PECUNIA OLET
Antonio Sánchez Nieto
No creo que la sociedad española, escandalizada
por el último episodio de corrupción que alcanza al Gobierno, haya entrado en
un proceso de regeneración moral. Más bien creo que la corrupción es
transversal, universal y casi siempre va ligada al poder. Su dimensión, su normalidad,
depende de la coyuntura económica, de la eficacia del Estado y de factores
culturales como el grado de tolerancia del sentido común de la sociedad en un
momento histórico determinado. Lo llamativo es el hecho reciente de que la
corrupción, que suele ser ejercida de forma sofisticada por una minoría
selecta, se haya ejecutado por tres (de momento) horteras. Que un gobierno dependa
de un trío de arribistas cutres es cosa grave.
Otra cosa curiosa del presente escándalo es la de presentar por algunos
un vicio privado, al alcance de muy pocos, como la corrupción, en pecado
colectivo característico de los españoles. ¿Estamos otra vez ante un “hecho
diferencial” de nuestro país?
El topicazo racista de los
corruptos mediterráneos viene de lejos. Un padre de la sociología como Werner
Sombart, allá en 1913, en “El burgués”, hace una historia apologética del
inicial capitalista, sobrio, ahorrador, trabajador, tenaz, adicto al cálculo,
puritano calvinista
(nada parecido al ostentóreo católico
hispano). Para este tipo de capitalista,
el bueno, existía una predisposición genética sólo en ciertos pueblos como los
alemanes, los escoceses y los holandeses (estos últimos, aclara, descienden de
los frisones, una antigua tribu germánica). Otros pueblos, como los ibéricos, estaban
genéticamente impedidos para ser burgueses,
aunque podían ejercer otro tipo de capitalismo, como el de rapiña. A los judíos
les correspondía, ¡cómo no!, el papel de
capitalistas especuladores. Pelín racista… Hans Magnus Enzensberger llama la
atención (La balada de Al Capone, primera
edición en 1964) en que la primera referencia a la delincuencia organizada
aparece en la literatura universal por mano de Cervantes en Rinconete y Cortadillo,
atribuyendo, de paso, a los españoles el origen de la Camorra. Parecida acusación nos hace Leonardo Sciascia respecto a la Mafia.
Es innegable que estas historias, basadas en el carácter nacional, resultan muy populares. Hasta los sesudos políticos del norte, de izquierda y derecha, aplicaban con normalidad el acrónimo PIGS (cerdos) para designar al grupo de países deudores de la crisis del 2008 compuesto por Portugal, Irlanda, Grecia y España. Pero si a los empresarios fundacionales del capitalismo burgués por excelencia, el estadounidense, se les conoce como los “Robber Barons” (los Dupont, Rockefeller, Carnegie, Morgan, Stanford, etc.), ¿cómo creer en la particularidad hispana? El que los tres últimos presidentes del Fondo Monetario Internacional (Rato, Strauss-Kahn y Lagarde) estén imputados ante los tribunales ¿no señala el carácter global del fenómeno de la corrupción?
Perdida la fe en la ética, nos queda la estética. Aquí sí es posible detectar diferencias, pero más en el tiempo que de lugar. Salta a la vista que los corruptos de ahora no son como los de antes. Los hubo que se inmortalizaron en el refranero por su señorío al asumir responsabilidades (“Más orgulloso que don Rodrigo en la horca”). Y ¿cómo no recordar la forma de rendir cuentas al fisco del Gran Capitán?: “Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla”, “Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo, etc.
Si en el Antiguo Régimen el paradigma moral de la sociedad, quien marca los valores culturales, era el caballero, y en la modernidad el burgués, en la posmodernidad es el ejecutivo. El ejecutivo sublima el amor al trabajo del burgués, el culto a la eficacia y la inclinación a asumir riesgos, pero, al contrario del burgués, busca más la capacidad de consumo y la acumulación de dinero que la de propiedades, carece de arraigo, es cortoplacista, exhibicionista, individualista y, sobre todo, ve al Estado como el enemigo a batir. Si el burgués era sólido, el ejecutivo es líquido. Esta descripción es evidentemente un arquetipo. No afirmo que ejecutivo y corrupto sean sinónimos. Digamos que el corrupto (en su versión económica) es un ejecutivo posmoderno exuberante, sin elementos autorrepresivos, también llamados valores (como la religión, el patriotismo, la ideología, la lealtad, etc.) oficialmente obsoletos con la posmodernidad.
- el actual sistema económico deviene
obsoleto y es sustituido por otro,
- ese otro requiere otros valores para
su funcionamiento eficiente,
- ello implicaría un nuevo sujeto
histórico portador de valores alternativos (ideales) a los actuales,
- para ello habría de convencer a la
mayoría de la sociedad para que sustituyera el consumo sin sentido por
la buena vida propuesta por los clásicos griegos,
- lo que implica la vuelta al ágora.
Esta salida me parece deseable e imposible, pues no veo sujeto
histórico del cambio, ni tierra prometida a la que dirigirse.
b)
Una banalización de la corrupción:
- dado que el sistema no caerá, la
hegemonía cultural continuará estando en manos de esta clase ejecutiva que
impondrá sus valores
- dada la extensión de estas prácticas
entre las minorías emisoras de valores (morales y de los otros), las leyes que
legitiman las practicas sociales normalizadas se adecuarán a la costumbre de
esas élites. Es decir, más desregulación, porque si no existen reglas no
existen delitos ni escándalos. Acompañado, eso sí, este proceso por las
oportunas amnistías y amnesias,
- dado el ruido producido por la
aparición de la punta del iceberg, a sabiendas de que la parte no visible de
éste es mucho mayor y más peligrosa, se intensificará la inversión en
instrumentos legales de corrupción como paraísos fiscales, grupos de presión que
compren a políticos, medios de comunicación, jueces, etc.
Esta salida me parece indeseable y probable por las mismas razones
aducidas anteriormente.
- dado que el ruido cesará en algún
momento y el olfato se acostumbra a toda pestilencia, es posible apaciguar el
actual escándalo con la condena de algún elemento de infantería sin que los
caballeros (digamos los grandes corruptores) sigan sin aparecer en la picota,
- el pueblo llano tomará nota de que todos
lo hacen, asumirá el discurso hegemónico repetido ad nauseam sobre
la maldad de los impuestos y la emigración, se
preguntará para que sirve la democracia y votarán a autócratas fascistas. Eso sí, nos escandalizaremos del envilecimiento
de las masas.
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