso del tiempo.
El pasado es un país extranjero
El autor británico Leslie
Hartley, en el prólogo de su obra El mensajero, escribió: «El pasado es
un país extranjero: allí hacen las cosas de manera diferente». Esta cita es
útil para expresar la idea de que las normas, costumbres y comportamientos del
pasado no pueden aplicarse a una época diferente. Es indudable que los valores
éticos son con frecuencia hijos de su tiempo, y pueden cambiar
significativamente a causa de avances tecnológicos
o de movimientos sociales.
Quizá uno de los ejemplos más claros es la
esclavitud, que, si bien su defensa constituiría hoy una posición aberrante, ha
sido normal y aceptada a lo largo de la historia. No aportamos nada original al
traer a colación a Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos de
América y uno de los padres fundadores de ese país. Fue el principal autor de
la Declaración de Independencia y conocido por su promoción de los ideales del
republicanismo y la democracia. Estos ideales progresistas no fueron en su
momento contradictorios con el hecho de ser propietario de esclavos y de mantener
la esclavitud en su plantación.
Mahatma Gandhi, considerado como el padre de
la independencia de la India y ejemplo de referencia del pacifismo como arma de
transformación social, en sus primeros años de actividad pública en Sudáfrica sostenía
puntos de vista sobre la raza, la casta y la superioridad de los indios que son
difíciles de aceptar hoy.
La Constitución Española de 1812, aprobada
por las Cortes de Cádiz, es considerada a menudo como ejemplo, para la época,
de concepción democrática y progresista. Sin embargo, en ella no se otorgaban
los mismos derechos ciudadanos a todas las personas. Por ejemplo, solo podían
votar los varones a partir de los 25 años, y tenían derechos restringidos los
«deudores quebrados», los sirvientes domésticos o los que carecían de empleo u
oficio. La Constitución señalaba, además, que a partir del año 1830 «deberán
saber leer y escribir los que de nuevo entren en el ejercicio de los derechos
de ciudadano». Las mujeres casadas tenían también limitaciones significativas
en términos de propiedad y administración de bienes.
Serían incontables las posiciones de
personas, progresistas para su tiempo, que aceptaban la desigualdad de
derechos de las mujeres. A este respecto, son curiosas las figuras de Elizabeth
Cady Stanton y Susan Brownell Anthony, sufragistas estadounidenses del siglo
XIX, a quienes se deben algunas declaraciones sobre la superioridad de las
mujeres blancas sobre los hombres negros y cuyo enfoque en el sufragio excluía
a menudo a las mujeres de raza negra.
Como lector de un medio de izquierdas, muy
probablemente le sorprenderá el ejemplo siguiente de valores cambiantes.
Friedrich Engels, polemizando con Bakunin sobre la anexión de California por
EE. UU. tras la guerra de este país con México (1846-1848), consideró acertado
que los «enérgicos yanquis» quitaran esas tierras a los «perezosos mexicanos»,
dado que así mejorarían las comunicaciones, concentrarían una población densa y
abrirían el Pacífico a la civilización (Friedrich Engels. Paneslavismo
democrático. Neue Rheinische Zeitung 222, 14 de febrero de 1849.
Accesible en inglés en: https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1849/02/15.htm).
Esta argumentación sería hoy inaceptable por cualquier progresista.
Otros valores culturales o éticos como el
respeto al medio ambiente, la despenalización del aborto, la ética médica, la
eutanasia y el suicidio asistido o la privacidad en la era digital son de tan
reciente adquisición que no es fácil poner ejemplos de personas de ideas
avanzadas que, en un tiempo anterior, pudieran haber sostenido opiniones opuestas.
Vuelta al presente
En nuestra opinión, una defensa de los
valores culturales no se puede basar únicamente en unos supuestos criterios
estéticos, en las tradiciones o en lemas populistas que pretenden obtener
réditos electorales. Como se señaló más arriba, los avances en el conocimiento
pueden hacer cuestionar ideas mantenidas en otros momentos. Así, y en lo que
respecta a la tauromaquia, el aporte actual de la neurobiología debería
llevarnos a entender que la evitación del sufrimiento a seres vivos con un
sistema nervioso desarrollado y con capacidad de sentir está por encima de
concepciones interesadas, con frecuencia demagógicas, por mucho que hayan sido
defendidas por personas que han destacado por otros méritos. Qué habría
ocurrido si en lugar de ceñirse a la eliminación de un premio financiado con
dinero público se hubieran puesto en marcha mecanismos más ambiciosos, como la
prohibición de una representación cruel que, según diversas encuestas, repudia
la mayoría de la población española: más del 90% no asiste a estos espectáculos,
y más de la mitad los rechaza con nitidez (55,8% de rechazo y 23,9% de apoyo.
CIS 2022), especialmente los jóvenes. Otros estudios (electomania.es) hablan de
59,6% en contra y 35,1% a favor de las corridas de toros. Lo que es indudable
es que estas cifras están evolucionando desde hace años con un aumento del
número de personas que desaprueban estas celebraciones.
Tras el presente, el futuro desde la
izquierda
A pesar de que algunas
individualidades de la izquierda política respaldan estos actos, en general, la
defensa de las corridas de toros es casi patrimonio de la derecha conservadora,
que pretende equiparar lo que denominan Fiesta Nacional con el patriotismo. La
especial beligerancia que los conservadores manifiestan sobre la lidia se
podría situar dentro de un sentimiento de nostalgia y miedo. Nostalgia de un
pasado seguro y de clara hegemonía de la forma de visión del mundo de las
clases dirigentes y sus allegados, y miedo por la inseguridad que suponen las
nuevas formas de diversión que no controlan. Las organizaciones de izquierda
deberían tener un papel de vanguardia cultural que pusiera en cuestión cualquier
tipo de acto festivo basado en el maltrato animal. Y no solo por el sufrimiento
del animal que lo recibe —hecho que se da también en las macrogranjas y en
otras instalaciones—, sino por la propia dignidad de las personas que obtienen
placer como ejecutores o espectadores de estas celebraciones. En la tradición
socialista ya se enseñaba, en las primeras Casas del Pueblo, a los más jóvenes
a apartarse de las plazas de toros, de las iglesias y del abuso de las bebidas
alcohólicas, y se promocionaban valores culturales vinculados al progreso.
Dados los intereses económicos que circulan en torno a las corridas de toros, y
por razones de pragmatismo político, antes de prohibirlas de manera radical
sería quizá más útil no alimentar premios con dinero público —como ha empezado
a hacer el Ministerio de Cultura— y que los gobiernos municipales de izquierda
dejaran de subvencionarlas: una gran cantidad de festejos dejarían de celebrarse
si dependieran exclusivamente de la actividad económica privada.
* * *
Frecuentemente se ha acusado a la izquierda
de creer que sus valores son moralmente superiores a los de la derecha. Incluso,
hay quien afirma que en realidad ya han dejado de existir diferencias entre la
izquierda y la derecha, y que estas no son más que términos históricos
accidentales provenientes de la ubicación de los delegados de la Asamblea
Nacional en la Francia revolucionaria. Sin embargo, nosotros sostenemos que los
valores de igualdad, justicia social, importancia esencial del trabajo
asalariado, laicismo, internacionalismo, paz, estado del bienestar —con sus
implicaciones de sanidad y educación públicas— o defensa del medio ambiente
mantienen una superioridad ética sobre una pretendida y falsa meritocracia, el
egoísmo de grupo o clase, las leyes cimentadas en ideas religiosas, el
nacionalismo, el militarismo —basado muy a menudo en intereses económicos—, la
primacía de la propiedad privada, la sanidad y la educación sometidas al
mercado y al negocio privado— o las tradiciones. Y sí creemos también que la
corrección política, los identitarismos posmodernos que se olvidan de las
contradicciones de clase y la tortura de animales —refinada como espectáculo
artístico— no pueden ser valores defendidos por la izquierda.
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