EJÉRCITOS PRIVADOS Antonio Sánchez Nieto
Es más conocido que difundido que los ejércitos privados nacen con el capitalismo en el siglo XVII.
La compañía Wagner, que tan mala como merecida
fama tiene por su intervención en la guerra de Ucrania, es una empresa con
multitud de intereses en minería y materias primas, una de cuyas divisiones,
con ochenta mil empleados, se dedica a trabajos de seguridad allí donde
truena el cañón. Algo similar a las de EE. UU. y el Reino Unido. Durante la
ocupación de Irak estos mercenarios llegaron a igualar en efectivos al ejército
regular de ocupación. Su razón de ser es el cálculo económico. La creciente
importancia que están cobrando estos ejércitos levanta la inquietante sospecha
de si algún día pueden sustituir a los ejércitos regulares, que monopolizan la
violencia en los estados modernos. Necesariamente implicaría la desaparición de
la democracia.
El
Renacimiento, que rompe con los valores y mentalidad medievales, forma el marco
necesario para el desarrollo del capitalismo al poner al hombre (homo
oeconomicus) desplazando a Dios como centro del universo. Ya es el cálculo
económico y no los valores caballerescos lo que mueve a gran parte de las
clases dirigentes, que van creando estados nacionales. Se necesitan los siglos
XVI y XVII para que el nuevo humanismo (especialmente cruel para las clases
bajas) arraigue. Con los ejemplos que a continuación presento, pretendo aclarar
la profunda imbricación que, desde su inicio, existe entre los ejércitos
privados y el capitalismo.
En
1601 se crea la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC), la primera
sociedad anónima por acciones. El Gobierno holandés le concede el monopolio
del comercio con Asia, fundamentalmente de especias, durante veintiún años. Al
año siguiente esta compañía crea la Bolsa de Ámsterdam, la primera bolsa de
valores del mundo para negociar sus propias acciones y bonos.
Una
sociedad anónima debe autofinanciar todos sus costes (incluidos los de seguridad)
y solo atiende a los intereses de sus accionistas. Sólo a ellos, y no al
Estado o la Sociedad, debe rendir cuentas. Eso libra a los gobernantes
políticos de responsabilidad en los probables abusos de sus súbditos y de la
carga de la reputación. La compañía tiene
como fin exclusivo la maximización de beneficios para sus accionistas, de por
sí anónimos, sin límites morales ni legales que regulen su actividad. Las
tradicionales leyes del mar o de la guerra se convierten en algo
progresivamente obsoleto.
La
VOC creó su propia flota y ejército mercenarios (compuesto por aventureros
europeos, japoneses, chinos, malayos…) desplazando a los portugueses del
monopolio de las especias y asolando las costas de la actual Indonesia donde
crearon un imperio privado que duró hasta la disolución y posterior
nacionalización de la compañía por la República de Batavia en 1799. Soplaban
los vientos de la Revolución Francesa…
Si
bien sus comienzos fueron más bien desastrosos, a lo largo del siglo XVIII y
XIX sus ejércitos mercenarios conquistaron la India y los enclaves más
estratégicos de Oriente y África. En 1860, después de excesos como las Guerras
del Opio y, más concretamente, del Motín de los Cipayos, esta compañía fue
nacionalizada y la defensa del Imperio pasó a manos del ejército regular.
Los
ejércitos mercenarios son tan antiguos como la civilización. Aparecen ya en las
guerras médicas y cobran nuevo impulso en Europa en la Baja Edad Media. La
entrada en la Edad Moderna, con la formación de estados nacionales y la fuerte
monetización de la economía favorecen su uso casi exclusivo en las guerras de
los siglos XVI, XVII y XVIII (los Tercios de Flandes, por ejemplo).
El éxito de la VOC, capaz de crear por sí sola
imperios territoriales, trajo consigo la imitación de los estados europeos y
fue el componente esencial del mercantilismo y el nuevo colonialismo. Aparece
también como una constante en estas compañías su nacionalización, una vez
finalizado el trabajo sucio de la conquista violenta. La creación de los
ejércitos nacionales de reclutamiento obligatorio, la nación en armas,
en el siglo XIX significó su casi desaparición en Occidente[1].
En
el decenio de 1960, época de descolonización de
descolonización, reaparecen los ejércitos de mercenarios al servicio de
multinacionales, a veces abiertamente, como en la guerra del Congo y Biafra y
otras de forma más discreta, como en Angola, Mozambique, Irak, Libia…
Sobra comentar que actualmente el uso de
mercenarios está universalmente extendido y su imagen ampliamente blanqueada
(profesionales de seguridad; o emprendedores han llegado a llamarlos),
nada tiene que ver con la que tenían en la Edad Media en la que era frecuente
que la Iglesia los excomulgara (no así a sus jefes, los caballeros).
[1]
Recordemos la propagandística intervención en la Guerra de Cuba de un escuadrón
de caballería, los Rough Riders, al mando de su propietario el futuro
presidente de los EE. UU. Theodore Roosevelt.
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