POPULISMO(S)
Pedro Espino
A pesar de su
etimología indiscutiblemente latina, ‘populismo’ y ‘populista’, existen en
inglés (como ‘populism’ y ‘populist’) desde finales del siglo XIX en relación
con el Partido del Pueblo (People’s Party), que se consideraba como el
representante de las clases populares. En la actualidad, el término tiene un
significado similar al que se le da en español.
En el diccionario
de la Academia Francesa se dan tres acepciones de la palabra ‘populismo’
(‘populisme’). La primera —histórica— hace referencia a un
movimiento de tendencia socialista, nacido en Rusia en el decenio de 1860,
dirigido desde la intelectualidad al campesinado, y cuyo nombre ha trascendido
a otros idiomas, naródniki (populistas). La segunda acepción —política— del término según esta academia
tiene con frecuencia una connotación peyorativa y se refiere a la actitud o al comportamiento
de una persona o de un partido político que, manifestándose contra las elites
dirigentes, se erige en defensor y en portavoz de sus aspiraciones, avanzando
ideas a menudo simplistas y demagógicas. La tercera acepción de este
diccionario define un movimiento literario francés del periodo de entreguerras.
En español, así
como muy probablemente en la mayoría de los idiomas, el término era más utilizado
por la izquierda política, y se sobrentendía que el populista era alguien de
derechas que, demagógicamente, apelaba a sentimientos poco racionales de la
población intentando halagarla o estimulando temores en contra de alguien o de
algo y que proponía soluciones simples e irreales a problemas complejos.
Populismo de la derecha
Desde una
perspectiva progresista (aunque seguramente esta es otra palabra que habría que
redefinir) se ha considerado que era populismo acusar a los inmigrantes de
robar el trabajo de los nacionales, decir que para mejorar la economía hay que
eliminar —para reducir gastos— tal
o cual ministerio o acabar con no se sabe cuántos cargos inútiles, decir «España nos roba», defender que el
«Gobierno se forra con nuestros impuestos», afirmar que las leyes defienden a
los lobos en perjuicio de los ganaderos, hablar de ‘invasión’ para describir
los intentos desesperados de personas necesitadas por acceder a los países
europeos, asegurar que el Gobierno pretende romper España... (sería larga la nómina
de ejemplos). Pero ¿es el populismo —en el sentido que ahora lo
entendemos— algo privativo de la derecha? No lo creo.
Populismo de la izquierda
En mi opinión, las
personas de izquierdas —tomadas de manera individual— son menos proclives que
las de derechas a caer en tópicos populistas. No es tan claro el caso de las
organizaciones políticas, que, probablemente en la búsqueda de réditos
electorales, hacen declaraciones u organizan actos con la intención de halagar o
congraciarse con algunos sectores de la población. Y estas actuaciones son más
frecuentes cuando algunos dirigentes de la izquierda ocupan cargos
institucionales. La idea de que hacer según qué cosas atrae —o mantiene— votos
es cada vez menos clara, ya que hay algunas banderas, como el uso del mal
llamado ‘lenguaje inclusivo’ o la participación en jornadas de celebraciones
identitarias, que ya empieza a utilizar la derecha. He recogido algunas
ilustraciones del populismo de izquierdas, que, de manera no exhaustiva
y sin orden jerárquico de importancia, describo a continuación.
Recientemente se ha
celebrado el aniversario de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, con
un gobierno presidido por Felipe González. Aunque pudieron existir excesos de algunos
piquetes de huelguistas, lo que es indudable es el éxito de seguimiento de
aquel paro. Sin embargo, el Gobierno quiso aparecer como una institución fiable
y dirigirse a sectores más conservadores de la sociedad. Para ello, optó por
desacreditar a los huelguistas. Un ejemplo no aislado fue el del delegado del
gobierno en Castilla y León, quien calificó aquella huelga como la jornada «del
miedo, la coacción y la silicona». El entonces Consejero de Presidencia de la
Junta de Andalucía hizo unas declaraciones similares.
Es moneda corriente
la participación de cargos ejecutivos de izquierdas (ministros, alcaldes…) en actos
de bienvenida a deportistas que han logrado algún éxito de renombre, con el
mensaje de que eso supone un orgullo para la comunidad. En la izquierda son más
frecuentes los laicos que en la derecha, pero creo que es inexistente algo que
podríamos llamar laicismo futbolístico. No he oído nunca a un dirigente
de izquierdas decir que no le gusta el fútbol o que la selección española no representa
al país, sino que se trata de profesionales del espectáculo demasiado bien
pagados (en el año 2010 la selección española ganó el campeonato del mundo de
fútbol, pero cada jugador recibió 600.000 euros, independientemente de los
ingresos profesionales obtenidos en sus clubes). Manuela Carmena, a la sazón
alcaldesa de Madrid, se fotografió con una camiseta del Real Madrid de
baloncesto (naturalmente también lo hizo Cristina Cifuentes, del Partido Popular
y presidenta de la Comunidad de Madrid) para celebrar la obtención de la Copa
del Rey en el año 2016).
La organización de homenajes
o de funerales de estado es otro ejemplo claro del populismo de
izquierdas, especialmente cuando la izquierda ocupa cargos ejecutivos, aunque,
si no gobierna, es difícil que deje de acudir a ellos para no ser tomada como antisistema.
En julio de 2022, el Gobierno de Pedro Sánchez realizó un Homenaje de Estado en
la Plaza de la Armería del Palacio Real a los más de 108.000 fallecidos por la
covid-19. Pero ¿era necesario ese acto? Las víctimas inocentes son por
definición eso, víctimas inocentes, pero no todas serían merecedoras de
homenajes, ya que seguro que entre ellas habría corruptos y criminales (como
varios empresarios o un famoso policía torturador de la Brigada
Político-Social).
Gran parte de la
legislación emanada del Ministerio de Igualdad constituyen asimismo enunciados
populistas dirigidos a atraerse simpatías y votos, aunque en ocasiones la
derecha ya compite con la izquierda en estos menesteres, como demuestran
algunas leyes promulgadas en la Comunidad de Madrid durante el gobierno de
Cristina Cifuentes.
El Torneo del Toro
de la Vega con persecución y muerte cruel del animal, que tenía lugar en
Tordesillas, Valladolid, ha sido durante años una celebración de tortura a un
ser vivo que atrajo la atención y el rechazo de muchas personas. A pesar de las
declaraciones y manifestaciones en contra, el torneo se mantuvo hasta el año 2016
en que lo prohibió la Junta de Castilla y León, probablemente con la finalidad
de evitar complicaciones incómodas ante un acto con pocas simpatías fuera de la
localidad. Cuando se produjo la prohibición del gobierno regional, en manos del
Partido Popular, fue el ayuntamiento de Tordesillas, con un alcalde socialista,
el que recurrió esta medida, que finalmente no admitió a trámite el Tribunal
Constitucional. Sin duda, la corporación municipal pretendía halagar y atraerse
a sus paisanos con independencia de la naturaleza del acto: no querría dar
armas a la oposición de derechas, que naturalmente defendía también su
celebración.
El alcalde de Cádiz
desde el año 2015, elegido por acuerdo de los concejales de izquierdas, tuvo un
protagonismo reseñable cuando se cuestionó hace algunos años que la empresa
Navantia fabricara y vendiera buques de guerra al Gobierno de Arabia Saudí,
gobierno que había sido puesto en entredicho en multitud de ocasiones por la
falta de respeto a los derechos humanos y por su papel en conflictos armados
regionales. La actividad de la empresa garantizaba puestos de trabajo pero, en
este caso, tenía consecuencias éticamente discutibles. El alcalde, en un
ejemplo nítido de populismo, declaró «Que nadie nos obligue a decidir entre
defender el pan o la paz»; su opción era la defensa de los contratos con Arabia
Saudí.
Aunque el rechazo
de los inmigrantes es una característica del populismo —de derechas,
naturalmente—, ocasionalmente, cargos de gobiernos de izquierdas hacen algunas
declaraciones equívocas o enfatizan la conducta irreprochable de las Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad del Estado ante hechos no tan impecables de acuerdo con
testimonios y documentos no oficiales. Asimismo, no es infrecuente que algún
cargo gubernamental de izquierdas saque a colación a las «mafias que se
enriquecen con el tráfico de seres humanos», como si estas fueran las que traen
a la fuerza —como modernos negreros— a las personas que escapan de sus países a
la búsqueda de condiciones mejores de vida. Si la causa de muchas consecuencias
trágicas de la emigración irregular fuera la existencia de esas mafias,
todo se solucionaría permitiendo que esos emigrantes viajaran con compañías
aéreas legales. Acabar con las mafias es una fórmula clara de una supuesta
solución sencilla a un problema complejo.
* * *
Si se compara la
extensión de las dos secciones precedentes del texto, se podría pensar que
considero más grave e importante el populismo de izquierdas que el populismo de
derechas. Nada más lejos de la realidad. Con esto me ocurre lo mismo que con la
corrupción: la corrupción de la derecha no me escandaliza, la supongo, pero la
corrupción de la izquierda me resulta absolutamente inaceptable. Si estamos de
acuerdo en que el populismo es una conducta hipócrita e interesada de la
derecha política, creo que es una obligación de la izquierda no caer en estos
comportamientos que, a la larga, se pueden volver en su contra.
Afortunadamente, el pensamiento independiente y crítico aún sigue vivo.
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